Nosferatu (1922) es una de las películas más emblemáticas de la historia del cine, pero lo que no se suele recordar es que todo lo que rodeó su producción fue bastante particular y puso en peligro la supervivencia de una de las mayores obras maestras del cine mudo.
De entrada el film no era una producción de la UFA (el estudio responsable de la mayor parte de grandes películas de la época) sino de Prana Film, una productora que se creó con la idea inicial de realizar películas sobre temas sobrenaturales pero que a la práctica sólo produjo Nosferatu. El impulsor del proyecto fue Albin Grau, un personaje de lo más peculiar. Obsesionado por este tipo de temática y perteneciente a fraternidades esotéricas que rozaban la masonería, tuvo la idea de hacer una película sobre vampirismo cuando durante la I Guerra Mundial conoció a un granjero serbio que le contó que su padre era un vampiro. Cualquier persona se habría tomado eso como una anécdota extravagante, pero para Grau se convirtió en la motivación para hacer una película sobre el tema.
Por ello, encargó al guionista Henrik Galeen una adaptación del Drácula de Bram Stoker pasando por alto el pequeño detalle de que no poseía sus derechos. Para disimular se hicieron algunas modificaciones como cambiar el nombre del Conde Drácula por el de Conde Orlok, pero las similitudes entre la obra original y la película son tan palpables que resulta risible pensar que podía colar como una obra independiente.
Pese a que el film fue estrenado por todo lo alto en Alemania, la viuda de Bram Stoker, Florence Stoker, no supo de la existencia de dicha adaptación hasta que le informaron mediante una carta anónima. Stoker actuó de inmediato demandando a los productores y obviamente ganó el caso.
La sentencia provocó la bancarrota de Prana Film y se ordenó requisar todos los negativos existentes de la película para impedir su distribución. Afortunadamente, para entonces la película ya había llegado al extranjero y gracias a esa circunstancia podemos disfrutar hoy día de esta obra maestra. Lo que sí que resultó inevitable es la desaparición de algunas escenas que seguramente no estaban en los negativos que se libraron de la purga de los albaceas de Stoker – de hecho se dice que la duración original era de más de dos horas, mientras que la actual es de hora y media. Aún así, debemos sentirnos afortunados de que algunos negativos de esta joya cinematográfica permanecieran escondidos durante años o de lo contrario Nosferatu habría sido la gran película perdida de la historia del cine.
Responder