Cuando el Festival de Pordenone llega a su fin es bastante habitual que el asistente sufra una especie de jet lag. Tras tantos días dedicando la mayor parte de horas a estar encerrado en un teatro viendo películas mudas llega un punto en que uno se olvida de la realidad a la que luego deberá inevitablemente enfrentarse. El efecto desaparece aproximadamente cuando uno dejar de escuchar música de piano en su cabeza y se vuelve a acostumbrar a ver películas que, oh sorpresa, ¡tienen sonido! Aunque da algo de pena ver cómo el festival llega a su fin, después de todo supongo que tampoco es saludable estarse más de una semana en estas condiciones.
6 de Octubre
El jueves llegué un poco tarde al Teatro Verdi, pero por suerte eso no constituyó un grave problema, dado que con el serial Who’s Guilty? más o menos puedes intuir rápido qué ha pasado en los pocos minutos que te has perdido. ¿Previsibles? Sí, pero la gracia de Pordenone es que no solo se proyectan grandes obras sino también films medianos que nos dan una idea de cómo eran las películas de la época que no pasarán a la historia.
El de hoy, Weighed in the Balance (1916), en todo caso era uno de los mejores. En primer lugar porque vuelve a tener cierta ambigüedad: Tom Moore se pelea con su jefe de fábrica porque éste le ha quitado a Anna Q. Nilsson y el primero le despide, lo cual provoca una huelga en la fábrica. La cuestión es que, aunque el jefe sea antipático, la señorita Nilsson le ha escogido a él libremente (no podemos culparla por querer cambiar un poco de pareja después de tantos episodios con Moore), por tanto no hay un responsable directo de todo lo que sucede. A destacar además las escenas de la huelga y del enfrentamiento con los soldados, un tema por desgracia muy de actualidad en su estreno, como ya comenté en otro post.
Seguimos con el ciclo de sinfonías de ciudades con dos muy a tener en cuenta y otra no tanto. Halsted Street (1934) de Conrad Friberg es un maravilloso corto sobre la ciudad de Chicago que tiene ese estilo tan libre y ágil combinando planos de crítica social con otros más puramente estéticos de escaparates y edificios. Por otro lado, Fukko Teito Shinfoni (1929), centrada en la ciudad de Tokio, tiene una finalidad muy concreta: mostrar la reconstrucción de la capital nipona después del terremoto de 1923 y cómo de esta forma se aprovechó para convertirla en una ciudad más moderna. No tan llamativo como el anterior a nivel estético pero aun así muy interesante.
En cambio, Beograd – Prestonica Kraljenive Jugosalvije (1932) me gustó bastante menos. De hecho no creo siquiera que sea una sinfonía de una ciudad estrictamente hablando, sino un documental convencional sobre Belgrado y su crecimiento que además se hizo bastante largo (una hora).
Una de las cosas que más he echado en falta es alguna retrospectiva sobre cine soviético, ya que en las dos anteriores ediciones fueron sin duda de los mejores programas del festival. A cambio, este año se han programado curiosamente muchas películas ambientadas en Rusia, hasta el punto de que yo ya he perdido la cuenta. Der Adjutant des Zaren (1929) de Vladimir Strizhevsky es una de esas obras que muestran uno de los aspectos que más me gustan de Pordenone: el darnos a conocer grandes films absolutamente desconocidos, adentrarse con cierta descofianza en la proyección de una película que a uno ni le suena y salir con ganas de darla a descubrir a todo el mundo.
Siguiendo con las coincidencias soviéticas, el argumento es prácticamente el mismo que el de The Mysterious Lady (1928), que vimos el primer día del festival: una historia de amor entre un oficial del zar y una mujer que resulta ser una espía. La diferencia es que en este caso la primera mitad del film es pura comedia, con los dos protagonistas obligados a hacerse pasar por un matrimonio. Exquisita, elegante y muy ágil, muy en la línea de Lubitsch.
