Una de las muchas ventajas de adentrarse en películas tan lejanas en el tiempo es que nos permiten descubrir episodios curiosos de la historia del siglo XX sobre los que no suelen hablarse muy a menudo. Un ejemplo de ello fue la campaña que tuvo lugar en la URSS a principios de los años 30 para atraer trabajadores especializados del extranjero, principalmente de Estados Unidos. Por entonces el recién creado régimen comunista estaba viviendo un fuerte proceso de industrialización y se agradecía la mano de obra con experiencia. La manera de lograrlo era vender al exterior el relato de que la URSS era una utopía socialista donde los obreros no eran explotados por sus amos y trabajaban por un bien común.
Y si bien a principios de los años 30 la Gran Depresión les proporcionó el caldo de cultivo perfecto para ofrecer trabajo a algunos de los obreros que vivían una situación desesperada, a eso los avispados propagandísticos soviéticos supieron añadirle un nuevo ingrediente: el racismo. No se les escapaba que en EEUU éste era un problema por entonces candente, de modo que a su relato le añadieron la idea de que la URSS era un país donde se respetaba a todos los hombres por igual sin importar su raza.