Cuando uno ve una película de Douglas Fairbanks es inevitable dejarse contagiar por su visión tan optimista de la vida, hasta el punto de que si uno se ha metido demasiado en el film puede acabar dando saltos por doquier como si eso fuera lo más normal del mundo. Pocos cineastas han conseguido transmitir de forma tan pura un mensaje tan entusiasta y vitalista como Fairbanks (“Doug” para los amigos, es decir, todo el mundo), y no es de extrañar puesto que en la vida real Fairbanks realmente era así; de modo que sus películas son un reflejo exacto de su personalidad amigable y entusiasta (de hecho en su época se llegaron a publicar bajo su nombre algunos libros de autoayuda sobre cómo lograr la felicidad, una prueba de que el público vinculaba a Fairbanks con esa idea).
Aunque Fairbanks nunca dirigía sus películas, sí que era la gran fuerza creadora que las ponía en marcha escogiendo el tema, pensando la forma de desarrollarlo y seleccionando a sus colaboradores, procurando que siempre fueran los mejores en sus respectivos campos. Éstos son solo algunos de los cineastas que trabajaron para él: Victor Fleming, Allan Dwan, Fred Niblo, Mitchell Leisen, Robert Florey, Adolphe Menjou o Donald Crisp. De modo que Fairbanks, al igual que Harold Lloyd, pone en un bonito dilema la tradicional teoría que considera al director como el autor de la película, porque cuando uno repasa su carrera resulta innegable que hay un tema que circula en todas sus obras: ese desbordante optimismo. Y de toda su carrera yo creo que When the Clouds Roll By (1919) no solo es una de sus mejores películas sino la que mejor transmite la esencia de su cine.
Fairbanks encarna aquí a Daniel Boone Brown, un joven al que un perverso psiquiatra ha escogido como conejillo de Indias para probar a hundirle poniéndole en situaciones difíciles y haciéndole creer en todo tipo de supersticiones. Se presenta una ocasión perfecta para su experimento cuando Daniel conoce a una chica de la que se enamora y además se ve involucrado sin saberlo en una conspiración planeada por su jefe y el antiguo pretendiente de ella.
Algo que me gusta mucho del cine de Fairbanks – sobre todo de sus films de los años 10, que no estaban basados en grandes obras o leyendas – es su absoluta libertad creativa, algo que encaja con el carácter de su responsable y que además nos hace darnos cuenta de lo encorsetados que son a su lado muchos otros cineastas. La película se inicia con los créditos iniciales en que se muestra a cada miembro del equipo al lado de su nombre (otro toque de sana camaradería en plan “quiero que vean al genial equipo que me ha ayudado a hacer este film”). Y poco después uno de los primeros rótulos hace ya una broma con el espectador, que sin duda viene de su anterior trabajo con la excelente guionista Anita Loos, quien destacaba por redactar intertítulos llenos de ironía y en ocasiones tan divertidos como las propias imágenes. Pero si necesitaban más pruebas de la absoluta libertad creativa de Fairbanks, observen la escena inicial en que, tras comerse una pesada cena, vemos el efecto que tiene en su cuerpo… ¡con un plano de su estómago en que vemos a la comida que ha ingerido saltando y bailando! ¡No hay límites para Doug!
Seguidamente llega la escena más sorprendente de la película, que me dejó literalmente boquiabierto la primera vez que la vi: el film nos muestra la pesadilla que sufre Daniel, que es digna de una obra surrealista pura y dura. Inicialmente un extraño ser terrorífico acosa a Daniel, una representación de ese mal sueño que en realidad solo está comenzando. Huye de él y acaba en un elegante salón lleno de mujeres en pijama, la clásica pesadilla embarazosa. Todas las mujeres se acercan a saludar a Daniel y éste pasa por la penosa situación de intentar que no se le caigan los pantalones mientras les da la mano, hasta que salta por una ventana y acaba en una piscina.
Ahí se inicia una frenética persecución de los alimentos que cenó anoche (¡!) que tiene algunas de las imágenes más bellas que he visto en un film de Fairbanks: los planos del actor a cámara lenta mientras salta los obstáculos, que enfatizan la gracilidad y agilidad de sus movimientos. Para finalizar esta maravillosa secuencia que en si sola justifica el visionado del film, tenemos una pequeña dosis de efectos especiales de la época. Fairbanks entra en una habitación y para huir camina por las paredes hasta el techo, a salvo de sus perseguidores. Dicho efecto se consiguió creando un decorado giratorio para recrear el efecto de que Doug estaba desafiando las leyes de la gravedad. Sus perseguidores se añadieron posteriormente con una sobreexposición. Un proceso realmente complicado para un plano de apenas un minuto, pero si el efecto conseguido era bueno, valía la pena.
