A Trap for Santa Claus (1909) de D.W. Griffith

Ahora que se acercan las Navidades es un buen momento para rescatar este entrañable cortometraje de D.W. Griffith, A Trap for Santa Claus (1909). La historia, de tintes marcadamente melodramáticos, tiene como protagonista a una familia caída en desgracia: el padre, que lleva tiempo sin trabajo, ha sucumbido al alcoholismo, y su mujer y sus dos hijos pequeños subsisten como pueden soportando sus arranques de furia. Un día, el hombre decide dejar el hogar porque cree que su presencia les hará más mal que bien, y la pobre madre queda abandonada a su suerte. Pero por suerte les llega la noticia de una cuantiosa herencia inesperada gracias a la cual pueden vivir cómodamente en una gran casa.

Llega la noche de Navidad y los dos niños deciden poner una trampa para atrapar a Santa Claus cuando entre en casa. Pero quien cae en la trampa no es Santa sino… ¡su propio padre! Resulta que éste ha entrado por una ventana para desvalijar la casa sin saber a quién pertenece. ¿Cómo finalizará el drama? Tendrán que ver la película para descubrirlo.

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«No sabía que ya lo habían inventado en esa época»: recursos cinematográficos que ya existían en la era muda (I)

Una de las cosas que a este Doctor le gusta hacer en este rincón silente es romper con tantísimos tópicos sobre cine mudo basados en prejuicios o simplemente puro desconocimiento, y demostrar que en realidad la era muda no es una etapa en que el cine aún se hallaba «incompleto». En ese sentido hay muchos recursos que se suelen asociar a épocas posteriores que en realidad ya se utilizaban en la época silente, e incluso a veces uno puede darse la sorpresa de descubrir que hay películas mudas más modernas que la mayoría de filmes de las décadas inmediatamente posteriores.

En realidad la era muda fueron unos años de constantes experimentos y descubrimientos, muchos de los cuales se quedaron paralizados con la llegada del sonoro, al encontrar el cine comercial una forma estandarizada y efectiva de narrar historias. No pretendo con ello criticar el cine sonoro, pero sí constatar que hubo un cierto retroceso al menos en lo que se refiere a la voluntad de probar cosas nuevas y forzar los límites del lenguaje cinematográfico. Para demostrarlo este Doctor se ha propuesto ofrecerles un extenso artículo en dos partes en que desgranará multitud de recursos o elementos que suelen asociarse a décadas posteriores a la era muda (en algún caso incluso a la modernidad) pero que ya se estaban utilizando por entonces. La lista podría haberse hecho incluso más extensa, incluyendo por ejemplo trucajes y efectos especiales que siguen siendo perfectamente vigentes hoy día, pero me temo que en tal caso se me podría ir el texto aún más de las manos.

Para hacerlo más digerible he decidido dividir el contenido en dos posts: el primero se centra en elementos técnicos y recursos de puesta en escena, y el próximo se centrará en aspectos temáticos o de contenido. Espero que lo disfruten y que les haga ver con otros ojos esta maravillosa época de la historia del cine.

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Los primeros trailers de la historia del cine: las diapositivas de linternas mágicas

Quizá nuestros lectores más jóvenes, que no llegaron a vivir cómo era la proyección de películas en la era muda o en las décadas inmediatamente posteriores, no sepan que en los viejos tiempos las sesiones de cine eran muy diferentes a hoy día. Por entonces la gente no asistía a la proyección de una película concreta, sino a un programa que incluía diferentes partes: unos cortometrajes previos, un largometraje barato y el plato fuerte de la noche, la película principal que todos querían ver. No solo eso, sino que a menudo la gente entraba y salía de la sala de cine a media película, sin importarle si la proyección ya había empezado. Simplemente uno llegaba, intentaba ir pillando el argumento y disfrutaba de lo que quedara de filme y lo que viniera después.

En todo caso, eso quería decir que a menudo había parones entre películas que servían además para incitar al público a comprar más palomitas o golosinas. Y para no desaprovechar esos minutos, en la era muda era frecuente que se proyectaran diapositivas en la pantalla de distinta índole. Muchas de esas diapositivas que mostraban a modo de linterna mágica eran anuncios de futuras proyecciones, que las productoras distribuían por los cines para que hicieran propaganda de sus próximas películas, y es por ello que he decidido dedicarles una entrada con una selección de algunas de las que se conservan hoy día.

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Recordando otras pandemias del pasado: cómo la gripe española de 1918 afectó a Hollywood

Nuestros lectores más veteranos que pertenezcan a la generación del Doctor Caligari sin duda tendrán la sensación de que la pandemia que estamos viviendo últimamente les resulta familiar. Y es que aquellos de nosotros que ya estábamos activos en la era muda aún recordamos la que fue una de las pandemias más devastadoras de la era contemporánea: la gripe española, que entre 1918 y 1920 llegó a infectar a 500 millones de personas (una cuarta parte de la población mundial) y que mató entre 17 y 50 millones de personas, cobrándose más víctimas que la I Guerra Mundial. No es la intención de este Doctor despertar dolorosos recuerdos entre aquellos de nuestros lectores más ancianos, pero sí que le ha parecido interesante dedicar un post para relatar cómo afectó al mundo de Hollywood, ya que quizá encuentren algunos interesantes paralelismos a la situación actual aunque (por suerte) la pandemia que estamos sufriendo hoy día no sea tan devastadora.

