Una de las ventajas del Festival de cine mudo de Pordenone respecto a otros similares (como por ejemplo su competidor más directo, el de Bolonia, al que por otro lado también me encantaría ir), es que todas las películas se proyectan en un mismo sitio, por tanto no hay solapes.
No obstante, eso tiene un inconveniente: como es posible ver todo, el recién llegado al festival seguramente querrá cometer la locura de intentar ver realmente todo. No lo intenten. Al final uno acaba devorando películas por gula incapaz de disfrutarlas a causa del cansancio, a no ser que se ayude de ciertas sustancias poco recomendables.
4 de Octubre
Puntuales a su cita matutina con nosotros, Tom Moore y Anna Q. Nilsson volvieron a ofrecernos otro episodio del serial Who’s Guilty? titulado A Trial of Souls (1916) y dirigido Howard Hansell. En este caso se trata de uno de los más rutinarios, con bastantes ideas que ya hemos visto en anteriores. Nuestra conocida pareja son de nuevo dos amantes que se casan sin el consentimiento de los padres, lo cual lleva a los progenitores de ella a denunciar a su yerno porque la novia es menor de edad. Correcto, sin muchas sorpresas y con los usuales excesos melodramáticos de la época, como esa exasperante tendencia al suicidio (¿no se suicidan los personajes de este serial con demasiada facilidad?).
Pasamos seguidamente a uno de los descubrimientos de este año, una versión italiana de Nanà (1917) dirigida por Camillo de Riso, de la que fue hallada una copia en Buenos Aires conteniendo una tercera parte del metraje original (la versión que vimos duraba casi hora y cuarto). La película no es gran cosa, en gran parte por la dirección tan estática y poco imaginativa de Riso, pero se deja ver y destaca sobre todo por la actuación de su protagonista, la diva Tilde Kassay. En su momento fue comprensiblemente un escándalo que afectó a su circulación e incluso fue sujeto de discusión en el parlamento italiano. Más tarde pasó al olvido, sobre todo al lado de la muy superior versión de Jean Renoir que proyectaron también ese mismo día – no obstante seamos justos, esta versión se realizó casi diez años después y casi cualquier director queda en nada comparado al lado de un maestro como Renoir.
Le sigue otro redescubrimiento, un film británico titulado Three Live Ghosts (1922) de George Fitzmaurice, que merece nuestro atención por dos motivos más allá de la película en sí. El primero es ser la obra más antigua que se conserva en que trabajó un joven Alfred Hitchcock, en este caso diseñando los rótulos… desafortunadamente como es una copia soviética, los hemos perdido. El segundo punto de atención está precisamente en el hecho de que sea una copia encontrada en la URSS, puesto que ahí era muy habitual que los montadores reeditaran las películas cambiándoles su significado por completo, como es el caso.
El argumento original mostraba las aventuras de tres ex-soldados de vuelta de la guerra: Jimmy, considerado oficialmente muerto aunque siga vivo; Spoofy, un hombre adinerado pero amnésico y con arranques de cleptomanía, y el protagonista, Billy, que cree haber matado al rival de su chica cuando en realidad está vivo. A las autoridades soviéticas no les gustó la crítica que había a las consecuencias de la guerra y los convirtieron en tres vagabundos (perdiendo sentido de esta forma su título original) e hicieron que el amnésico fuera un antiguo cantante de ópera y no un repugnante burgués. La versión que vimos estaba montada de esta manera y más o menos funcionaba salvo algunas incongruencias, además de contener varias críticas metidas con calzador a las clases altas, como un extraño prólogo que no viene a cuento. Como película en sí, es menor pero muy entretenida. Toda una curiosidad.
Cerramos la mañana con una reminiscencia de uno de los ciclos más aplaudidos del año pasado: cortos de orígenes del western, que en esta edición tiene una segunda parte. Lo que más me gusta de estos films es que, al ser breves, sintetizan los temas y tramas más usuales del género de una forma además aún no del todo estandarizada, con sus defectos y virtudes. De la primera mitad mi favorito es The Escape of Jim Dolan (1913) de William Duncan con una larga persecución muy bien filmada, así como Broncho Billy’s Narrow Escape (1912) dirigida y protagonizada por el mismo G.M. Anderson, en la que el famoso cowboy es salvado por una mujer.
Pero debo centrar mi atención en los dos últimos cortos por sus peculiaridades. The Trail of Cards (1913) nos muestra como un villano y sus secuaces secuestran a una chica… llevándola atada a una hamaca entre dos caballos a paso lento. Más que un secuestro parece un simpático paseo campestre que, comprensiblemente, provocó las risas del público. Pero más bizarro aún es The Rattlesnake – A Physical Species (1913) de Romaine Fielding, la conmovedora historia de un hombre y su serpiente.