Obviamente el resto del film no puede estar a la altura de esta prodigiosa escena, pero tampoco se lo exigiremos a Fairbanks. La trama es una comedia que se burla de la psiquiatría (uno de los novedosos temas de moda por entonces) así como de las supersticiones absurdas del protagonista y la chica de la que se enamora. Poco importa que Daniel le pida a ella que se case el mismo día de conocerse (las cosas pasaban mucho más rápido en aquellos tiempos), de alguna forma acabamos entrando en el juego. Del mismo modo, cuando Daniel intenta convencerla de que acepte ser su mujer enseñándole sus músculos y haciendo acrobacias no tenemos la sensación de que sea un chulo exhibicionista, de alguna forma Fairbanks consigue que esa demostración de sus dotes físicas sea graciosa sin que él parezca un imbécil; es tan genuinamente inocente y auténtico que no podemos ver maldad en sus actos. De hecho, uno de los puntos flacos del actor siempre fueron las escenas de amor, que aparentemente le costaban horrores de llevar a cabo, de modo que esta declaración exhibiendo sus habilidades físicas es una forma de salir del paso (así mismo, la escena final de reconciliación tiene lugar en el improbable y poco romántico marco del tejado de una casa rodeados de gallinas mientras comparten una sandía).
Reconozco que personalmente prefiero el Fairbanks de sus películas de los años 10 de apenas hora y cuarto, esas comedias contemporáneas con dosis de acción y aventuras que tenían un estilo tan fresco y desinhibido. Sus grandes films de la década posterior, los que han pasado a la historia, son películas intachables y plagadas de virtudes, pero para mí la ambientación de época y la complejidad de sus tramas hace que debamos pagar el precio de tener que dosificar las dosis de Fairbanks. When the Clouds Roll By, una de las últimas obras de su primera etapa, anuncia un poco lo que iba a venir en el futuro con la espectacular escena final de la inundación, que irrumpe tan sorpresivamente como el sueño inicial. Aquí es donde más brilla el director Victor Fleming, en su debut como realizador después de haber trabajado como cámara para Fairbanks en otros films (Fleming siempre agradeció al actor que le diera su primera oportunidad como director y siguieron siendo amigos cuando partieron en caminos separados). Pese a que en algunas ocasiones las maquetas nos resultan obvias, la escena es igualmente espectacular y nos muestra cómo la película no es una mera comedia urbana sino que ya existía la ambición de hacer algo grande, aunque fuera solo en el tramo final.
Es por ello que When the Clouds Roll By es para mí el film definitivo de Douglas Fairbanks. En él vemos tanto sus habilidades atléticas como sus dotes para el humor, hay sitio tanto para la sana y libre inventiva (la escena del sueño) como para la comedia (la trama principal) y la acción (la escena de la inundación).
Y, por si eso fuera poco, es de las obras que más claramente exponen su máxima de seguir siendo optimistas, ya que «todo irá bien mientras las nubes sigan moviéndose». Hay un momento en la película en que Daniel Boone toca fondo y está al borde del suicidio, hasta que una imagen le devuelve a la realidad: al ver que el Doctor Metz en realidad está loco y es detenido por unos guardianes de un manicomio, a Boone le entra la risa y de esta forma vuelve a la vida. En paralelo vemos una escena simbólica de su mente en que conceptos como Preocupación y Desesperación intentan matar a la Racionalidad (en el film es aún más extraño de cómo suena explicado). Pero entonces acude al rescate el Sentido del humor, que, no es casual, lo interpreta el propio Fairbanks.
El mensaje que nos transmite el actor, por muy naif que suene, es que uno nunca debe perder el humor y las ganas de vivir. Cuando a continuación Daniel dice que no sabe qué ha pasado pero que lo descubrirá y recuperará a su chica, esa frase en realidad es casi una declaración de intenciones sobre qué representa Fairbanks: la idea de que siempre hay una solución para todo si uno persevera y mantiene su sentido del humor. Incluso aunque nosotros no lo creamos al pie de la letra, resulta emocionante verlo en boca de alguien que realmente pensaba así y que basó casi toda su vida en ese principio.