Cuando llega ese momento en que uno tiene en la cabeza música de piano de películas mudas al pasear por las calles de Pordenone o darse una ducha (¡sí, eso sucede!), en ese preciso instante es cuando uno se da cuenta de que quizá lleva demasiados días viendo films mudos y de que obviamente Le Giornate del Cinema Muto llega a su fin. Otros síntomas indicativos son agujetas en las piernas de tenerlas encajonadas durante horas en las butacas del Teatro Giuseppe Verdi en el caso de que seas un poco patilargo, o que tu cuerpo se haya acostumbrado finalmente a saltarse horarios de comida, resignado ante la evidencia de que uno prefiere no perderse la conferencia sobre cine soviético o la primera película de la tarde antes que sentarse a recuperar fuerzas en un restaurante.
Es una auténtica pena que le Giornate del Cinema Muto llegue a su fin, pero quizá nuestros cuerpos agradecerán que esta genial cita no se prolongue más de una semana.
8 de octubre
Mi primera cita del día teóricamente era la película épica Helena (1924) de Manfred Noa. Más de tres horas de épicas batallas entre griegos y troyanos. Desafortunadamente, después de la intensa experiencia de Los Miserables el día antes, no me vi capaz, y como tengo una copia de la película en mis archivos la reservé para otro momento. No obstante, les doy algunos datos sobre cómo se recuperó el film que creo que son bastante interesantes. Esta superproducción germana fue redescubierta en 1999 en Suiza, y de ahí se envió a la Filmoteca de Munich, donde no vieron posible hacer una restauración porque implicaba un volumen de trabajo inasumible. Y por una de esas casualidades de la vida, el mismo día que se iba a dar marcha atrás al proyecto, contactó con la Filmoteca una mujer preguntando si tenían una copia del film, puesto que le interesaba poder proyectarla. Cuando supo que era así pero que no podían restaurarla por motivos económicos, se ofreció a financiar una parte del proyecto.
De todos modos, para mí lo realmente curioso es que, tratándose de la superproducción más grande hecha en Munich y un enorme éxito internacional, hubiera quedado tan completamente olvidada hasta el punto de que cuando llegaron los negativos el personal de la Filmoteca ni sabía que existiera ese film – el motivo quizá es que el director, Manfred Noa, murió bastante joven en 1930 y los nazis luego intentaron borrar cualquier rastro sobre él por ser judío. Pero lo mejor de todo es que una vez se inició este proceso, otras filmotecas y coleccionistas privados salieron a la luz con otras copias que podían ayudar en la restauración… ¡y unos años atrás era un film virtualmente desconocido! En todo caso, a día de hoy es perfectamente accesible y junto al excelente Nathan el Sabio (1922) los dos films que más se suelen reivindicar de Manfred Noa.
En su lugar este Doctor prefirió acudir a la última sesión de sinfonías de ciudades, formada por cuatro cortos. El primero, A Day in Liverpool (1929), dirigido por Anson Dyer (quien normalmente trabajaba en animación) era el menos interesante de todos, quizá por su estilo más convencional. Le siguió el debut de Manoel de Oliveira (hasta su reciente fallecimiento, el último cineasta vivo que hubiera llegado a participar en la era muda), Doura Faina Fluvial (1931), que combina en su casi media hora diferentes enfoques y sensibilidades: hay escenas puramente documentales, otras más experimentales en la línea del famoso film de Walter Ruttman (me llamó la atención un plano subjetivo de la cámara asomándose por un puente) y algunos pequeños momentos recreados de ficción, como un chico atropellado por un carro. Los dos últimos trataban sobre la ciudad de Praga: Praga by Night (Praha V Zá I Sv Tel, 1928) de Svatopluk Innemann y, mi favorito de esta sesión, We Live in Prague (Žijeme V Praze, 1934) de Otakar Vávra, una de las primeras obras del considerado padre del cine checo, con un estilo más puramente de sinfonía y alguna escena más melodramática como la recreación del suicidio de una muchacha.
