No hay nada como encontrarse con el mismísimo Douglas Fairbanks dándonos la bienvenida con los brazos abiertos al Teatro Verdi para otra intensa semana dedicada al cine mudo. Durante le Giornate del Cinema Muto, Pordenone vuelve a convertirse durante siete días en un extraño oasis en que los actores han perdido el habla y los cortos de cine primitivo pasan de ser una mera curiosidad a ser joyas aplaudidas efusivamente por un público compuesto sobre todo de archivistas, historiadores y genios del mal.
1 de Octubre
El primer día del festival en Pordenone suele ser bastante light excepto por la gran proyección de la noche, ya que muchos de los asistentes van llegando a lo largo de la jornada.
La primera sesión era una de las que forman el serial Who’s Guilty?, un conjunto de películas con argumentos y personajes independientes pero que tienen en común el narrar historias que lanzan una reflexión moral tal y como indica su título. Además, lo que lo hace tan curioso es que pese a ser un serial de historias independientes (algo ya de por sí bastante inusual), todas ellas cuentan con el mismo reparto tanto de actores principales como secundarios, destacando casi siempre la pareja protagonista Tom Moore y Anna Q. Nilsson. La primera que vimos fue Puppets of Fate (1916) de Lawrence B. McGill y Howell Hansel, en que un médico adúltero debe realizar a su mujer una operación en que la mata por accidente. La historia está algo desfasada (la escena de la operación en que le pega el martillazo fatal inevitablemente nos hizo reír) pero es interesante, además de beneficiarse de una buena actuación de Anna Q. Nilsson.
Le siguió una breve pieza documental del ciclo de cine polaco y luego un largometraje de ficción, People with No Tomorrow (1919) de Aleksander Hertz, un drama algo pesado sobre una actriz que seduce a varios hombres llevándoles a la perdición. La realización es correcta y la actriz protagonista lleva muy bien su rol, pero la historia con todos sus tópicos (¡incluyendo un duelo!) acaba aburriendo a ratos y tiene algunos momentos algo acartonados incluso para la época (ejemplo: el soldado protagonista dice a su amada que la quiere, pero justo después ve una simple fotografía de la vamp y literalmente pierde la cabeza, como si estuviera hipnotizado).
También vimos algunos breves ejemplos de «cromolitografías». Esto es, una especie de mezcla entre linterna mágica y celuloide que algunos fabricantes llevaron a cabo a finales del siglo XIX en Alemania. Se tratan pues de pequeñas escenas de personajes llevando a cabo acciones sencillas pintadas en el celuloide. Una nueva curiosidad que aprendemos de Pordenone.
Pero el gran evento del día fue la proyección de la noche que servía de introducción al festival con menos dosis de discursos que otros años. De entrada, para inaugurar el ciclo de sinfonías de ciudades una de las mejores: A Proposito de Niza (1930) de ese maravilloso director llamado Jean Vigo. El film es bastante conocido y fácil de conseguir, así que no creo que haga falta extenderse mucho sobre él. Es un prodigio audiovisual en que Vigo capta tanto las personas como los monumentos de Niza combinando planos en ángulos inusuales, muchos movimientos de cámara y algunos ralentizados. Me gusta especialmente cuando la cámara se acerca a la gente y se ve a los personajes casi molestos por la intrusión del cineasta.
Tuvimos otro ejemplo de breve documental polaco – unos bomberos y un extraño juego con una pelota gigante que movían con disparos de sus mangueras (¿?) – y la gran película de la ceremonia de inaguración: The Mysterious Lady (1928) de Fred Niblo. Una historia de amor y espías con el glamour del Hollywood de la época en la que destaca sobre todo una portentosa Greta Garbo, que por entonces continuaba cimentando el mito que se formaría a su alrededor con interpretaciones tan sensuales y al mismo tiempo llenas de sensibilidad como ésta. Buen trabajo de Niblo tras la cámara con un par de escenas de mucho suspense y excelente fotografía de William Daniels resaltando la belleza de la diva. Y para rematarlo, un acompañamiento orquestal por parte de Carl Davis, que hace justo 30 años estuvo en Pordenone dirigiendo la banda sonora de la magistral El Viento (1928).