De entrada quizá convendría contextualizar un poco. Pese a su nombre, la gripe española no tuvo su origen en España. En realidad se la bautizó así por un motivo de lo más curioso: cuando empezó a causar muertes de forma masiva muchos países se hallaban enfrascados en la I Guerra Mundial y, para no bajar más aún la moral de una población de por sí hundida tras tantos años de muertes y atrocidades en las trincheras, se escondió al gran público los efectos devastadores que estaba teniendo esa enfermedad. España no tenía motivos para esconder dicha noticia, ya que era un país neutral en dicha contienda, y por tanto la prensa del país se hizo especial eco de lo que estaba sucediendo, sobre todo cuando el rey Alfonso XIII contrajo también la enfermedad. Eso dio la impresión en el exterior de que la enfermedad había empezado a cobrar fuerza sobre todo en dicho país, lo cual provocó que se la bautizara popularmente con ese nombre.

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Especial Harold Lloyd (II): los inicios de Harold Lloyd: Willie Work y Lonesome Luke

Este post forma parte de un especial dedicado a Harold Lloyd que incluye los siguientes artículos:


La entrada de Harold Lloyd en el mundo de la comedia fue en cierta manera fruto de las circunstancias. A mediados de los años 10 el actor estaba haciendo pequeños trabajos como extra en Hollywood a la espera como muchos otros de que algún día llegara su gran oportunidad. Fue entonces cuando trabó amistad con otro extra con el que coincidió en varios rodajes, Hal Roach, cuya mayor ambición no era labrarse una carrera en el mundo de la interpretación sino realizar comedias. Dicho y hecho, cuando Roach recibió una herencia decidió emplear el dinero en dirigir unos cortos cómicos que estarían protagonizados por Harold.

El primer personaje que ambos crearon tenía el nombre de Willie Work, que no era más que una copia barata de Chaplin que no gozó de demasiado éxito. La situación no parecía muy prometedora, pero además Lloyd y Roach tuvieron una disputa cuando el primero descubrió que se le estaba pagando menos que al otro actor principal de los cortos que estaban realizando, de modo que rompió con él y fue a buscar suerte a Keystone, el estudio de comedias de Mack Sennett. Allá Lloyd no corrió mucha suerte, ya que Sennett no supo verle su potencial cómico y no pasó de realizar papeles secundarios en películas de estrellas como Roscoe Arbuckle o Ford Sterling (el cual por cierto le recomendó que probara suerte como actor dramático).

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Auge y caída de Harry Langdon

En 1949, el crítico cinematográfico James Agee publicó en la revista Life un artículo titulado «Comedy’s Greatest Era» que tuvo una enorme importancia en el proceso de revalorización del slapstick como uno de los grandes géneros a recuperar de las primeras décadas del cine. En dicho texto Agee se centraba en los que él consideraba los cuatro grandes genios de la comedia muda y analizaba con detalle qué hacía que cada uno de ellos fuera tan especial. Dos de ellos eran de sobras conocidos por el gran público, Charles Chaplin y Harold Lloyd, pero los otros dos habían caído en el olvido desde hacía tiempo y comenzarían a ser rescatados en parte impulsados por este artículo. Uno de ellos era Buster Keaton, que desde la era sonora llevaba años subsistiendo en pequeños papeles de todo tipo o como escritor de gags y que, con el tiempo, no solo recuperó su pasada popularidad sino que incluso acabaría sobrepasando a Harold Lloyd. Pero el cuarto en cambio nunca recuperó dicho estatus salvo entre críticos y fanáticos de la era muda, de forma que aunque el artículo de James Agee menciona a los «cuatro grandes de la comedia», a la práctica se ha acabado considerando que fueron tres los grandes del slapstick, dejando fuera a este cuarto personaje, que no es otro que Harry Langdon.

Y no obstante, en su momento cumbre, en la segunda mitad de los 20, Langdon era tan inmensamente popular en Estados Unidos que casi llegaba a los niveles de Chaplin. De hecho su descubridor, Mack Sennett, el productor de la Keystone (el  estudio de comedias slapstick más célebre de la época), diría que era el mejor cómico que había visto jamás, más incluso que Chaplin. El suyo es quizá el caso más exagerado que conozco de auge y caída tan repentinos en un periodo de tiempo tan breve: en 1923 era un actor de experiencia en el mundo del vodevil pero un auténtico desconocido de la gran pantalla, en 1926 era uno de los cómicos más exitosos del mundo, en 1928 su carrera estaba acabada. ¿Qué sucedió? Por desgracia, durante muchos años la única versión conocida de los hechos fue la que comentaron dos de las personas que dieron forma a su carrera cinematográfica: Mack Sennett y el célebre director Frank Capra. Ambos publicaron sendas autobiografías – El Rey de la Comedia y El Nombre delante del Título – que si bien son muy interesantes y amenas de leer, también están plagadas de inexactitudes y de un nada disimulado egocentrismo que, a la hora de tratar el caso Langdon, dejan a éste en muy mal lugar. Langdon había muerto en 1944, mucho tiempo antes de que ambos libros se publicaran, y no pudo por tanto dar su versión de los hechos, pero por suerte con el tiempo algunos biógrafos han rebatido muchas de las afirmaciones de Sennett y Capra. Desde este pequeño rincón silente intentaremos también aportar una versión más fidedigna sobre qué le sucedió al bueno de Harry Langdon para de paso reivindicarle como se merece.