La siguiente proyección de comedias rusas fue Big Trouble (Krupnaia Nepriyatnost, 1930), segunda y última película dirigida por Aleksei Popov para aprovechar el enorme éxito de Two Friends, a Model and a Girlfriend (1925). De nuevo es un muy buen film a reivindicar pero es claramente inferior a su ópera prima, en parte por una estructura un poco confusa en que parece que tenemos dos argumentos diferentes concentrados en el mismo metraje: inicialmente habla de la controversia que supone la llegada a un pequeño pueblo de un autocar, que lleva a sus habitantes a tener que escoger entre el tradicional carro a caballos ruso o el automóvil americano, mucho más cómodo y rápido pero un símbolo del capitalismo. Y entonces, súbitamente, la trama pasa a narrarnos cómo en un mismo día se celebra una ceremonia religiosa en una iglesia y una conferencia en otra antigua iglesia ahora convertida en una especie de club juvenil; pero a la hora de transportar al obispo y el conferenciante, se produce una confusión de identidades. La película tiene buenos gags y, al igual que en la anterior obra de Popov, se beneficia del retrato tan auténtico del pueblo y sus habitantes humildes y sencillos, pero no tiene el encanto ni la ligereza de su debut. Al no quedar muy satisfecho su creador y ante el advenimiento del realismo socialista en los años 30, Popov dejaría entonces el cine para pasar el resto de su carrera en el mundo del teatro.
Uno de los films más esperados de esta edición era el Sherlock Holmes (1916) de Arthur Berthelet, pero no por su director sino por su actor principal: William Gillette. Para que se hagan una idea, la imagen que tenemos hoy día del icónico detective le debe tanto a los relatos de Arthur Conan Doyle como a las exitosísimas obras teatrales basadas en éste protagonizadas por Gillette, que acabaron de definir la forma de ser del personaje (Orson Welles afirmó, de forma seguramente exagerada: «Decir que Gillette se parece a Sherlock Holmes es quedarse corto, es Sherlock Holmes quien se parece a Gillette«). No obstante, el actor solo actuaría en una película en toda su carrera, que estuvo perdida durante décadas hasta que este año la Cinemathèque francesa encontró una copia de la versión que el productor estrenó en el país galo en 1919. Recuperarla implicaba ver por fin en acción al actor que redefinió el personaje.
La idea tras este film era trasladar la exitosa obra que Gillette estaba haciendo en Broadway a la gran pantalla, pero en mi opinión fue un error garrafal hacerla en un estudio en pleno declive como Essanay, que además acababa de perder a su mejor baza: Charlie Chaplin. No obstante, de cara al rodaje, se procuró que el guión fuera lo más fielmente posible a la obra original y Gillette se trajo a varios actores de la versión teatral para que interpretaran los mismos papeles. El resto se dejaron para actores de comedia del estudio (no se pierdan el pequeño cameo del futuro secundario de oro Edward Arnold).
Y ahora, queridos lectores, vienen las malas noticias. Sherlock Holmes es un documento valiosísimo a nivel histórico, pero no es una gran película. Tiene un deje casi a serie B con Sherlock convertido en el clásico héroe en vez del brillante detective capaz de deslumbrar con sus deducciones. El papel de Watson por entonces era meramente anecdótico (en el primer capítulo Sherlock lo deja literalmente en su estudio leyendo hasta que Watson, consciente de que lo han marginado de la historia, decide irse) y en cuanto al temible Moriarty, su estatus de genio del mal no se corresponde con lo chapucero de sus actos. Otro de los detalles que causó más controversia tras la proyección es que en este film vemos a Holmes… ¡enamorado! Como desconozco la obra teatral no sé si estos aspectos negativos vienen heredados de ahí o surgieron durante la adaptación, pero en todo caso el resultado, sin ser en absoluto una mala película, no es nada excepcional, y su visionado se entiende sobre todo por su innegable importancia.
Una de las sesiones más curiosas del programa era la dedicada a uno de los cómicos de vodevil más populares de la época, Bert Williams, del que ya habíamos visto un corto llamado Fish (1916). Primero tuvimos como introducción el corto A Natural Born Gambler (1916), que de nuevo se basa en ese humor tosco y racista mostrando tópicos sobre los afroamericanos. Aun así, resultaba divertido y tenía un plano final muy curioso en que Williams simulaba él solo en la cárcel una partida de póker de pantomima durante tres minutos (aparentemente era uno de sus números más famosos sobre el escenario).