Y acabamos el día con otro capítulo de la serie Who’s Guilty? En este caso se trata de The Tight Rein (1916) de Howell Hansel, sobre la trágica historia de amor entre el hijo de un déspota industrial y una de sus empleadas, a la que acaba echando y llevando a la perdición. Bastante mejor que el episodio de la tarde y con un final que me gusta especialmente por su ambigüedad: después del desenlace trágico, el industrial no solo no aprende ninguna lección moral, sino que cree haber tenido la razón al predecir a su hijo que el pecado lleva a la muerte.
- Detalle curioso a destacar: una de las actrices principales de People with no Tomorrow (1919) mirando a cámara en varias ocasiones, no sé si a propósito por buscar complicidad con el espectador. En todo caso le daba un encanto especial.
- Momento favorito del público: aparte del martillazo fatal del médico en Puppets of Fate (1916), la presentación de los protagonistas de People with No Tomorrow con el personaje del soldado mostrando en 10 segundos todo su arsenal de poses y miradas.
- Mi momento favorito: una escena nocturna de The Mysterious Lady (1928) en que Garbo enciende unas velas que me dejó boquiabierto por su hermosura. Está filmada con suma delicadeza y juega de forma muy hábil con la iluminación.
2 de Octubre
Empezamos con otro episodio del serial Who’s Guilty? llamado The Silent Shame (1916) dirigido por Howard Hansell. En este caso tenemos un multimillonario que desprecia a su mujer, ésta acaba buscándose un hombre que la ame de verdad y pide el divorcio. Pero su marido, un tipo con muy malas pulgas, le hace creer falsamente que se han divorciado para que ese segundo matrimonio sea ilegal. Más adelante la chantajea y ella opta por la solución más lógica: irse sin decir nada a su segundo esposo y desaparecer durante ocho años. Tiempo después su segundo marido conoce a la hija de ella, ahora una joven actriz de teatro. Dado el enorme parecido con la madre (tanto que en realidad la interpreta la misma actriz, Anna Q. Nilsson) se enamora y se casan, pero como supondrán nada bueno podrá salir de todo esto.
Muy entretenido, con alguna composición de planos muy llamativa, pero se resiente por ciertos aspectos demasiado inocentes del guión. Mi favorito es cuando la actriz compra un anillo de segunda mano para una escena de la obra en que debe suicidarse con veneno. El simpático vendedor le dice que aunque ya no tiene veneno, «aún pueden quedar restos y ser peligroso». Como supondrán, en el trágico desenlace ella decide envenenarse tomando veneno de ese anillo y su marido sigue sus pasos. No está mal para un anillo en que supuestamente «solo podían quedar restos», pero que han dado para matar a dos personas. Como dijo el espectador de detrás de mí, la moraleja es que si compras un anillo de segunda mano, siempre debes limpiarlo a fondo.
Le siguió la retrospectiva dedicada a Al Christie, un productor y director de comedias algo olvidado hoy al lado de colosos como Mack Sennett o Hal Roach. Las primeras que vimos fueron las de una pareja cómica, Mutt y Jeff, que le dieron a Christie sus primeros éxitos. En Mutt and Jeff Join the Opera (1911) el dúo intenta suerte como cantantes, mientras que en Mutt and Jeff Discover a a Wonderful Remedy (1911) se hacen pasar por curanderos pero en realidad se dedican a electrocutar pacientes. Para mi gusto el mejor es el segundo. Slapstick clásico de la época, con los dos protagonistas ejerciendo de clowns de aspecto grotesco (uno muy alto y delgado, el otro bajito y rechoncho) y mucho humor físico.
Otro actor de la casa era Neal Burns, protagonista de cortos de estilo más calmado, a lo Harold Lloyd, con un protagonista de apariencia normal enfrentado a situaciones extravagantes: en His Friend the Elephant (1916) hereda el paquidermo que da título a la película y en A Friend of Sexes (1921), sin duda el más divertido de los dos, se cree que su mujer le ha dado mellizos. Como muestra de que son obras más cuidadas, los rótulos están adornado con dibujos humorísticos, obra de Norman Z. McLeod, futuro director de comedias (leo en el catálogo que otro futuro realizador, Sam Taylor, también estuvo involucrado en estos cortos).