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Cuando Jacques Tati rindió pleitesía a sus maestros

En 1958 una de las grandes películas del año fue sin duda la francesa Mi Tío (Mon Oncle) del cómico Jacques Tati, que recaudó entre muchos otros premios el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Se trataba de una nostálgica obra maestra que rescataba el espíritu del slapstick clásico eficazmente adaptado al cine de aquellos años, de modo que resultaba lógico que en su discurso de agradecimiento Tati rindiera homenaje a los viejos maestros del género que tan claramente le habían influenciado.

A raíz de haber sido el ganador del premio, la Academia le ofreció a Tati en su visita a Hollywood un trato especial y le dieron al director la oportunidad de concederle cualquier petición que tuviera. Y aquí fue donde los miembros de la Academia se llevaron una sorpresa. Porque en circunstancias normales, lo que uno pediría en este caso sería conocer a las estrellas y directores más de moda o acudir a alguna de lujosa fiesta. Pero lo que Tati pidió fue que le presentaran a sus viejos ídolos del slapstick. Una cosa era tenerles en cuenta en su discurso, otra realmente preferir pasar un rato de charla con estos ancianos antes que con Paul Newman.

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Le Giornate del Cinema Muto de Pordenone 2017 (II)

29 de septiembre

Este año el Dr. Caligari decidió asistir a la proyección gratuita que sirve como prólogo al festival y que tiene lugar en el Teatro Zancanaro de Sacile, un pueblo (muy bonito por cierto) a solo unos kilómetros de Pordenone. En este caso se trataba ni más ni menos que de una de las obras cumbre del cine silente, El Viento (1928) de Victor Sjöstrom, con una orquesta en vivo interpretando una excelente banda sonora compuesta para la ocasión por Günter A. Buchwald. Para sorpresa de los organizadores, el teatro estaba tan lleno que tuvieron que abrir los palcos superiores (de hecho había gente haciendo cola una hora antes… ¡Sjöstrom arrasando en Sacile!).

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Roscoe Arbuckle y Mabel Normand: la serie «Fatty y Mabel»

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Mabel Normand y Roscoe Arbuckle (conocido popularmente como Fatty) eran a mediados de los años 10 dos de los cómicos más célebres del cine americano. Ambos se habían convertido en estrellas en la Keystone, el estudio más importante de comedias slapstick del cual saldrían otros grandes cómicos como Charles Chaplin o Harry Langdon. Mack Sennett, el jefe del estudio, era perfectamente consciente de que ambos tenían más talento que la mayoría del resto de artistas, y por ello decidió emparejarlos en una serie de cortometrajes. Ambos funcionaron muy bien como pareja cómica, pero además su serie de cortos coincidió con una época de evolución muy interesante en la Keystone. Por esos dos motivos, les invitamos a repasar los cortometrajes de la serie «Fatty y Mabel», que no solo nos permiten disfrutar de las dotes cómicas de ambos, sino comprobar la evolución de los dos cómicos en un espacio de tiempo de solo dos años.

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Billy West, Billie Ritchie y los imitadores de Chaplin

Amigos lectores, si quieren una pequeña diversión antes de pasar a la apasionante lectura de este artículo sobre Charles Chaplin, les propongo un juego que pondrá a prueba sus conocimientos sobre el célebre cineasta: en todo este post sólo hay una imagen en que aparezca Chaplin. ¿Cuál?
Para ello les animo a que antes de leer su contenido miren todas las fotografías que aparecen e intenten detectar al cómico más célebre del mundo. Cuando hayan visto todas las imágenes, para saber quién es el que sale en cada una ábranlas en una pestaña nueva y les saldrá el nombre en el link.

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Supongo que no les descubro nada nuevo si les digo que en su momento Charles Chaplin tuvo una popularidad inmensa, o quizá convendría matizar, asombrosamente inmensa. Por ello no es de extrañar que enseguida le salieran imitadores por todas partes provocándole numerosos dolores de cabeza. La intención inicial de esta entrada era centrarme en el más famoso de todos, Billy West, pero al final me he dado cuenta de que todo este fenómeno era demasiado complejo y lleno de detalles interesantes como para limitarlo al bueno de West. Así que he decidido escribir sobre el fenómeno Charlot en general contextualizándolo en su época, ya que sólo de esa forma podremos entender la invasión de imitadores de Chaplin y el dilema de hasta qué punto es denunciable o no un imitador. Pónganse cómodos y disfruten de la lectura.

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