La premisa inicial es harto conocida: dos hombres pretenden a la misma mujer y el que ha sido rechazado planea su venganza. Éste espera a su rival en un camino de montaña y le lanza una roca que lo deja inconsciente, pero entonces una serpiente de cascabel ataca al agresor por sorpresa y lo mata. El protagonista se despierta y al ver lo que ha pasado se obsesiona con la serpiente. Se sucede entonces un extrañísimo triángulo amoroso entre él, su chica y la serpiente, hasta que ella le da un ultimátum: no le volverá a ver hasta que no se deshaga de la serpiente. Él elige al reptil, con el que convive durante 10 años (les prometo que todo sucede tal cual les estoy contando). En paralelo la chica, consciente de que estaba enamorada de un lunático, se ha casado con otro hombre menos extravagante y ha tenido una hija, lo cual provocará los celos de este fanático de las serpientes. Ver para creer. Como mínimo es una obra ciertamente original.
Este Doctor esperaba con ganas su segundo encuentro con John H. Collins, que en este caso era además un largometraje (el último que realizó para la empresa de Edison), The Cossack Whip (1916), y no salí decepcionado. El tema es de nuevo las primeras revueltas revolucionarias soviéticas, un tema por entonces de máxima actualidad, pero si comparamos con el film que vimos ayer, La Tempestad (1928), se nota claramente el diferente enfoque por la diferencia de fechas (una cosa es que unos campesinos se rebelen contra una autoridad cruel y despótica, pero otra es que tengan la desconsideración de llegar al extremo de provocar una revolución comunista).
La protagonista es una campesina que presencia cómo los cosacos masacran a su familia para evitar una posible revuelta revolucionaria. Desolada, escapa del pueblo y promete vengarse del responsable directo de sus muertes. Un entretenido melodrama, muy bien protagonizado por Viola Dana (esposa del director) y con una excelente y cuidadísima puesta en escena, sobre todo dado el año de producción (creo que de haberlo visto antes lo habría colado en mi Top del año). Además para variar un poco no hay apenas historia de amor (¡gracias!). Bien por John H. Collins.
Uno de los grandes descubrimientos de esta edición era uno de los primeros cortometrajes de Walt Disney, Africa Before Dark (1928) protagonizado por el conejo Oswald, que sería la creación que precedería al famoso Mickey Mouse. La película es una absoluta delicia visual que nos permite verificar por qué en su momento las producciones de Disney dieron tanto que hablar. La animación, obra de Ub Iwerks, es sobresaliente; y la trama está repleta de gags divertidísimos. Notamos ya la tendencia de Disney de jugar de forma imaginativa con los cuerpos de los personajes y su elasticidad (en una ocasión un pequeño tigre pierde sus rayas y debe recuperarlas, cuando un león tira de la cola de Oswald su cabeza se hunde, etc.), así como ese maravilloso sentimiento de locura y libertad en plan «todo es posible» característico del cine de animación de los años 20 y 30. Después de esta película, Disney se vería obligado a abandonar a Oswald y a crear un nuevo personaje, cierto ratón que mencionamos antes. El resto es historia. Africa Before Dark queda como ejemplo de la espontaneidad e imaginación que caracterizaba la animación americana de esos años.
Y acabamos el día con una de esas muchas curiosas historias que se encuentra uno en el mundo del cine. El alemán John Hagenbeck poseía un zoológico que pese a su fama empezó a suponerle demasiados gastos, así que para compensar decidió alquilar sus animales y/o instalaciones para producciones cinematográficas de la época ambientadas en escenarios exóticos, como el Harakiri (1919) de Fritz Lang. Pronto decidieron lanzarse ellos a la producción de películas dirigidas por un tal Ernst Wendt en que aparecieran sus animales salvajes y se mostrara cómo se les daba caza: Der Herr der Bestien (1921), Die Tigerin (1922), Allein im Urwald (1922), etc.
Die Weisse Wüste (1922), recientemente reconstruida, narra la historia de una serie de personajes que viajan en barco a las tierras del Norte y que naufragan al chocar con un iceberg, viéndose obligados a sobrevivir en el clima hostil del Ártico. El film parece un intento de dar un poco más de importancia al desarrollo de los personajes y la trama, y que no sea una mera excusa para mostrar los animales exóticos (de hecho la aparición de unas focas y unos zorros parece bastante forzada). Acaba siendo una muy entretenida y sorprendentemente bien realizada película de aventuras, que sirve como ejemplo de lo eficaz que puede ser un buen film de serie B.