Pero lo más interesante vino luego con la proyección bautizada Lime Kiln Field Club Day (1916), una película protagonizada por Bert Williams que nunca llegó a montarse. Al parecer el MoMA recibió unas latas de negativos sin fecha ni título que contenían los planos de rodaje de un film del que no tenían ninguna información. De modo que una serie de historiadores y archivistas estuvieron investigando sobre ese material intentando reconocer a los actores y la historia y, posteriormente, la montaron para que siguiera un orden argumental. El resultado es curiosísimo: una película formada por planos de rodaje que nos revela además las diferentes tomas, lo cual nos permite ver cómo probaban distintas formas de rodar un mismo plano (por ejemplo, el entrañable plano final en que el chico y la chica se besan). No hay casi argumento; nos muestra al protagonista pasando el día en una especie de fiesta campestre junto a otros afroamericanos, y eso le da un encanto especial, ya que al no haber trama es como si viéramos a los personajes simplemente divirtiéndose, casi como un falso vídeo doméstico.
La sesión nocturna se abrió con un interesante film actual, el corto de animación Prologue (2015) de Richard Williams, y una de las mejores comedias soviéticas del festival: The State Official (Gosudarstvennyi Chinovnik, 1931) de Ivan Pyriev. Claramente beneficiada por su protagonista (un colosal Maksim Shtraukh), narra cómo un respetable cajero de la compañía de ferrocarriles con una vida ordenada se ve envuelto en un intento de robo de una enorme suma de la compañía, y acaba tentado por la idea de quedársela él mismo mientras se le reconoce como un héroe. Lo más llamativo del film es su potente trabajo de dirección, con toques marcadamente expresionistas que en ocasiones le dan una apariencia tenebrosa. No es una comedia tan divertida como otras del programa, pero como película es un trabajo excelente.
Eso sí, una vez más la censura soviética metió mano en el argumento y obligó a introducir una subtrama sobre unos saboteadores y a retirar una escena onírica en que el protagonista tiene un diálogo un poco delicado con una estatua de Lenin. A cambio se mantuvo la escena onírica final en que éste se imagina su prometedor futuro (la secuencia más cómica de la película), pero se nos conduce a un desenlace más amargo, no sea que nos quedemos con la idea de que alguien puede engañar al implacable sistema soviético, por muy simpático que nos sea el personaje.
Como cierre de la jornada volvimos al cine latinoamericano con dos cortometrajes documentales argentinos y mexicanos y, lo que más nos interesaba, el film de suspense mexicano El Tren Fantasma (1927) de Gabriel García Moreno. Como me ha sucedido y sucederá con otros films del Giornate, le achaco que la historia romántica se acabe imponiendo demasiado a una trama que uno esperaría que se centrara más en el suspense, pero tiene el encanto naif de los films de acción de la década anterior y resulta entretenido. En su contra está el hecho de que faltan algunas escenas de suspense; a su favor, que tiene como antagonista a un personaje complejo psicológicamente que al final consigue cierta redención, alejándose del estereotipo sin personalidad.
- Joya a descubrir: The State Official (Gosudarstvennyi Chinovnik, 1931) de Ivan Pyriev
- Detalle curioso a destacar: hay un par de incoherencias llamativas en el film de Sherlock Holmes (1916). En primer lugar, una escena en que alguien llama a la puerta y no se sabe quién ha sido ni qué importancia tiene eso a nivel de guión (en la obra de teatro sí que se justificaba). En segundo lugar, un plano de Holmes mirando un violín insertado sin venir a cuento en mitad de la escena en la guarida de Moriarty. Los restauradores estuvieron dándole vueltas para entender el porqué de ese plano, que parecía haberse añadido ahí por error, y al no hallar explicación lo dejaron tal cual.
- Mi momento favorito: los largos planos de los protagonistas en el tiovivo de Lime Kiln Field Club Day (1916), de un encanto muy bucólico.
