Tod Browning es uno de esos directores a los que creo que es inevitable coger cierto aprecio, incluso aunque uno analice su filmografía desde la distancia de alguien que no es realmente un ferviente admirador suyo. Y es que Browning posee muchos de los rasgos que convierten a un artista en figura de culto, como una carrera olvidada durante años y un tipo de cine que desafiaba las convenciones del momento. Se hace difícil encontrar otro cineasta americano de la época que se dedicara a profundizar como él en el género fantástico y de terror dando forma a fantasías tan tenebrosas que mostraran el lado oscuro del hombre. Browning, en medio de una industria que potenciaba el glamour y los héroes atractivos, era el encargado de situar en el centro de atención a los desheredados de la gran pantalla: los criminales, los anormales, los monstruos, los freaks. No es de extrañar por tanto que su carrera cayera en desgracia a mediados de los años 30, en un contexto que hacía cada vez más difícil su tipo de cine.
Hoy en día Browning ha sido felizmente rescatado de las catacumbas pero se le conoce básicamente por dos títulos: Drácula (1931) y Freaks (1932), que son los que han hecho que su nombre quede de por siempre asociado al género fantástico y de terror. No obstante, aún cuando éste fuera su género predilecto, la carrera de Browning en el cine es larga y consta de títulos de géneros muy diversos. Buena parte de sus films mudos han desaparecido, pero hay bastantes que todavía pueden visionarse y que permiten profundizar en su filmografía más allá de sus títulos más conocidos.
Tod Browning nació en 1880 en Louisville (Kentucky) y desde muy pequeño estuvo fascinado por el mundo del espectáculo, hasta el punto de que siendo un adolescente se escapó de casa para unirse a un circo. Desde entonces pasó varios años en circos y espectáculos de variedades interpretando diversos números, de los cuales el más destacado (por macabro) era el de “Cadáver Viviente Hipnótico”, en que un mago supuestamente le hipnotizaba y seguidamente le enterraban vivo. El joven Browning tenía que pasar entonces varias horas encerrado en un ataúd bajo tierra, ayudado únicamente por un tubo conectado al exterior que le ayudaba a respirar. También participó en números de variedades más típicos como espectáculos cómicos o de magia, pero los datos sobre esta época de su vida son algo difusos y se hace difícil distinguir la realidad de lo inventado (ya sea por el propio Browning o por los estudios como medio publicitario). Lo más importante de todo es que esta formación hizo que la fascinación de Browning por el mundo del espectáculo siguiera creciendo complementada con todos los conocimientos que fue adquiriendo.
Su salto al cine llegaría de mano de un espectáculo de variedades en que participó como intérprete, «The Whirl of Mirth», donde actuó junto al actor cómico Charles Murray. Éste decidió presentarle al director de cine D.W. Griffith, por entonces el cineasta más destacado del país, quien le contrató para actuar en algunos films cómicos de su compañía. Después de debutar con Scenting a Terrible Crime (1913) y A Fallen Hero (1913), Griffith quedó satisfecho con Browning y le dio papeles en varios cortometrajes cómicos producidos por Komic Company, subsidiaria de su estudio.
En 1915, Browning empezó a dirigir sus primeros cortometrajes, que ya por entonces estaban ligados con el mundo del crimen y con historias bastante sórdidas, como por ejemplo The Living Death en que un doctor diagnostica a su futuro yerno una dermatitis como si fuera lepra para impedir que se case con su hija.
En esa misma época tuvo lugar uno de los acontecimientos más oscuros de su vida. Browning era un aficionado a la bebida y a pasar largas noches de juerga con otros compañeros de trabajo. En una de esas noches alcohólicas, Browning estrelló el coche que conducía a toda velocidad contra un tren provocando la muerte del actor Elmer Booth, que viajaba con él – Booth era un prometedor actor de la compañía de Griffith célebre por su papel en Los Mosqueteros de Pig Alley (1912). Browning sobrevivió pero con heridas muy graves, al igual que el actor George Siegman, que viajaba con ellos. Según parece, el director nunca comentó este accidente durante el resto de su vida. Lo más irónico de todo es que Browning había actuado recientemente en el film Intolerancia (1916) de Griffith interpretando al propietario de un coche que accede a transportar a la protagonista para salvar a su amado.