Cuando irrumpe el tono más dramático y de suspense, no baja el nivel, ni se recrea en largas escenas amorosas. Del mismo modo, su actor principal, Ivan Mozhukhin (como veremos, el gran protagonista del día) está magnífico en este doble papel de galán y de héroe. Y para rematarlo, el guión es totalmente fiel a la personalidad y el código de honor de su personaje, de modo que en lugar de darnos el final feliz más tradicional, opta por otro que encaja con los personajes. Una obra magnífica, no sé de dónde ha salido pero debería ser más conocida – de hecho, la prefiero a la película de la Garbo con la que comparte argumento.
Como veremos, este día mantuvo un nivel muy alto. Por ejemplo, la sesión de westerns fue la mejor de las tres que vi, dedicada además a un tema más atípico: las cowgirls. Resulta llamativo que hubiera más protagonistas femeninas en westerns primitivos que en la época clásica de Hollywood, donde salvo excepciones puntuales como Johnny Guitar (1954) o Cuarenta Pistolas (1957) no se han prodigado mucho en la pantalla.
En Broncho Billy’s Narrow Escape (1912) de G. M. Anderson tenemos un atípico inicio en que Broncho Billy se enfrenta a su aventura más arriesgada: cantar canciones junto a una chica huyendo de su compañero de cabaña, no muy amante de la música. Pero la clave es que más adelante aquí será ella la que le rescate a él, y no al revés. En A Girl of the West (1912) de Rollin S. Sturgeon tenemos no a una sino a dos cowgirls, una en el bando de los buenos y otra en el de los malos. Y en mi favorito de esta sesión es The Craven (1912), también de Rollin S. Sturgeon, una mujer se casa con un vaquero que la seduce con mentiras sobre sus hazañas, para luego descubrir que es un cobarde. Una película muy atípica, en que ella debe atrapar a un bandido por él y un desenlace extrañamente amargo: en lugar de descubrirse su cobardía, el resto de compañeros siguen creyendo que es un valiente y en el último planos vemos a su entristecida mujer consciente de que le espera una vida gris al lado de un hombre muy diferente al que esperaba.
Uno de los redescubrimientos más interesantes de esta edición era Behind the Door (1919) producida por Thomas Ince y dirigida por Irvin V. Wilat, un film que quizá no les suene pero que en su época levantó mucha polémica. Basado en un relato breve, tiene como protagonista un capitán de barco que lucha en la I Guerra Mundial. La película contiene dos escenas que en su época se consideraban tan brutales que algunos críticos aconsejaban al público femenino que no se acercaran a verla: en la primera vemos como el capitán de un submarino (Wallace Beery) secuestra a una joven recién casada, y literalmente la lanza a su tripulación para que puedan abusar de ella; en la segunda se nos da a conocer la venganza que le ha infligido el protagonista, quien le ha arrancado la piel a tiras hasta matarlo. No se ve nada obviamente, pero aun así resulta muy chocante para el espectador
Más que una película de guerra (ya que de hecho no vemos ninguna batalla), Behind the Door es una historia de venganza sobre la deshumanización de la guerra, que hace que los miembros de un submarino se comporten como bestias salvajes con una mujer, que la gente de un pueblo quiera linchar a un hombre solo por tener ascendencia germana o que el protagonista sea capaz de practicar una tortura tan escalofriante a otra persona. A destacar el impresionante prólogo cuando el protagonista regresa desolado del frente a su tienda ahora convertida en ruinas. Ha sobrevivido a la guerra, pero toda su vida está acabada.
Entre dos películas tan intensas como ésta y la sesión nocturna tuvimos un pequeño descanso en forma de cortos de cine primitivo del pionero británico Robert W. Paul. Éste es uno de los muchísimos nombres que dirigieron cientos de cortos en los orígenes del cine y que resulta de especial interés por el ingeniosísimo uso que hace de trucajes de todo tipo.
Resulta difícil destacar entre tantos de los maravillosos cortos que vimos, pero mencionaré Undressing Extraordinary (1901), en que un hombre intenta desnudarse para meterse en la cama pero cada vez que se quita una pieza de ropa le aparece otra nueva; An Over-Incubated Baby (1901) en que una incubadora envejece prematuramente a un bebé convirtiéndole en un anciano; The Hand of the Artist (1906), que muestra de forma muy conseguida como los personajes de una imagen cobran vida; The Fatal Hand (1907), centrado en la persecución a un maníaco asesino escapado de un internado, y mi favorito, The Medium Exposed (1906), con una soberbia falsa sesión de espiritismo. Éste y muchos otros están disponibles en Youtube.
