Eclipse (Kinkanshoku, 1934) de Hiroshi Shimizu

Hay una gran algarabía en un pequeño pueblo japonés ante la noticia del retorno de Seiji Kanda, un joven prometedor que se fue a la gran ciudad a estudiar Derecho y se ha convertido en un importante abogado. Los rumores dicen que ha vuelto para buscar esposa y que la candidata más probable es Kinue Nishimura, seguramente el mejor partido del pueblo. Y por una vez los rumores son ciertos: Seiji le confía a su mejor amigo Shuikichi Osaki sus intenciones, ya que éste es primo de Kinue y tiene una relación muy cercana con ella, de modo que teme interponerse entre los dos. Pero Shuikichi le dice que no tiene ninguna intención de casarse con su prima, sobre todo siendo él de una clase social más inferior a ella, e incluso accede a hacer de intermediario entre ambos.

Y aquí empiezan los problemas. Porque Shuikichi demuestra tener una empatía nula al enviar a su prima una nota citándola de noche en secreto en un lugar apartado del pueblo, y no se le ocurre que ésta podría interpretar el mensaje con una segunda intención. Así que imaginen la cara de chasco de la pobre Kinue cuando su primo le dice que la ha citado para pedirle en nombre de su amigo Seiji su mano en matrimonio. Ésta queda en shock al ver que Shuikichi no parece ser consciente de que había algo especial entre ellos, y le descubre abiertamente sus sentimientos. Shuikichi realmente siente algo por ella, pero no cree que deba casarse con la muchacha porque él pertenece a una familia mucho más pobre y porque ya le dijo a su amigo que le ayudaría a conseguir su mano. Así que opta por la decisión que considera más noble y que, en realidad, es la más cobarde: irse del pueblo.

Nada de eso funciona. A su llegada a la ciudad es incapaz de encontrar trabajo y es atropellado por el chófer de un hombre acaudalado. Y entonces, inexplicablemente Shuikichi sigue rompiendo corazones allá por donde va: se enamoran de él tanto la hermana del chófer como Tomone, la hija del gran empresario cuyo coche ha sido responsable del accidente. Ésta fuerza a su padre a que lo acoja en su casa como tutor de su hijo pequeño para compensarle, mientras que en paralelo Kinue también ha ido a Tokio a seguir los pasos de Shuikichi y ha acabado trabajando como camarera en un bar, donde se ve obligada a ser más amable de lo habitual con los clientes.

Disculpen de entrada si el resumen del argumento de Eclipse (Kinkanshoku, 1934) resulta muy farragoso, pero se hace difícil condensarlo en pocas líneas. Se trata, como habrán comprobado, de un melodrama plagado de enredos basado en una novela de Masao Kume que gozó de un gran éxito en su momento. Su adaptación se le encargó al prestigioso director Hotei Nomura, del cual ya hablamos aquí en otras ocasiones, pero su inesperada muerte en 1934 obligó al estudio a pasarle el proyecto a Hiroshi Shimizu.

Confío que el nombre de Shimizu les sea familiar, y si no es así les invito a leer alguna de las reseñas que le hemos dedicado tanto yo como sobre todo mi colega el Dr. Mabuse, ya que es una especie de debilidad personal e incluso me atrevería a afirmar que uno de los grandes descubrimientos cinéfilos que hemos hecho buena parte de la comunidad cinéfila gracias a internet. Aunque hoy día no es especialmente recordado, en su momento Shimizu fue un cineasta de mucho prestigio y muy popular en Japón, aunque sobre todo se le asocia a sus películas ambientadas en zonas rurales, de argumentos mínimos basados en la cotidianedad y a menudo protagonizadas por niños. Eclipse por tanto es totalmente diferente a las obras que más se reivindican de él.

En sus primeras secuencias Eclipse resulta especialmente prometedora y se nota que Shimizu se encontraba muy a gusto en ese pequeño pueblo donde se inicia la acción. Además, el filme resulta muy imaginativo a nivel visual pese a que el exceso de rótulos entorpece un poco su visionado. A cambio, Shimizu encara de forma muy particular algunos de estos diálogos para que no sean un mero intercambio de primeros planos con rótulos. Cuando Seiji y Shuikichi tienen esa conversación decisiva sobre Kinue, ambos pasean por el campo (una figura muy recurrente del cine de Shimizu) y se cuelgan juguetonamente de la rama de un árbol, de forma que el intercambio de diálogos se intercala con un plano de sus pies y no de sus rostros. Es una forma de filmar casi propia del cine sonoro, donde no siempre es necesario que veamos el rostro de quien habla si identificamos la parte de su cuerpo que aparece en el encuadre, mientras que en el mudo es necesario que veamos al menos su cara para entender que esos rótulos representan el diálogo que está pronunciando. Y no se trata de un mero recurso gratuito, puesto que esa forma de situar una acción o diálogo tan importante en un contexto o tono más casual será una marca de estilo de Shimizu, que tiende a huir de los diálogos más dramáticos y mantenerse en un tono aparentemente liviano.