- Joya a descubrir: The Cossack Whip (1916).
- Detalle curioso a destacar: las peleas con osos de Die Weisse Wüste (1922) que combinaban imágenes filmadas de osos reales con planos de los actores peleándose claramente con un tipo disfrazado de oso (pese a eso, cabe decir que la película lo disimula razonablemente bien).
- Momento favorito del público: creo que la historia del vaquero y la serpiente de The Rattlesnake (1913) nos ha conmovido y dejado en shock a partes iguales a todo el público.
5 de Octubre
Se me va a hacer muy raro cuando acabe el festival y mis mañanas no empiecen con un episodio de Who’s Guilty? El de hoy tenía el atrayente título de The Lost Paradise (1916) pero ha acabado siendo uno de los más monótonos, que simplemente se basa en hacer una crítica a las leyes de divorcios de Estados Unidos de la época: nuestra amiga Anna Q. Nilsson se quiere separar de su cruel marido para casarse con Tom Moore, pero el primero se propone hacer que su divorcio no sea legal y al cabo de unos años destruye su vida familiar acusándola de bigamia. Lo que menos me gusta de este episodio y el anterior es que en realidad no cumple la premisa del serial de establecer un dilema moral. Es decir, a la pregunta que plantea de «¿quién es culpable?» aquí la respuesta es obvia: el primer marido de la protagonista.
Seguimos con uno de los puntos principales del ciclo de cine polaco, presentado además por el director Krzysztof Zanussi: Pan Tadeusz (1928) de Ryszard Ordyński, posiblemente la película muda más famosa del cine polaco (que por desgracia no es decir mucho, apenas se conservan quince films mudos de dicho país). Se trata ni más ni menos que de la obra cinematográfica más ambiciosa hecha en Polonia hasta ese momento, una adaptación de un célebre poema de Adam Mickiewicz que es todo un símbolo de identidad nacional. Y de hecho ésa era la finalidad de la película: celebrar los 10 años desde que Polonia había recuperado su independencia con una gran película protagonizada por los más prestigiosos actores de teatro de la época.
No obstante, y a riesgo de ofender a nuestros lectores polacos, a mí me dejó más bien frío y no logré conectar con esta historia de dos familias nobles enfrentadas durante el siglo XIX. Estéticamente es irreprochable, de una enorme belleza e impecablemente dirigida. De hecho, me agarré a su fuerza visual para aguantar las dos horas de metraje sin aburrirme, pero realmente la aprecié más como documento histórico que como película.
A cambio la siguiente sesión fue mucho más ligera. Primero un brevísimo corto documental polaco sobre dos tipos que planeaban ir en Harley Davidson hasta París. Desafortunadamente, este prometedora versión polaca de Easy Rider (1969) se quedó en anécdota: solo les vemos salir. Pero la siguiente película no decepcionó en ningún aspecto: El Jardín del Edén (1928) de Lewis Milestone me conquistó desde sus primeros minutos y se reveló enseguida como una de las mejores proyecciones del festival.
El inicio nos muestra a una joven inocente que ha estudiado canto operístico y se dirige a Budapest a actuar en el Palais de Paris. En el siguiente plano vemos un cubo de basura que lleva escrito «Palais de Paris» y una fachado sucia y ruinosa. En realidad se ha ido a trabajar a un cabaret, del que saldrá escaldada con una baronesa en bancarrota que cada año se gasta sus rentas en dos semanas viviendo por todo lo alto en Monte Carlo. Ahí la jovencita conocerá un millonario, y el resto ya se lo pueden imaginar.
Solo puedo decir cosas positivas de esta maravillosa comedia: es ágil y divertida, los diálogos son hilarantes, la dirección de Milestone es muy imaginativa (véase la escena del intento de violación en que la habitación se queda a oscuras pero va siendo iluminada por los coches que pasan), hay multitud de gags memorables (las ventanas de habitaciones vecinas encendiéndose y apagándose) y el trabajo de diseño de producción de William Cameron Menzies recreando el lujoso Montecarlo y el cabaret de mala muerte es exquisito. Sólo una pequeña pega: no me encaja mucho Johnny Ray con su cara de niño regordete como galán, pero aun así lo hace bien. Magnífica.