Uno de los momentos cumbre del festival fue sin lugar a dudas la proyección de la versión recién restaurada de la maravillosa Kean ou Désordre et Génie (1924) de Alexander Volkoff, un clásico del cine mudo francés. Basada en una pieza de Alexandre Dumas, narra las vicisitudes de Kean, un actor shakesperiano del siglo XIX que goza de un éxito enorme pero que poco a poco va hundiéndose a causa del amor casi enfermizo que siente hacia una condesa. Ésta es una de esas películas que no se pueden explicar, porque una mera descripción del argumento da una idea muy alejada de lo que es. La grandeza de Kean es que consigue algo tan cinematográfico como sumergirnos en el universo y la mente del actor para que luego entendamos su caída en desgracia, no de forma racional, sino por habernos metido en su piel.
El mérito aquí es doble: por un lado Alexander Volkoff hace un trabajo de dirección extraordinario, imaginativo, lleno de recursos visuales de todo tipo pero siempre de cara a favorecer la historia y no por puro virtuosismo; y por el otro, tenemos a Ivan Mosjoukine (del que ya vimos una película esta mañana) en una interpretación absolutamente inconmesurable. Considerado por él mismo como el papel más difícil de su carrera, Mosjoukine transmite con suma sensibilidad la absoluta fragilidad de su personaje; alguien que aparentemente lo tiene todo pero que en realidad parece que vaya a venirse abajo en cualquier momento.
A destacar también el precioso acompañamiento musical de Neil Brand al piano y dos escenas que sintetizan el virtuosismo técnico y la sensibilidad de la película: la escena de la borrachera y el baile en el bar, un absoluto prodigio que en su momento los proyeccionistas volvían a pasar una segunda vez por demanda del público; y el tristísimo pero también precioso desenlace, de ésos que puede acabar arrancándoles una lágrima. Dos horas y media intensas e inolvidables.
- Joya a descubrir: Der Adjutant des Zaren (1929).
- Mi momento favorito: la escena final de Kean con ese conmovedor acompañamiento a piano.
- Momentos favoritos del público: la hilarante escena de Kean (1924) en que su ayudante se disfraza de tigre para ahuyentar a los acreedores y la escena final de uno de los westerns de cowgirls llamado Sally’s Sure Shot (1913), en que ésta consigue acertar con un disparo desde una respetable distancia la mecha de dinamita que iba a hacer volar su casa. El público le dedicó una merecida ovación.
- Detalle a destacar: la impagable incubadora de An Over-Incubated Baby (1901) con el dibujo del «Antes» y «Después».
7 de Octubre
Las apuestas estaban animadas esta mañana en Pordenone de cara al siguiente episodio de Who’s Guilty? Las posibilidades eran múltiples: ¿cuántos personajes morirían en el episodio? ¿cuántos se suicidarían? ¿por qué motivo no podrían casarse en esta ocasión Tom Moore y Anna Q. Nilsson? En The Goad of Jealousy (1916) por suerte nos encontramos con una historia algo diferente, no centrada en un amor imposible sino en una esposa reconcomida por unos (injustificados) celos hacia cualquier mujer que mire a su marido. Y, esta vez sí, el desenlace realmente presenta la ambigüedad que creo que es el punto fuerte de este serial.
Tenía muchas expectativas hacia Blue Jeans (1917), considerada una de las obras cumbre de John H. Collins, pero debo reconocer que no se cumplieron del todo. No niego que sea una buena película, pero el defecto que tiene es que a día de hoy es demasiado melodramática: una joven huérfana que es atacada por un jardinero cuando ella solo quería coger flores para la tumba de su madre, dos ancianitos que han perdido a su hija y la acogen como nieta, el villano tan malo que nada más verla llegar al pueblo intenta abusar de ella… Ciertamente, acaba siendo demasiado.