Después de una larga recuperación, Browning volvió al trabajo escribiendo algunos guiones, entre los cuales está la curiosa The Mystery of the Leaping Fish (1916), una extraña comedia protagonizada por Douglas Fairbanks de la cual éste renegaría poco después, ya que interpretaba a un detective cocainómano. Ese mismo año volvió a la dirección con algunos cortometrajes muy interesantes como Puppets, en que los actores iban disfrazados como títeres (por desgracia este film, al igual que todos los cortometrajes que dirigió, han desaparecido) y al año siguiente dio el salto al largometraje con Jim Bludso, sobre un capitán de barco que se sacrifica para salvar a sus pasajeros de un incendio. A partir de aquí, Browning fue dirigiendo films de diversos géneros (melodramas, films de misterio, dramas románticos) para estudios como la Metro o la Universal. Fue en este último donde conoció a dos personas decisivas en su carrera: el productor Irving Thalberg y el actor Lon Chaney.
Thalberg era una especie de niño prodigio que con veinte años ya gozaba de un poder envidiable dentro de la industria y que apoyó a Browning en su carrera. Chaney sería el colaborador perfecto para Browning, el actor que mejor podría interpretar a esos personajes marginados y extravagantes, el catalizador perfecto para dar forma a hombres torturados abocados a situaciones límite. Su primera colaboración juntos fue The Wicked Darling (1919) en que Chaney interpretaba a un carterista.
El siguiente film de Browning sería uno de los más importantes de su carrera, La Virgen de Estambul (1920), que le había sido ofrecido por Thalberg. Se trataba de una superproducción exótica protagonizada por la actriz Priscilla Dean, con la que Browning había trabajado anteriormente. El film fue un éxito de taquilla obteniendo muchas ganancias pese a su elevado presupuesto y cimentó la fama de su director. La buena racha seguiría con el drama criminal Fuera de la Ley (1920) en que volvió a contar con Priscilla Dean y un Lon Chaney ya convertido en uno de los actores de carácter más llamativos del momento interpretando a dos personajes.
El siguiente paso iba a ser filmar la afamada versión de El Jorobado de Notre Dame que Irving Thalberg estaba preparando con Lon Chaney como protagonista, pero por desgracia no pudo ser ya que el alcoholismo cada vez más agudo de Browning provocó que el productor no confiara en él para un proyecto de tal envergadura. De hecho su adicción al alcohol se le fue tanto de las manos que la Universal acabó echándole y su mujer le abandonó (seguramente tampoco debieron ayudar sus numerosas infidelidades).
Estos años fueron los más oscuros de su carrera, realizando algunos pocos films para otros estudios y tocando fondo en el ámbito personal hasta que finalmente encontró fuerzas y voluntad para regenerarse. Poco a poco consiguió reconciliarse con su mujer y, además, Thalberg volvió a confiar en él para llevar a cabo una nueva película con Lon Chaney. Se trataba de la adaptación de una novela que hasta ahora ningún productor se había atrevido a llevar a la pantalla debido a su extravagante argumento, en que tres artistas de circo se dedican a cometer robos de joya escondiéndose bajo falsas identidades: un enano haciéndose pasar por un bebé, un ventrílocuo haciéndose pasar por una anciana (¡!) y un forzudo. Tal premisa era tan surrealista que bordeaba peligrosamente lo ridículo, pero Browning y Thalberg no se echaron atrás y decidieron llevarla adelante con la inestimable ayuda de Lon Chaney, titulando este proyecto como El Trío Fantástico (1925). Browning estaba en su salsa con ese material, que le permitía explorar su gusto por lo sórdido y por los personajes anormales, que ocultan sus identidades y tienen ciertos rasgos especiales que los diferencian del resto. El resultado no es solo una de sus mejores películas sino un enorme éxito de taquilla que relanzó su carrera.
