Que Léonce Perret fue uno de los mejores y más avanzados directores de la década de los 10 a nivel técnico y narrativo es algo que me parece innegable y en lo que no entraremos hoy. Pero aparte de ello hay un aspecto de él que me parece también apasionante, y es cómo en algunas de sus películas reflexiona sobre el aparato cinematográfico y lo que conlleva el actor de filmar/proyectar. El ejemplo más claro es el de uno de sus filmes más celebrados, Le Mystère des Roches de Kador (1912).
En él, la protagonista se encuentra amnésica después de un hecho traumático sobre el que no recuerda ningún detalle. Un especialista la examina y tiene entonces una idea muy avanzada a la época para recuperarle la memoria: grabar una recreación de lo que creen que le ha sucedido y hacérsela proyectar. Al enfrentarse a esa recreación entra en shock y recuerda todo. El cine se propone aquí no solo como una forma de reconstruir la realidad sino como un medio curativo, que consigue restablecer aquello a lo que la memoria no puede dar forma: ya que la protagonista no consigue recordar esas imágenes, el cine se las puede proporcionar para que restablezca el resto del relato. Pero aparte de este ejemplo, me resulta también muy interesante otra escena de un filme bastante posterior del mismo director: Koenigsmark (1923).