La obra de teatro original se centraba en el protagonista masculino, un joven que regresa al pueblecito de su familia e intenta abrirse paso como político, pero es acosado por la mujer de un primer matrimonio que en realidad fue inválido y por el cabecilla local. Collins en cambio centró la atención en el personaje que interpreta su mujer, Viola Dana (una vez más excelente en su papel), convirtiéndola en una sufrida heroína enfrentada a los prejuicios cerriles del pueblo. A destacar una famosa escena de rescate en que ésta salva a su marido de una sierra mecánica, una situación que luego se ha copiado numerosas ocasiones.
Y si ayer tuvimos a Robert W. Paul, hoy es el turno de otra figura esencial del cine de los orígenes: Émile Cohl. Si bien tradicionalmente se le suele asociar con sus trabajos de animación, Cohl también tiene en su currículum un buen número de cortometrajes humorísticos de acción real. El programa se centraba sobre todo en los que protagoniza un personaje bautizado Jobard, interpretado por un tal Lucien Cazalis que destila una gran comicidad en un estilo similar al gran Max Linder. En Jobard a Tué sa Belle-Mère (1911) cree erróneamente haber matado a su suegra pero para su desgracia ésta sigue viva y coleando; en Jobard Change de Bonne (1911) descubre que su doncella es una juerguista y decide pillarla disfrazándose de Napoleón (!!) y en mi predilecto, Jobard Ne Veux Pas Voir les Femmes Travailler (1911), ayuda a todas las mujeres que ve en la calle trabajando pero luego a cambio en su casa trata a su mujer como una esclava.
Un par más de films de Cohl no protagonizados por Jobard que merecen destacarse por su imaginativo uso de animación y acción real: Le Retapeur des Cervelles (1911), con una alucinante secuencia que recrea lo que sucede en el cerebro de un anciano «ligeramente gagá» y Le Cheveu Délateur (1911) en que una especie de mago descubre el pasado de un hombre a través de un cabello suyo. Por cierto, no puedo dejar de mencionar lo grata que es la experiencia de ver estos cortometrajes primitivos en pantalla grande, pudiendo captar docenas de detalles que perdemos viéndolos en nuestros televisores y ordenadores.
Pasamos a la tercera y más floja de las sesiones dedicadas a orígenes del western, en este caso centrada en películas de indios. Debo decir que aunque resultaban muy interesantes por mostrarnos los inicios del género, solo dos de los cinco cortometrajes de esta tanda me llamaron algo la atención, casualmente los que tratan sobre indios que se encuentran en la encrucijada entre dos culturas: When the West Was Young (1913) de W. J. Bauman en que un indio ayuda a una niña blanca a sobrevivir a un ataque y The Lieutenant’s Last Fight (1912) de Francis Ford, en que el indio protagonista ingresa en una escuela militar pero es expulsado a causa de una pelea. Más adelante se produce un enfrentamiento entre soldados e indios y el protagonista evita por su cuenta una masacre a un carro de mujeres y niños. Finalmente es atacado por uno de los suyos y muere «sin que nadie le comprenda, sin honor y sin tumba».
Antes de la sesión nocturna cacé uno de los redescubrimientos de este año, un film italiano titulado L’Onore Riconquistato (1913), en que un capitán se endeuda y pide ayuda económica a su hermana. Éste le envía el dinero pero su marido cree erróneamente que tiene un amante y la expulsa de su casa. En paralelo, el capitán se ve obligado a dejar el ejército a causa de sus deudas pero se reincorpora cuando Italia declara la guerra a Turquía. Un melodrama correcto con el aliciente de ser una de las pocas películas de la época que recrean, aunque solo sea en unas breves escenas, la Guerra de Libia.
Para la sesión nocturna teníamos un doble programa bastante interesante. El primero tenía como aperitivo unos cortometrajes recientemente restaurados (no olvidemos que una de las grandes razones de ser de este festival es exhibir y reivindicar las restauraciones) y como plato principal la comedia Erotikon (1920) de Mauritz Stiller. No me detendré en ella, puesto que es un clásico del cine mudo sueco bastante conocido que me congratuló ver que fue bien recibido.