Esta etapa de su carrera es la que mejor se puede conocer hoy día, ya que es de la que nos han llegado más films. A El Trío Fantástico le siguieron en 1926 Maldad Encubierta (The Black Bird) – de nuevo con Lon Chaney en un papel jugoso: otro criminal con una doble identidad – y La Sangre Manda (The Road to Mandalay); mientras que en 1927 estrenó El Palacio de las Maravillas (The Show) y Garras Humanas (The Unknown). Las dos últimas resultan especialmente interesantes por mostrar de forma abierta su obsesión con el mundo del circo y los freaks.Garras Humanas de hecho podría ser su mejor película muda ya que reúne todas las obsesiones de Browning: el mundo del espectáculo, el personaje mutilado y torturado ideal para Lon Chaney, los giros de guión inesperados y excesivos, etc.
Su siguiente proyecto ostenta tristemente el mérito de ser considerada una de las grandes películas perdidas de la historia del cine: London After Midnight (1927). La premisa no puede ser más prometedora: un film de vampirismo protagonizado por Lon Chaney con investigaciones criminales de por medio. Se trata seguramente del primer film sobre vampiros realizado en Estados Unidos en una época en que esa temática era considerada aún demasiado fuerte para el público. La trama se basaba obviamente en el Drácula de Bram Stoker pero con algunas alteraciones para huir de la acusación de plagio y evitar así problemas judiciales como los que sufrió el Nosferatu (1922) de F.W. Murnau. No deja de ser paradójico que uno de sus mayores éxitos de taquilla sea una de sus películas perdidas, pero por desgracia parece que deberemos resignarnos al hecho de que nunca podremos verla y comprobar si está a la altura de las expectativas que tantos cinéfilos se han hecho durante décadas.
Sus últimos films mudos fueron Los Pantanos de Zanzíbar (1928) y El Cazador de Tigres (Where East Is East) de 1929, en que repetía una fórmula que muchos críticos empezaban a ver muy gastada: ambientación exótica, Chaney en un personaje torturado y físicamente marcado, tramas sobre pasiones reprimidas y venganzas con giros rocambolescos, etc. Llegados a este punto muchos se preguntaron hasta qué punto iba el dúo a seguir insistiendo con este tipo de temática, qué handicap físico tendría Chaney en su siguiente film y a qué situaciones rocambolescas se vería abocado. Pero antes de que a ambos les diera tiempo a repetirse en exceso, las circunstancias de la época les obligaron a reconsiderar su situación con un hecho inesperado: la llegada del sonido.
Sus primeras películas sonoras (ya sin su mejor aliado, Lon Chaney), The Thirteenth Chair (1929) y Outside the Law (1930), fueron sendos fracasos en que Browning cometió la misma novatada que muchos directores mudos en sus primeras películas sonoras, realizando films con demasiados diálogos y exentos de fluidez. El tener que depender ahora del sonido era nuevo para él y la tarea se le presentaba dificultosa, por lo que su futuro profesional volvía a estar en peligro.
Pero la suerte le sonrió por última vez cuando cayó en sus manos el proyecto de una adaptación de Drácula (1931). Browning llevaba tiempo acariciando la idea de adaptar la famosa obra – London After Midnight es una prueba de ello – y en aquellos años la Universal decidió llevar adelante ese proyecto con Lon Chaney como protagonista. Desafortunadamente en esa época Chaney ya se encontraba muy enfermo y no tardaría en morir, por tanto el papel de Drácula pasó a Bela Lugosi, con quien Browning había trabajado en The Thirteenth Chair. Como es sabido, la película fue un éxito instantáneo, pero también el último de su carrera. Gran parte del mérito está en que Browning, consciente de sus limitaciones con el sonido, decidiera fomentar los aspectos de realización en que siempre estuvo más fuerte: una puesta en escena oscura y expresionista, imágenes terroríficas surreales, etc. En el contexto de un film de terror fantástico como Drácula, todos esos elementos resultaron cruciales.