Seguimos con una sesión de comedias del ciclo de Al Christie, que en este caso eran en su mayoría menos slapstick y más dedicadas a situaciones «realistas» (como suegras que invaden el hogar familiar, buscarse una nueva casa o casarse por error con una nativa hawaiana). La impresión que me da es que son cortometrajes simpáticos pero que no acaban de explotar su potencial. Los argumentos dan mucho juego pero no se llevan al nivel de locura de un Keystone ni son tan imaginativos como los grandes del género. Por ejemplo, en No Parking (1921) de Scott Sidney tenemos a los protagonistas llevando una casa portátil por la ciudad. ¡Qué maravillas habrían hecho en la Keystone o un Buster Keaton con esta premisa! En cambio aquí me parece que queda algo desaprovechada.
Sí que debo resaltar no obstante un corto: Saving Sister Susie (1921) también de Scott Sidney, una especie de precedente de El Mayor y la Menor (1942) de Billy Wilder, en que una madre obliga a su atractiva hija menor a hacerse pasar por una niña para que no le robe el pretendiente a su hermana mayor. Aquí sí que el guión explota al máximo la situación, los diálogos son muy ingeniosos y, sobre todo, tenemos una actuación extraordinariamente divertida de su protagonista Dorothy Devore.
A estas alturas creo que ya puedo decir que el ciclo dedicado a John H. Collins ha sido el gran descubrimiento de esta edición del festival. Y si aún albergaba algunas dudas, las he despejado por completo con The Girl Without a Soul (1917), la mejor de esta retrospectiva hasta ahora y una de las mejores que he visto en Pordenone en estos días. El argumento en realidad parte de la trillada premisa de dos hermanas gemelas contrapuestas: una más «pura» y de buenos sentimientos, y otra más traviesa, que en realidad resulta tener muy buen corazón mientras que su hermana acaba no siendo tan perfecta como parecía (por cierto, de nuevo gran actuación de Viola Dana en este doble papel).
Pero la magia está una vez más en cómo se narra la historia. Porque más allá de su previsible argumento y desenlace The Girl Without a Soul es una absoluta preciosidad, una película llena de ternura y sensibilidad pero sin ser nunca sensiblona. Me recuerda mucho a una debilidad personal de esos años, The Wishing Ring (1914) de Maurice Tourneur. Ambos films consiguen retratar con mucha delicadeza esa América rural y se nota que los directores sienten cariño por sus personajes. Una película muy especial a descubrir.
La mayoría de los que fuimos a Pordenone el año pasado coincidimos en que el momento cumbre del festival fue Los Miserables (1925) de Henri Fescourt, no solo porque la película fuera una obra maestra sino porque la proyección en sí fue una de las más emotivas a las que hemos asistido. Este año se ha decidido repetir la jugada con otra obra del mismo director que también adaptaba un clásico de la literatura: Montecristo (1929). En esta ocasión la película «solo» dura tres horas y media, y aunque no llega a los niveles de excelencia de la anterior, es indudablemente otra grandísima obra.
Fescourt mantiene intactas las cualidades que en el film del año pasado le revelaban como un portentoso realizador: ser capaz de conjugar escenas espectaculares con otras más íntimas, dominar tanto la dirección en grandes escenas como en otras que requieren de un minucioso trabajo con los actores. El reparto es de primer nivel, con un Jean Angelo excelente no solo como Montecristo en sus diferentes facetas (primero inocente, luego sediento de venganza), sino encarnando a los diferentes personajes por los que se hace pasar.
Y lo más importante, la película no aburre en absoluto pese a su larga duración y adapta la extensa novela de forma muy inteligente, suprimiendo y condensando numerosas subtramas y personajes, así como sacando partido de sus puntos fuertes. Así pues, el primer segmento destaca por escenas tan potentes visualmente como la de la cárcel y se toma su tiempo, mientras que el segundo (más centrado en conversaciones e intrigas de salón) opta por un ritmo más rápido para compensar y así mantener la tensión. Otra gran película que nos hace lamentar el desenlace que tuvo Fescourt como artista: al final de su vida se lamentaba de no tener ni una sola copia de ninguno de sus films. Cuántos grandes artistas han acabado así sus días…
- Joya a descubrir: The Girl Without a Soul (1917).
- Detalle curioso a destacar: ¿cómo puede ser que los personajes de Montecristo no reconozcan a Edmond Dantès cuando reaparece en sociedad si tiene exactamente el mismo aspecto? ¡Ni siquiera se ha dejado barba para disimular!
- Mi momento favorito: las escenas de Montecristo en que los enemigos de Dantès le reconocen muchos años después y se suceden en flashback una serie de planos muy rápidos que recuerdan su pasado. Un destello muy «a la soviética» que mantiene el impacto hoy día.