Prefiero saltar a la siguiente sesión encuadrada dentro del ciclo de sinfonías de ciudades, una de las más especiales y mágicas de todo el festival. Como la proyección anterior se retrasó bastante respecto al horario previsto y a estas alturas el agotamiento ya hacía mella en muchos de los asistentes, la sala estaba medio vacía al ser casi medianoche. Pero los que decidimos quedarnos aguantando el sueño (o las ansias de ir al bar de enfrente del cine) recibimos una gratísima sorpresa: no solo la selección de films era muy buena, sino que la banda sonora resultó perfecta, enfatizando ese toque abstracto y surreal de las imágenes que estábamos presenciando. Incluso la hora de proyección era la adecuada, porque toda la sesión tuvo algo casi de onírico.
Dos de esos cortos son viejos conocidos para los interesados en cine vanguardista o absoluto: Jeux de Reflets et de la Vitesse (1925) de Henri Chomette y Les Nuits Électriques (1929) de Eugène Deslaw. El resto son menos habituales: la checa Bezúčelná procházka (1930) de Alexander Hackenschmied, que sigue el paseo de un ciudadano y tiene un estilo muy similar al mítico Berlín, Sinfonía de una Ciudad (1927) de Walter Ruttmann; La Zone de Georges Lacombe, que fue el que tenía un tono más puramente documental mostrando los barrios pobres de París, y la austríaca Prater (1929) de Friedrich Kuplent, mucho más en la línea de esas sinfonías con un estilo vanguardista. En conjunto todo una maravillosa experiencia audiovisual.
- Joya a descubrir: los cortometrajes Bézuc Elná Procházka (1930) y Prater (1929).
- Mi momento favorito: toda la sesión de sinfonías de ciudades
- Momento favorito del público: Jobard leyendo tranquilamente el periódico en Jobard Ne Veux Pas Voir les Femmes Travailler mientras se ve a su mujer haciendo todas las tareas del hogar en efecto fast forward.
8 de Octubre
La primera señal de que el festival estaba llegando a su fin fue el encuentro con el último Who’s Guilty? bautizado como The Irony of Justice (1916). A su favor está el hecho de que aquí Tom Moore y Anna Q. Nilsson son hermanos, por tanto, el argumento no sería otra vez una historia de amor desafortunada entre ellos (¡o al menos eso queríamos creer!). En su contra, tenemos que se trata de una copia incompleta de 12 minutos, de modo que nos quedamos un poco a medias sin conocer el dilema moral del desenlace. Fue un ciclo ciertamente interesante, que los más madrugadores acabamos siguiendo puntualmente como si fuera un culebrón televisivo.
Seguimos con el ciclo de Al Christie, que reconozco que no me ha hecho despertar más entusiasmo por él pero que no obstante nos dio películas bastante simpáticas. La primera no era una comedia, sino un pequeño documental bautizado Behind the Screen (1912) sobre la forma de trabajar en un estudio de Hollywood. Lo disfruté mucho por permitirnos ver todo el proceso de rodar estas sencillas comedias: los carpinteros montando y desmontando al instante las paredes, el director dando instrucciones a los actores, la forma como éstos pasan de comportarse con normalidad a actuar como lunáticos cuando están rodando y cómo, después de filmar el plano, sonríen satisfechos. En esos segundos podemos ver el paso del clown a la persona normal.
Pasando ya a los cortos, destacaría aquellos que implicaban disfraces y segundas identidades, como Second Childhood (1923) de Harry Beaudine en que el protagonista debe hacerse pasar por un niño pequeño. Destaca la comicidad de Bobby Vernon, principal estrella de la plantilla de Al Christie, y el papel secundario de niña consentida interpretado por Babe London, otro rostro habitual muy reconocible por su obesidad, que se prestaba para actuaciones cómicas y exageradas.
También tuvimos nuestra última sesión con John H. Collins de la mano de Riders of the Night (1918), una de sus últimas obras antes de fallecer prematuramente a causa de la epidemia de gripe española. Tenemos los mismos ingredientes conocidos: ambientación en la América rural, Viola Dana como heroína protagonista y una historia típicamente melodramática sobre una chica a quien su tía le obliga a casarse con un hombre detestable.