Tras un olvidable film pugilístico hecho por encargo ese mismo año (Iron Man), Browning se lanzó al que sería su último clásico y, paradójicamente, también el que destruyó su carrera. En este caso volvió a contar con su aliado Irving Thalberg para llevar a cabo una adaptación de un sórdido relato ambientado en el mundo del circo que daría pie a Freaks (1932). La historia de un enano que se casaba con una bella bailarina de un circo que le quiere por su dinero acabó dando pie a uno de los films más controvertidos de su época, en que Browning contrató a freaks de circo reales y los exhibió ante la cámara tal cual eran. Era la obra en que pensaba trasladar a la pantalla de forma definitiva su obsesión por el mundo circense y por los personajes que escapan a la normalidad. Como era de esperar, la película trajo consigo una gran polémica que repercutió negativamente al film, convirtiéndolo en un sonoro fracaso de taquilla.
La carrera de Browning ya no volvió a recuperarse tras Freaks. No sólo por haber sido un fracaso comercial, sino por el daño que hizo a su reputación. La película acabó siendo una especie de pecado vergonzoso del estudio, que la consideraba casi pornográfica, y quedó relegada al olvido como obra de culto durante décadas. Fue la película más arriesgada y avanzada a su tiempo que realizó y por ello, hasta su descubrimiento en los años 60, fue el típico film misterioso del que se hablaba pero que resultaba difícil de encontrar (como es lógico, el estudio se deshizo rápidamente de él y prefirió dejar correr un túpido velo para olvidar esa horrible experiencia). Tras esta película Browning rodaría sólo unas pocas más, de las cuales la más destacable es una especie de remake de El Trío Fantástico llamado Muñecos Infernales (1936), que de nuevo incorporaba elementos surreales en una trama criminal y utilizaba al reputado Lionel Barrymore en lugar de Lon Chaney. A finales de los años 30 dirigiría su última película sin pena ni gloria.
Afortunadamente, para entonces Browning había ahorrado un buen capital que le permitió jubilarse pudiendo vivir cómodamente durante sus últimos 20 años. En ese tiempo no volvió a trabajar en el cine y estuvo virtualmente olvidado por la industria y la crítica. No era más que un director extraño que había dirigido Drácula, nada más. Esto tuvo como consecuencia negativa el que no haya entrevistas realizadas a él en estos años, haciendo que su figura sea aún más misteriosa y oscura. Por todo ello no es de extrañar que su muerte en 1962 pasara desapercibida, ya que por entonces pocos de acordaban de él
Paradójicamente, casi al mismo instante en que estaba a punto de morir, su cine empezó a ser redescubierto, sobre todo a raíz de una proyección de Freaks en el Festival de Venecia de 1962. En el contexto de los mucho más liberales años 60, la película fue vista con otros ojos y empezó a surgir cierto interés por la figura de Browning. Ciertamente no era un director a la altura de los más grandes y su estilo tras la cámara no era especialmente llamativo a primera vista, pero la visión del mundo que aportó a Hollywood era prácticamente única en su época. Browning fue el primer director que se atrevió a apostar abiertamente por lo onírico y más oscuro y profundo, que dio protagonismo a los “desheredados” y freaks, que utilizaba protagonistas torturados antes que a elegantes galanes y que se atrevía con tramas tan extremas que a veces rozaban lo grotesco por excesivas. Pese al anonimato en que vivió durante décadas, hoy día podría afirmarse que se trata de uno de los grandes directores norteamericanos de la era muda.