9 de octubre
El viernes tuvimos la última sesión de orígenes del western, en mi opinión la menos interesante de las tres, aunque uno siempre saca detalles interesantes de este tipo de films. Destaco dos dirigidos y protagonizados por una de las primeras grandes figuras del género, G.M. Anderson: The Sheriff’s Chum (1911) y A Pal’s Oath (1911), especialmente el segundo, ya que ahí interpreta a un personaje bastante ambiguo que no se corresponde ni con el clásico héroe ni con un villano. También resulta destacable The Loafer (1912), con una llamativa secuencia en que los habitantes de un poblado acuden enmascarados a castigar a latigazos al protagonista, un alcohólico que ha dejado a su familia en la miseria.
A estas alturas espero que el mito de que el cine británico es claramente inferior al de otros países europeos se haya enterrado por completo. Como ejemplo de ello, dentro de la sección Canon Revisited se nos ofreció un pequeño clásico de su cinematografía silente: The Rat (1925) de Graham Cutts. El film está hecho a medida de su principal artífice, el actor Ivor Novello, hoy día recordado más que nada por protagonizar la primera gran obra de Hitchcock, El Enemigo de las Rubias (1927), pero en su época una auténtica celebridad. Ambientada en París (porque todo argumento tiene más caché si lo situamos en París), cuenta las desventuras de un delincuente apodado The Rat, toda una figura de los bajos fondos que vuelve loco a las mujeres y que convive con Odile, una muchacha a la que quiere como a una hermana (aunque ella le corresponde en otro sentido, ya me entienden).
Me gusta el carisma que desprende Ivor Novello y todo el aura que rodea a su personaje, sobre todo en las escenas situadas en el bar de mala muerte The White Coffin, que como indica su nombre, tiene decoraciones de ataúdes blancos. El diseño de producción es también impecable y rompe con la creencia de que el cine británico era estéril y falto de ideas. A cambio, nos quedamos con las ganas de ver fechorías de su protagonista y el film acaba siendo un drama basado en un triángulo amoroso sustentado por Novello y un notable papel de la americana Mae Marsh. Buen film, pero no excepcional.
Volvemos al amigo Victor Fleming, esta vez en clave de western con un film descubierto hace poco, To The Last Man (1923), y de nuevo no decepcionó. Es la historia de un enfrentamiento entre dos familias de rancheros con el clásico romance entre dos jóvenes pertenecientes a bandos contrarios. Los protagonistas, Richard Dix y Lois Wilson, están muy bien, y como curiosidad en un papel secundario tenemos a Eugene Pallette (¿no es genial cuando reconocen en una película muda un rostro reconocible del Hollywood clásico pero mucho más joven?). A destacar una escena desoladora que tiene lugar en medio de un tiroteo en el rancho de una de las familias: uno de los cowboys, casado y con hijos, muere abatido al ser el único que se atreve a salir del rancho; más tarde su esposa observa con pánico que los buitres van a devorar su cadáver, así que sale de casa en medio del tiroteo para enterrarlo. De repente los disparos se detienen y, durante el rato que tarda en enterrar el cuerpo, los miembros de ambos bandos permanecen en un tenso y respetuoso silencio. El mejor momento de una notable película.
Seguimos con un film de la sección de descubrimientos, Ramona (1928) de Edwin Carewe, también ambientado en el Oeste pero con un tono de melodrama. Es una película hecha a lucimiento de Dolores del Rio, que encarna a una mestiza hija de blancos e indios. Para mi gusto destaca sobre todo por el brutal retrato de las matanzas a nativoamericanos, que era en realidad el tema principal de la novela de Helen Hunt Jackson en la que estaba basada. A continuación vimos el documental más interesante del festival, On the Firing Line with the Germans (1915) de Wilbur Henry Durborough. La idea era que el cineasta americano mostrara las realidades de Alemania durante la guerra, así como el campo de batalla, para despertar las simpatías de Estados Unidos, por entonces aún neutral. De valor más histórico que cinematográfico, me pareció un documento imprescindible para los interesados en dicha temática.
