Rodolfo Valentino y el tango más famoso de la historia

¿No les parece una pena que los jóvenes de hoy día ya no sepan apreciar la belleza y el erotismo del tango? ¡Ah, seguramente este Doctor sea ya un anciano de mentalidad anticuada, pero no puedo dejar de recordar el enorme impacto que tuvo hace un siglo una escena de tango, que se convirtió en una de las más célebres de toda la era muda! Me refiero, por descontado, al baile de Rodolfo Valentino en Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis (The Four Horsemen of Apocalypse, 1921) de Rex Ingram. Desgranemos un poco lo que hay tras esta célebre escena.

El tango es un baile de procedencia argentina que surgió a finales del siglo XIX y que empezó a tener una gran popularidad en Europa poco antes de la I Guerra Mundial. Curiosamente, en Argentina era una danza asociada a lugares de dudosa reputación como prostíbulos, pero cuando llegó a Europa fue inmediatamente adoptado por las clases altas. Imaginen por tanto la cara que pondrían los argentinos de la época al ver a unos refinados franceses bailando una danza que ellos asociaban a los bajos fondos.

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El catastrófico rodaje de Ben-Hur (1925)

La historia del cine está repleta de historias de rodajes que fueron un absoluto caos y en que el mero hecho de que la película en cuestión llegara a terminarse es en sí mismo una victoria al margen de su calidad o su éxito comercial. En la era muda el ejemplo más paradigmático es seguramente el de la adaptación de Ben-Hur (1925) producida por la Metro-Goldwyn-Mayer, que pese a ser uno de los mayores taquillazos de esa época resultó una experiencia agotadora y en algunos casos hasta traumática para muchos de sus participantes. Pónganse cómodos, porque la historia que hay tras este Ben-Hur es larga y repleta de anécdotas.

En el comienzo de todo fue la novela. Luego vino la obra de teatro. Y como los productores de Hollywood vieron que todo eso era exitoso pensaron que sería buena idea hacer una película. ¡Pobres de ellos! El libro en cuestión era Ben-Hur: una Historia de Cristo (1880), que en su momento se convirtió en la novela americana más vendida de la historia hasta que fue superada por Lo que el Viento se Llevó (1936) de Margaret Mitchell, que como sabrán inspiró otra película de rodaje más bien tumultuoso. Pero no nos desviemos del tema: el libro fue obra de Lew Wallace, un personaje de convicciones religiosas muy arraigadas (¡la novela de hecho había sido bendecida ni más ni menos que por el Papa León XII!) que le predisponían en contra de permitir que fuera trasladado al teatro. No obstante, las ofertas económicas que recibió fueron muy tentadoras y al final cedió. La versión de la novela en Broadway fue un éxito apabullante que se representó durante la friolera de 25 años (con el futuro célebre actor de westerns William S. Hart encarnando a Messala en algunas de esas versiones) y el mundo del cine no tardó en expresar interés por comprar los derechos para la gran pantalla. Por entonces Wallace ya había fallecido, pero su hijo tenía las mismas reticencias que su padre. Sin embargo, la historia volvió a repetirse y finalmente se abrió la veda de ofertas astronómicas para conseguir los derechos, que estaban también controlados por el productor de la obra de teatro, Abraham Erlanger, que acabó vendiéndoselos a Samuel Goldwyn por un millón de dólares (una cantidad impensable en esa época) y con la condición de poder dar su aprobación a todos los aspectos de la película.

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