Mi favorito de esta serie fue Operating on Cupid (1915) de Horace Davey, con un inicio sensacional: un rótulo anuncia que al Doctor le encanta su trabajo y acto seguido le vemos en la mesa de operaciones amputando la pierna de un paciente con un cuchillo de carnicero. Slapstick y confusiones en su mejor estado, con un desenlace en que el protagonista se dedica a perseguir a tiros al médico. También merece destacarse Navy’s Blues (1923) de Harold Beaudine con una protagonista, Dorothy Devore, que hace una actuación divertidísima. Menos me gustaron los otros, como Father’s Close Shave (1920) de Reggie Morris, que para mi gusto solo destaca por su curioso prólogo, en que unos chicos roban un diario para leer la tira cómica que acaba siendo la película (de hecho el problema está en que en su afán por copiar el estilo del cómic original, los personajes acaban siendo exageradamente grotescos).
Le siguió una larga sesión dedicada a un pionero del cine italiano, Luca Comerio, con una serie de cortometrajes suyos en su mayoría documentales. Debo reconocer que no me entusiasmaron demasiado, aunque algo que siempre saco de este tipo de películas es mi curiosidad por observar la fisonomía y los gestos de la gente de la calle de hace casi 100 años (de hecho mi momento favorito es cuando en uno de sus cortos se dedica a filmar «tipos característicos» de la zona). Por lo demás destacaría, L’Avventura Galante di un Provinciano (1908), un cortometraje cómico en que el protagonista se trae un ligue a casa que resulta ser un hombre travestido, y otro llamado Excelsior (1913) que es un gigantesco número de baile coreografiado. De entre los documentales me pareció muy curioso L’Eclisse Parziale di Sole del 7 Aprile 1912 (1912) sobre todo por el momento en que se nos muestra la maquinaria con que se filmó.
A falta de alguno de los maravillosos ciclos rusos que se nos ofrecieron los dos últimos años, nos hemos conformado con películas sueltas como People Die for Metal (Liudi Gibnut za Metall, 1919), una especie de versión de Fausto en que un millonario le compra a un joven humilde dos años de su vida en los que le colmará de riquezas a cambio de romper con todas las personas de su pasado. El punto de partida es muy prometedor pero al final acaba volviéndose un tanto previsible. Como curiosidad, se desconoce su autor, y por referencias de la época se cree que pudo ser Yakov Protazanov o Alexander Volkoff.
La gran sorpresa del día para mí fue el ciclo dedicado a John H. Collins, cineasta americano contemporáneo de Griffith que a mediados de los años 10 se reveló como un gran director, pero no pudo prolongar su carrera al morir muy joven en 1918. La primera sesión nos ofreció tres cortometrajes y un mediometraje de 40 minutos de su primera etapa más desconocida. En general los argumentos a veces flojean un poco, pero dada las fechas de producción Collins se revela como un cineasta altamente eficaz sin nada que envidiar a los grandes nombres de entonces.
The Everlasting Triangle (1914) es un buen western sobre un triángulo amoroso con un final fatídico, The Mission of Mr. Foo (1915) es una especie de pastiche oriental sobre conspiraciones chinas que destaca por lo increíblemente elaborado de su diseño de producción (a cambio comete el error tan frecuente en la época de utilizar como protagonista a un occidental de ojos entrecerrados en vez de un chino auténtico, eso sin contar que los secundarios son japoneses) y el mediometraje On the Stroke of Twelve (1915) acaba haciéndose a ratos algo pesado en la escena del juicio, un formato más adecuado para el sonoro, pero a cambio cuenta con detalles muy interesantes como un doble flashback y un simpático plano final con las siluetas de los protagonistas besándose sobre un reloj que da las doce.
La joya de esta sesión fue sin dudarlo The Man in the Dark (1914), un conmovedor melodrama sobre un hombre que renuncia a la mujer de su vida por creer erróneamente que ésta le engaña con otro. Algunos detalles quedan algo anticuados (por ejemplo ese iris con forma de corazón) pero mantiene perfectamente la alta sensibilidad de la historia y el desenlace es de una enorme emotividad.
Uno de los platos fuertes del ciclo dedicado a cine polaco era Janko the Musician (1930) de Ryszard Ordyński, un melodrama muy célebre en su época por ser una de las primeras películas sonoras del cine polaco. Desafortunadamente, la versión sonora ha desaparecido y nos tenemos que contentar con la muda. Ello implica que en numerosas ocasiones vemos a los personajes cantando en pantalla o tocando música más tiempo del que sería normal en una película muda. Eso es porque esas escenas estaban pensadas para que oyéramos toda esa música, de modo que perdemos el efecto, aunque el excelente acompañamiento que tuvimos por parte de tres músicos lo compensó perfectamente.