Y antes del gran acontecimiento de la noche nos despedimos del ciclo de actores musculosos italianos en producciones germanas con Rinaldo Rinaldini. Abenteuer Eines Heimgekehrten (1927) de Max Obal. Tanto el director como el protagonista, Luciano Albertini, son los mismos que de la fantástica Der Unüberwindliche (1928) pero en este caso las comparaciones hacen daño. Albertini tiene un doble papel encarnando a un marqués que debe recuperar su fortuna malversada por un amigo que le ha traicionado, y a un famoso ladrón. Se presentan situaciones de intercambios de identidad y algunas buenas escenas de acción, pero la trama es muy endeble y no resulta tan excitante como el otro film suyo que vimos.
De todas las proyecciones especiales del festival (Diary of Chuji’s Travels, Los Miserables, Sherlock Holmes) había una que destacaba por encima del resto como mínimo en cuanto a popularidad, y era la de The Battle of the Century (1927) de Clyde Bruckman. La historia de este cortometraje es curiosa: ha sido siempre considerada una de las mejores obras de Stan Laurel y Oliver Hardy, y no obstante, el segmento por el cual era famoso llevaba perdido durante décadas: la mayor batalla de tartas de crema jamás filmada, para la que se usaron 300 tartas. Lo que se conservaba eran solo dos minutos de esa batalla, que aparecían en una recopilación de escenas de slapstick hecha en los años 50, y el primer rollo en que se ve el divertido combate de boxeo de Stan. Pero, oh sorpresa, en marzo de este año se descubrió por fin una copia que incluía esa mítica escena en su totalidad, una escena legendaria pese a que no se ha visto desde hace más de medio siglo – todavía falta no obstante el principio del segundo rollo, en que un personaje interpretado por Eugene Pallette (¡segunda vez que le vemos en un mismo día!) les vende un seguro. Teniendo en cuenta la enorme popularidad de Laurel y Hardy, el estreno en Pordenone del film con la escena de la batalla de tartas era uno de los momentos más esperados de la edición.
Ya a las ocho de la noche, media hora antes de iniciarse la película, había una cola de cientos de personas en el Teatro Verdi, algo que no he visto ni por asomo en estos dos años que llevo acudiendo al festival. La sala estaba abarrotada hasta los topes, y era curioso ver a respetables archivistas, miembros de filmotecas o historiadores, que habitualmente se mueven a su aire en el teatro, buscando sitio desesperadamente entre la multitud para presenciar a Laurel y Hardy lanzándose tartazos. Esa es la magia del cine.
No voy a dar muchos detalles sobre la famosa escena porque obviamente tiene más gracia vista que explicada y, además, con toda seguridad saldrá en DVD y ustedes podrán verla en sus casas. Simplemente mencionar que sigue una estructura típica de Laurel y Hardy que me encanta, en que se parte de una confusión y accidente que va yendo a más hasta desembocar en el absoluto caos y destrucción – véase: You’re Darn Tootin’ (1928), Two Tars (1928) o Big Business (1929). Mi momento favorito de la famosa batalla de tartas es ese instante en que la cosa se va desmadrando progresivamente y van apareciendo personajes ajenos que intentan detener el desastre (mi predilecto, un tipo vestido elegantemente que surge de la nada diciendo «Soy el alcalde y os ordeno que paréis»). Nunca he oído tantas carcajadas en Pordenone como con este film, pero era de esperar, ya que la sala estaba repleta de fans que crearon un ambiente totalmente entusiasta y festivo.
¿Quién le diría a Alfred Santell que su modesta Show Girl (1928) sería vista casi 100 años después por una sala abarrotada con cientos de personas? El truco está en que esta simpática comedia redescubierta era el complemento al film de Laurel y Hardy, y por tanto la vio mucho más gente de la que sería lo normal. Trata sobre una chica que intenta triunfar en el mundo del espectáculo y cuenta con una buena protagonista (Alice White) y el siempre agradecido James Finlayson en el papel secundario del padre. Es una película agradable, no demasiado ocurrente ni hilarante, pero que tampoco parecía buscar un argumento particularmente original ni ser especialmente graciosa. En su lugar parece evitar durante un buen rato el surgimiento de la trama y prefiere quedarse con sus personajes. Luego aparece un conflicto (el fingimiento de un secuestro como medio publicitario), pero los propios personajes le dan tan poca importancia que acaba siendo extrañamente banal hasta sencillamente desvanecerse. No obstante, si a los personajes no parece importarles, a nosotros tampoco; y si después de todo al final hemos disfrutado de una buena película, ¿a quién le podría importar?