Inicialmente me pareció claramente el más flojo de los largos de Collins, en parte por faltar los primeros minutos de film, pero a medida que avanza la trama y el argumento se pasó a centrar en un asesinato vuelvo a confirmar la maestría de su creador. No solo tenemos otra escena de rescate al último momento excelentemente dirigida sino una serie de planos nocturnos en espacios interiores que me dejaron boquiabierto, en especial uno del abuelo moribundo que le daba un tono tenebroso (casi opresivo) y otro del asesinato que jugaba con reflejos de sombras. Collins definitivamente es uno de los nombres que me quedo de esta edición.
Un Hombre Fuerte (1929) de Henryk Szaro es, junto a la ya comentada Pan Tadeusz (1928), la película más conocida – es un decir – del cine mudo polaco. En el caso de Pan Tadeusz se puede entender por ser una ambiciosa producción que buscaba representar la identidad de su país, de forma que es una elección obvia. Pero con Un Hombre Fuerte el motivo está sin duda en su estilo tan moderno, que hace que seguramente sea más interesante para el público actual que la anterior. La intención del director era claramente hacer una película de estilo ágil y moderno, y para ello se rodeó de un equipo de técnicos y actores de diversos países europeos empleando técnicas muy llamativas como ciertos segmentos con montaje rápido.
El punto flojo del film para mí es que no está a la altura de su apabullante inicio, que nos narra con un estilo frenético y decadente la historia de un hombre que se apropia de un escrito de un amigo suyo muerto para publicarlo como una novela propia, consiguiendo así una enorme fama. Una vez ese ambiente enfermizo se desvanece, la película acaba guiando la trama hacia un previsible triángulo amoroso (¿cuántos llevamos ya en el festival?) donde se pierde ese estilo tan llamativo. Muy buena pero para mí no cumple las expectativas de su fama y de su inicio.
Y ahora sí, nos acercamos a la recta final con la sesión de clausura del festival. Como aperitivo, la comedia The Little Rascal (1922) protagonizada por Baby Peggy. Ésta era una actriz infantil que gozó de un enorme éxito en la época y que a día de hoy constituye una de las pocas actrices de la era muda que sigue con nosotros. De hecho tras la proyección el director del festival, Jay Weissberg, nos hizo saber que la ex-actriz a día de hoy se encuentra en una situación económica algo difícil y que existe una campaña por internet para recaudar dinero. En lo que respecta al corto, cabe reconocer que Baby Peggy tenía un don para conquistar la cámara. Puede que sus travesuras no sean especialmente ingeniosas, pero me resultó sorprendente ver lo bien que desplegaba sus gracias infantiles, incluyendo una imitación de Charlot.
Pero la gran proyección de la noche y uno de los grandes eventos del festival fue El Ladrón de Bagdad (1924) de Raoul Walsh protagonizado por Douglas Fairbanks. Había dos motivos para incluir la película en el programa. El primero es el reciente redescubrimiento de la banda sonora que Fairbanks encargó especialmente al compositor Mortimer Wilson. Era insólito gastar dinero en esa época para una banda sonora específica para la película, pero Fairbanks quería que este trabajo fuera lo más perfeccionado y artístico posible. Ya solo el detalle de poder ver la película con esa banda sonora interpretado por una orquesta era aliciente de sobras para los que ya conocíamos el film.
El otro motivo es que sirve como broche de oro al ciclo dedicado a William Cameron Menzies. Tengo la sensación de que estos días no lo he enfatizado lo suficiente, pero ha sido el ciclo del programa al que más importancia le ha dado el festival en esta edición; de modo que tiene sentido cerrar con una obra que nos muestra la maestría de Menzies en todo su esplendor, con esos impresionantes decorados de fantasía arábiga.
¿Y qué decir de la película? Douglas Fairbanks siempre funciona especialmente bien en Pordenone (y en cualquier cine lleno de entusiastas) y es todo un placer disfrutar de sus acrobacias realizadas con tanta gracilidad y de su desbordante carisma. Cuando Doug está contento no se limita a sonreír, eleva los brazos y gesticula entusiasmado, tiene que expresar sus sentimientos literalmente con todo su cuerpo. También esta proyección me hizo darme cuenta de cómo cambia la percepción de una película según las circunstancias. Circulan por ahí ediciones en DVD nefastas de este film con un acompañamiento musical terrible y la experiencia es radicalmente diferente.