En contraste, cuando Kinue y Shuikichi tienen ese diálogo tan tenso, Shimizu muestra los rótulos con las frases de ella evocando todo lo que han pasado juntos sobre la imagen del molino de agua en el que se han citado, dándole una belleza extra a sus palabras. Es una forma de compensar la ausencia de sonido (que nos permitiría contagiarnos de la emoción con que ella transmitiría el diálogo) mediante un recurso poético que tiene ese papel.

Este tipo de estratagemos evidencian al final que Eclipse es un filme de finales de la era muda, de una época en que los grandes cineastas mudos estaban ya apurando al máximo los recursos expresivos de la era silente. De hecho tenemos una muestra de que ésta es una película situada entre dos mundos al ofrecernos una escena en que los protagonistas van al cine a ver una película sonora. ¡Es algo extraordinario ver en un filme mudo a sus protagonistas viendo una película muda! El otro ejemplo que se me ocurre es la escena del cine de la magistral A Cottage on Dartmoor (1929) de Anthony Asquith, que era en si misma una declaración de intenciones sobre el paso del mudo al sonoro, pero a cambio no mostraba imágenes de la película sonora, mientras que Eclipse nos permite ver en «formato mudo» imágenes de un filme sonoro de Hollywood, que es para mí algo curiosísimo.

(Después de escribir estas líneas un amable lector sugirió otro caso curioso a añadir a esta lista de filmes mudos en que los protagonistas van a ver un talkie: La Mujer de Tokio (Tokyo no onna, 1933) de Yasujiro Ozu).

Otra muestra del estilo de Shimizu es su uso del humor, que aquí se manifiesta sobre todo en la fallida partida de golf, en que los caddies se van apalancando cada vez más a medida que intuyen que la partida va para largo. Otra muestra tiene lugar cuando un hombre desafía a Shuikichi a pelearse, un instante que Shimizu resuelve con una divertida elipsis en que encadena el plano del hombre bravucón desafiando al protagonista llevándole a un sitio para pelearse con la imagen de los dos volviendo pero con su rival en una pose mucho más sumisa tras, presuntamente, haber sido derrotado.

No obstante, pese a que estos recursos tan propios de Shimizu y algunos planos muy bellos como los que muestran el paisaje desde el coche nos hacen presagiar una gran obra, en realidad Eclipse se va revelando a medida que avanza el metraje como un Shimizu menor asfixiado por la historia de la que parte. Sobre todo a partir de la llegada de los protagonistas a la ciudad la película va perdiendo interés (algo que sin duda refleja la preferencia de Shimizu por el entorno rural), y la sobreabundancia de rótulos y líos sentimentales acaba haciéndose algo pesada.

Entiendo que todo ello funcionaría mejor en el formato escrito de la novela original, pero en el filme se acusa una falta de fluidez en su segunda mitad y uno casi desearía que Shimizu se centrara en las relaciones entre los personajes dejando reposar la trama antes que en seguir toda la historia que narraba el libro original. Algo más en la línea de The Lady who Wept in Spring (Nakinureta haru no onna yo, 1933), en que todo se basaba en un escenario y unos personajes muy concretos profundizando en ellos. Además, ello quizá habría logrado que empatizáramos más con un Shuikichi que resulta incomprensible como rompecorazones y del que creo que no se transmiten adecuadamente sus dudas personales.

El resultado global no obstante tampoco es desdeñable, y aunque no es una muestra del mejor Shimizu sigue siendo un filme notable con una serie de recursos muy llamativos que justifican el visionado. Por otro lado es cierto que la historia logra transmitir sus dos principales ideas: ese contraste entre mundo rural y el hostil ambiente urbano (donde, obviamente, Shimizu se decanta por el primero) y la idea de cómo la supuesta caballerosidad y sacrificio de su protagonista, que teóricamente obra por el bien común, acaba haciendo un daño irreparable a toda la gente de su alrededor. Ese concepto tan erróneo del autosacrificio basado en «yo sé que esto es lo mejor para todos», que en el fondo es muy presuntuoso porque da a entender que la persona en cuestión sabe mejor que el resto cuál es la decisión más adecuada a tomar.

2 comentarios en “Eclipse (Kinkanshoku, 1934) de Hiroshi Shimizu

  1. Perfecto análisis de un paciente casi sano y de la dieta que debería seguir para formar parte de los más sanos del barrio. Como siempre, muy fino. Y Shimizu, incluso en un formato algo menor, como de transición (o así) siempre compensa y enseña. A mi me pasó lo mismo, que lo conocí explorando por la red. Fue un placer dejarse pescar por él.

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