Después de una divertida velada con Laurel y Hardy y una comedia clásica, el festival de repente se sacó de la manga una de las sesiones más polémicas de esta edición y, me atrevería a decir, de toda su historia. Era ni más ni menos que un film experimental realizado por el historiador Paolo Cherchi Usai bautizado como Picture (2015), que se proyectó junto a un acompañamiento musical en vivo de la Alloy Orchestra basado en la percusión. Se produjo un éxodo bastante elevado de espectadores, sobre todo a los veinte minutos, cuando muchos confirmaron que efectivamente toda la película estaba compuesta de imágenes abstractas que se iban repitiendo en un montaje vertiginoso. Este humilde Doctor no es un entendido en cine experimental y por tanto no se atreve a hacer una valoración de lo que vio, pero algo me hizo quedarme en la butaca durante la hora y pico que duró; aunque sospecho que era sobre todo la potente música, que de hecho era la que realmente conducía la película y no al revés.
Para los que sobrevivieron a Picture, la velada se cerró de forma más convencional con una comedia rusa, Turmoil (Perepolokh, 1928) de Aleksandr Liovshin. Este es otro de esos casos en que el contexto es lo suficientemente interesante como para dedicarle unas líneas. El director era uno de los más devotos pupilos y asistentes de Serguei Eisenstein, y en su momento se le consideró como uno de los futuros cineastas más prometedores de los que fueron formados por el maestro. Pero a la práctica solo realizó tres comedias y abandonó su carrera como cineasta. Es más, estos films estaban considerados perdidos hasta que alguien halló en Estados Unidos una copia de Turmoil. Lo divertido es que cuando se lo comunicaron a Liovshin éste no quiso saber nada, ya que prefería esconder su breve andadura como director.
Esta comedia costumbrista se inicia en un pequeño poblado donde sus habitantes reciben una carta en que se les pide que uno de ellos acuda a un centro que ellos interpretan como un cementerio pero en realidad es una especie de sanatorio. Los pueblerinos, aterrorizados ante la idea, mandan a un pobre hombre que está tan harto de su mujer que accede a jugarse la vida para escapar de ella. Y, para su sorpresa, cuando llega le someten a todo tipo de curas y terapias beneficiosas. Como sucede con la mayoría de obras de este ciclo, destaca por su forma de hacer humor a partir del retrato de unos personajes humildes y auténticamente humanos (nada de rostros bonitos prefabricados) que reflejan la Rusia campesina de la época.
- Joya a descubrir: The Battle of the Century (1927), no porque sea desconocida sino porque ahora por fin puede verse (casi) entera.
- Momento favorito del público: el desmadrado baile de Ivor Novello en The Rat (1925), emulando a Valentino, y por supuesto todo The Battle of the Century (1927).
- Mi momento favorito: obviamente la batalla de tartas más grande de la historia.
10 de octubre
Todo lo bueno se acaba, pero el festival no nos deja reposo ni el último día, obligándonos a madrugar para acudir a la última sesión de comedias rusas, la menos destacable de todas en mi opinión, pero que aun así justificó el haber renunciado a una hora más de sueño. A Bell-Ringer’s (Kinokariera Zvonaria, 1927) es un cortometraje dirigido por estudiantes de una escuela de cine más convencional que la estatal, dominada por el estilo vanguardista que asociamos al cine soviético de la época. El argumento gira alrededor de un rodaje de bajo presupuesto de ¡un western! en el que se implica a un actor no profesional (¿una burla al uso de actores no profesionales en tantas grandes obras soviéticas?). La siguiente fue Hearts and Dollars (Serdtsa I Dollary, 1924) de Nikolai Petrov, sobre dos americanos que acuden a la madre Rusia en busca de unos familiares perdidos. Sus situaciones de confusiones no me resultaron tan divertidas, pero es interesante como reflejo de la preocupación que había por entonces hacia la invasión del americanismo.