Janko the Musician está formado por tres segmentos claramente diferenciados. El primero, que relata la triste infancia del protagonista en el campo es sin duda el mejor de todos: el director plasma muy eficazmente el ambiente campestre y cómo el pobre Janko es considerado un estorbo por vivir solo para su música, intentando apañarse con un violín construido por él mismo. Es también la parte que tiene más en común con el relato original, mucho más crudo y realista que el film. Seguidamente, Janko va a parar a un reformatorio acusado injustamente de robo y escapa siendo adulto. La segunda parte se centra en sus vivencias en la ciudad y funciona sobre todo por el divertidísimo trabajo de dos secundarios que encarnan a un par de granujillas caraduras pero con cierto código de honor. Los interpretan dos famosos actores de vodevil de la época, Adolf Dymsza y Kazimierz Krukowski, que también cantan algunas canciones que, a juzgar por la reacción del público, deben ser de tipo humorístico.
Finalmente, el tercer segmento es el más flojo de todos y el que arrastra la película hacia la aparición del clásico villano malísimo que intenta volver a entregar a Janko a la policía. No obstante el resultado global es positivo
Cerramos el día con el ciclo dedicado al diseñador de producción William Cameron Menzies, más concretamente con Kindred of the Dust (1922) dirigida por el infalible Raoul Walsh como una producción independiente co-protagonizada por su mujer Miriam Cooper. Se trata de un film que escapa por completo al tópico de Walsh como un hombre de acción, ya que es un melodrama familiar que por otro lado trata un tema muy atrevido para la época. El hijo de un importante millonario se hace amigo de una humilde muchacha y crecen juntos, pero cuando ambos se separan (él a la universidad, ella a probar suerte como cantante) la desgracia se apodera de la joven: vuelve al pueblo con un niño pero sin marido. Todos los habitantes se confabulan contra ella por haberse deshonrado y el padre del muchacho se opondrá a un matrimonio que manchará el buen nombre de la familia. Muy buen ataque a la intolerancia e hipocresía, aunque excesivamente larga y un tanto reiterativa.
- Joya a descubrir: The Man in the Dark (1914).
- Detalle curioso a destacar: el detalle de que en los cortos de Mutt y Jeff en lugar de rótulos hubiera una especie de subtítulos con los diálogos (ver fotograma de arriba) y el zapato perdido en la ostentosa coreografía de Excelsior (1913), que se quedó tirado en medio del escenario y que no pude dejar de mirar.
- Mi momento favorito: el conmovedor plano final de The Man in the Dark (1914).
3 de Octubre
Como de costumbre, empezamos el día, no solo con un vigorizante desayuno sino con otro episodio del serial Who’s Guilty? En realidad en este caso son dos, pero del primero, Sowing the Wind (1916), nos falta el primer rollo y resulta algo difícil de juzgar. El segundo, Beyond Recall (1916) de Howard Hansell es notable pese a los excesos típicos de estos dramas (incluyendo una mujer que se toma tan mal que su amante se vaya dos años a Sudamérica que se suicida de un disparo), y resulta un buen alegato contra la pena de muerte.
Equipo de rodaje de The Call of the Sea
La mañana del lunes resultó ser bastante contundente al contar con una película de más dos horas como segunda proyección: The Call of the Sea (Zew Morza, 1927) de Henryk Szaro. Enmarcada dentro del ciclo de cine polaco, The Call of the Sea es una gran producción que se realizó para aprovechar que Polonia había recuperado el acceso al Mar Báltico y que por tanto podía permitirse rodar películas marítimas. No obstante, la mayor parte del film está dedicada al romance entre el capitán protagonista y una amiga de su infancia que está prometida con un joven inútil de una familia adinerada.
Resulta un tanto decepcionante encontrarnos ese tipo de historia ante un título tan prometedor y tras haber visto la carismática presentación de miembros del barco, que se nos antojan algo desaprovechados. Pero no teman, el tramo final a cambio tiene una larga escena de rescate muy bien filmada en la que además participaron barcos y un avión auténticos del ejército.