No obstante, El Ladrón de Bagdad no es de mis Fairbanks favoritos por un motivo muy concreto: creo que los efectos especiales y los magníficos decorados acaban eclipsándole, y quizá por eso tiene sentido acabar el ciclo Menzies con una película en que consigue imponerse a su estrella. De hecho, me gusta más la primera parte, donde le vemos desplegando sus dotes atléticas con mayor libertad, que la segunda centrada en aventuras fantásticas. El hecho de que al final venza a los malos no con una exhibición atlética sino usando su magia, para mí es muy significativo. Pero en todo caso, es una grandísima película no se hace larga en sus dos hora y media y que constituye una celebración del cine como espectáculo bien hecho.
- Joya a descubrir: Riders of the Night (1918).
- Mi momento favorito: el plano de Behind the Screen (1912) en que se ve al director y el equipo riendo ante una escena que se está filmando y nosotros no vemos.
- Momento favorito del público: las trastadas de Baby Peggy tuvieron mucho éxito, especialmente una escena en que se hacía pasar por una escultura quedándose inmóvil.
- Detalle a destacar: un corto de Al Christie, Monkey Shines (1920), que ya utiliza la premisa de un suero rejuvenecedor con presencia de primates adelantándose más de 30 años a Howard Hawks y su Me Siento Rejuvenecer (1952).
Epílogo
Y como cierre, un pequeño resumen sobre mis impresiones del festival:
- Películas favoritas:
- Kean ou Désordre et Génie (1924) de Alexandre Volkoff.
- Montecristo (1929) de Henri Fescourt.
- The Girl Without a Soul (1917) de John H. Collins.
- El Jardín del Edén (1928) de Lewis Milestone.
- Des Adjutant des Zaren (1929) de Vladimir Strizhevsky.
- Behind the Door (1919) de Irvin V. Willat.
- Mayor decepción: Pan Tadeusz (1928) de Ryszard Ordynski.
- Sesión más especial: la de cortos de sinfonías de ciudades del viernes 7.
- Mejores acompañamientos musicales:
- Mauro Colombis en las sinfonías de ciudades ya citadas dándoles un toque onírico-abstracto.
- Günter Buchwland en Un Hombre Fuerte (1929) con ciertos pasajes que mantenían el tono enrarecido de la película.
- Y el siempre magnífico Neil Brand en Kean (1924).
- Comedia que provocó más risas: sin duda El Jardín del Edén (1928) de Lewis Milestone y los cortos de Émile Cohl.
Y algunos de mis rótulos favoritos:
- «Tengo que ayudar en una operación, cariño. Estaré contigo tan pronto se muera el paciente«. Operating on Cupid (1915) de Horace Davey.
- «Desesperado por su pérdida, Raymond se pasó a la bolsa de valores«. The Man in the Dark (1914) de John H. Collins, demostrándonos que hay que estar muy desesperado para pasarse al mundo de la bolsa… y eso que aún no había llegado el crack del 29.
- «Seis meses después, con la muerte de su serpiente y la pérdida de su brazo, volvemos a tener al feliz Tony de antes«. The Rattlesnaje – A Physical Species (1913) de Romaine Fielding.
¡Qué lujo de semana en la Pordenone, herr Caligari! Interesante, aunque quizás con un nivel de interés más bajo, en lo que a «joyas a descubrir se refiere», si la comparamos con la edición del pasado año. En cualquier caso, hallazgos bienvenidos.
Un saludo
Silveria
La impresión que tengo es que los otros años las grandes joyas estaban más repartidas y que en esta edición se han concentrado todas el miércoles y jueves. Puede que tenga razón y en global sea algo inferior al 2015, pero tampoco mucho, siempre se aprenden nuevos títulos y cineastas de aquí. Confío que acaben llegando a todos tarde o temprano.
Un saludo.