Pasamos al glamouroso Hollywood con Drifting (1923) de Tod Browning, con su actriz fetiche Priscilla Dean y Anna May Wong como protagonistas, y Wallace Beery como antagonista. Ambientada en el mundo del comercio de opio en China, sigue la estructura de la típica historia hollywoodiense de redención y resulta remarcable por el cuidado trabajo de ambientación y la espectacular escena final del incendio. Un Browning bien hecho pero sin excesiva personalidad.
La última sesión de la tarde se inició con el encantador cortometraje bellamente coloreado Lily et Teddy aux Bains de Mer (1917), una grabación de varios momentos de dos hermanos pequeños jugando en la playa. Hoy en la era Youtube difícilmente podemos vernos capaces de lidiar con otra grabación de criaturas haciendo monadas, pero creo que estos cortos antiguos tienen un encanto especial como reflejo de la época.
Le siguió el último film de Victor Fleming y también el más flojo de todos: El Canto del Lobo (1929), con Gary Cooper. Inicialmente, la idea de una película de Fleming con Cooper encarnando a un rudo trampero que se va a la montaña con dos compañeros a vivir aventuras me sonaba sumamente atractiva y me evocaba emociones fuertes. Pero resulta que en realidad es una historia de amor, ya que nuestro Gary conoce a Lupe Vélez y debe escoger entre llevar una vida estable con ella o seguir su vida errante. Personalmente, si he de escoger entre quedarme en casa con Lupe Vélez o marcharme a la montaña con dos tipos harapientos y apestosos, lo tengo clarísimo, pero Gary no. Es una película correcta, bastante breve (hay una versión sonora con algunos diálogos y, ugh, canciones de Lupe Vélez) y que me hizo reflexionar una vez más sobre el especial erotismo que desprenden las escenas de amor en el cine mudo. Los primeros planos más íntimos de los dos protagonistas tienen una sensualidad que con la llegada del sonoro y del malogrado Código Hays tardaría años en poder repetirse.
Cerramos la tarde con la segunda parte de la selección de cortos de cine primitivo de la colección Sagarmínaga. Personalmente estas sesiones que incluyen cortos variados de cine de los orígenes me encantan y me parecen muy agradecidas de ver, ya que son muy variadas y te permiten conocer diferentes facetas de una época que se suele dejar de lado con excesiva facilidad. Así pues, aquí tuvimos un poco de todo (desde las inevitables corridas de toros y cacerías del zorro a películas de trucos a lo Méliès) y muchos detalles a destacar: un corto de unos niños cogiendo un nido que destaca por la inocencia que transmite (los niños van mirando a cámara como escuchando las instrucciones que se les dan), uno sobre unos leñadores que empieza de forma modosa y acaba desmadrándose en un film de trucajes, o una pelea de comida entre unos niños (maravillosos esos últimos segundos en que todos se detienen y miran a cámara un instante, seguramente alertados por el grito de que ya pueden parar). No obstante, nuestro favorito fue Le Pape au Vatican (1903), una recreación en estudio del Papa León XIII que provocó las risas de todo el público en el momento en que el actor que lo encarna llega a su despacho con una forma de caminar tan sumamente graciosa que me tienta pensar si no es una parodia.
Y, ahora sí, la inevitable ceremonia de clausura y la despedida de David Robinson como director del festival con una proyección restaurada de El Fantasma de la Ópera (1925) de Rupert Julian con un excepcional Lon Chaney. No hablaré de la película al ser todo un clásico, pero sí que destacaré el magnífico acompañamiento orquestal que la hizo aún más disfrutable y, sobre todo, el maravilloso trabajo de Technicolor de esta restauración en la escena del baile de disfraces, que me dejó muy impresionado. Realmente es uno de los cierres más acertados para el festival. Chapeau!
- Detalle curioso a destacar: la fugaz aparición de la caricatura de David Robinson en el vídeo inicial de presentación antes de El Fantasma de la Ópera.
- Momento favorito del público: el Papa reconvertido en un cómico excepcional
- Mi momento favorito: la escena en Technicolor de El Fantasma de la Ópera y los cortos primitivos más desmadrados.
Epílogo
Cerramos esta crónica en cuatro partes con un resumen personal por diferentes puntos:
- Películas favoritas:
- Los Miserables (1925), algo en lo que creo que coincidimos la mayoría de asistentes.