Una de mis debilidades de Pordenone son esas magníficas sesiones de cine primitivo, repletas de cortos que nunca antes había visto y que son de estilos tan heterogéneos que cada uno es una sorpresa. Hoy día uno puede montarse su sesión particular con los centenares de vídeos que hay en Youtube, pero en mis tiempos les aseguro que no era nada fácil acceder a este material.
La de hoy, cuya temática en común era el dinero, tenía para mi gusto los siguientes films a destacar: Butalin troppo Onesto (1912), una comedia de persecuciones en que un hombre demasiado honesto intenta devolver a otro la cartera que se le ha caído; When Wealth Torments (1912), en que un joven intenta conseguir la mano de una muchacha rica consiguiendo el favor de su madre haciéndose pasar por otros pretendientes adinerados pero espantosos; Le Roi des Dollars (1905) de Segundo de Chomón con un caballero que escupe monedas; Victime des Créanciers (1906) en que un hombre se encuentra acreedores persiguiéndole por toda la casa y finalmente uno de los más divertidos, Gratis (1911), en que un cartel con esa inscripción va posándose por error en diversos sitios provocando confusiones.
Otra de las grandes proyecciones del día era Algol, la Tragedia del Poder (1920), pero no me detendré en ella porque ya la comentamos hace tiempo. En su lugar saltaré a Ildfluen (1913) de Einar Zagenberg, una película danesa que narra una de las historias más arquetípicas de la época: los gitanos secuestradores de inocentes niños. En este caso un matrimonio de gitanos se llevan a una niña de una familia rica y su hermano mayor va tras ellos.
Ildfluen es de esos films que tienen el encanto de la absoluta inocencia del cine en sus primeras décadas. Para disfrutarlo uno tiene que entrar en el juego y obviar una serie de detalles como que el niño en lugar de llevar a su hermana de vuelta decida unirse a los gitanos o que en doce años nunca se les ocurriera escapar (eso por no mencionar que las muestras de amor entre los hermanos a veces parecen algo sospechosas). Una película tan entretenida como absurda con dos puntos cumbre: el número de circo que protagoniza ella (muy vistoso con fuegos artificiales) y una escena de suspense con una bomba en una torre (porque cualquier otra forma más sencilla y rápida de matar a alguien es demasiado vulgar).
Seguimos con el ciclo de William Cameron Menzies, primero con un simpático corto sonoro musical, Glorious Vamps (1930) que muestra vampiresas a lo largo de la historia y acaba, aún no sé bien por qué, con una mujer cantando que le gustan los hombres de todo tipo con imágenes superpuestas de rostros de lo más variopinto.
Le siguió La Tempestad (1928) de Sam Taylor, un vehículo para el actor John Barrymore situado en la Rusia pre-revolucionaria. A nivel de ambientación, es una maravilla que justifica que se le haya dedicado un ciclo a Menzies, así como el excelente trabajo de dirección de Sam Taylor. Barrymore por otro lado está irresistible como en casi todas sus actuaciones de su edad de oro, pocos sabían combinar como él la comicidad y el porte heroico, triunfando en ambas facetas. Flojea un poco más el guión con la prototípica historia de amor que además resulta poco creíble, pero por suerte su tono más liviano la hace llevadera.
En lo que respecta a la historia, en fin, ¿qué van a esperar de una producción de Hollywood sobre la Revolución Soviética? Es llamativo ver cómo el personaje del revolucionario tiene una apariencia aterradora, casi de demonio, que hace que incluso mensajes aparentemente positivos («El poder ha de ser del pueblo») en su boca suenen como algo malo. Una idea que me vino a la cabeza es que, curiosamente, para retratar al pueblo que se rebela esta producción de Hollywood utiliza el mismo tipo de rostros que cineastas como Eisenstein: feos, sucios y vulgares… pero, claro está, con propósitos totalmente opuestos. De modo que disfruten de la excelente producción y de su protagonista, y olviden el trasfondo social, porque lo más parecido que tendremos a un mensaje mucho me temo que será que «el amor puede con todo».
¿John Barrymore pactando con un revolucionario o con el diablo? Bueno, para Hollywood viene a ser lo mismo.
- Joya a descubrir: Algol, la Tragedia del Poder (1920)
- Detalle curioso a destacar: la inesperada aparición en The Call of the Sea (1927) de un perro marinero en el barco, con gorro incluido. Sí, tal cual suena.
- Mi momento favorito: la escena de rescate de The Call of the Sea y varios de los cortos de cine primitivo.