- Two Friends, a Model and a Girlfriend (Dva Druga, Model i Podruga, 1925) de Aleksei Popov.
- When the Clouds Roll By (1919) de Victor Fleming.
- Der Unüberwindliche (1928) de Max Obal.
- The State Official (Gosudarstvennyi Chinovnik, 1931) de Ivan Pyriev.
- Mayor decepción: Sherlock Holmes (1916) y El Automóvil Gris (1919), en ambos casos quizá influyeron las altas expectativas.
- Mejor interpretación musical: Der Unüberwindliche (1928) interpretada por la Zerorchestra y el tour de force de Neil Brand con Los Miserables.
- Sesiones más especiales: Los Miserables (1925) – ¡otra vez! – The Battle of the Century (1927) y Diary of Chuji’s Travels (Chuji Tabinki, 1927), por el benshi y los músicos que llevaba de acompañamiento.
- Comedia que provocó más risas: obviamente The Battle of the Century (1927), pero debo mencionar una vez más ese cortometraje del Papa caminando de forma tan divertida, que robó nuestros corazones.
Aquí van algunos de mis rótulos favoritos:
- «Me he matado por accidente» (el claro favorito de este año). Saved by the Pony Express (1909).
- (Un soldado a una encantadora y virginal jovencita): «¿Fumas puros?» «No, esnifo cocaína». A Sister of Six (Flickorna Gyurkovics, 1926) de Ragnar Hyltén-Cavallius.
- «Todos los prisioneros están bien alimentados y la mayoría son felices». On the Firing Line with the Germans (1915), Wilbur Henry Durborough. También conocido como «Pase unas felices vacaciones en un campo de prisioneros alemán».
- «Ve a casa y ponte un bañador. Tu cara es bonita pero hoy en día la gente no mira las caras». Show Girl (1928) de Alfred Santell.
- (Romeo y Julieta en un boticario): «Por favor, denos veneno para dos». Romeo y Julieta en la Nieve (1920) de Ernst Lubitsch.
Y por último, les dejo enlaces a otros blogs que también comentan sus impresiones sobre el festival:
Enlaces al resto de las crónicas del Doctor Caligari en Pordenone:
[…] (Pamela Hutchinson), and El Testamento del Doctor Caligari (on Der Unüberwindliche, also a second post on Helena), as well as a large article in the Italian newspaper Il Manifesto. Finally I was interviewed by TV […]
¡Una maravilla un año más! Te leo los «informes» y me sobrevienen unas ganas terribles de empaparme de cine mudo en altas dosis. ¡Cuántas fantásticas obras siguen rondando por ahí sin todavía ser accesibles! Sin duda, una gozada saber que existe este evento y contar con que nos vas a transmitir tan estupendamente la vivencia del mismo. Esperemos que el que tome el relevo en la dirección del mismo sepa desempeñarse bien, aunque el listón esté tan alto.
Un abrazo
Me alegro mucho de que le gusten mis crónicas, eso hace que el esfuerzo de intentar documentar todo valga la pena. La verdad es que se agradece la existencia de un festival así, más pequeño y familiar comparado con otro muy similar como es el de Boloña, y que te hace darte cuenta de que hay aún mucho por descubrir de la era muda.
El nuevo director es Jay Weissberg, que ya estuvo en esta edición junto a Robinson para tomar el relevo. Veremos qué tal la edición del año que viene.
Un saludo.
Cuatro crónicas excelentes, le felicito. Una decepción, la tan esperada adaptación de Sherlock Holmes…
Un saludo.
Muchas gracias, me alegro de que le gustaran. Sobre el film de Sherlock Holmes, me temo que no es solo cosa de este Doctor, en general los comentarios que oí de otros espectadores fueron bastante tibios. Pero de todos modos vale la pena verlo ni que sea una vez.
Un saludo.
[…] gag que se convirtió en algo tan prototípico que Laurel y Hardy decidieron llevarlo al extremo en The Battle of the Century (1927)? Pues aparentemente el primer ejemplo que se conoce es el de Mr. Flip (1909), un corto […]