Rosita, la Cantante Callejera (Rosita, 1923) de Ernst Lubitsch

Que muchas veces los artistas son los peores jueces de su propia obra es algo de sobras conocido pero que en la mayoría de casos no pasa de la pura anécdota. No obstante a veces eso puede tener consecuencias nefastas para nosotros, como es el caso de Rosita (1923), la película que Ernst Lubitsch dirigió para Mary Pickford. Pongámonos en situación: la Pickford, una de las estrellas más grandes del país, quería dar un giro a su carrera apartándose de los papeles que solía hacer interpretando a niñas o adolescentes (no podemos culparla, tenía ya más de 30 años). Para ello decidió traer de Alemania a Lubitsch, uno de los cineastas más prestigiosos del momento, para que la dirigiera en un filme donde podría interpretar un papel adulto, que acabaría siendo Rosita.

Durante el rodaje, los caracteres fuertes de Lubitsch y Pickford chocaron en varias ocasiones pero al final lograron dar forma a una película que satisfizo a los dos. Se estrenó y fue un enorme éxito de público. En principio todo salió bien… pero no fue así. Por algún motivo que solo la Pickford conoce, ésta le cogió una manía tremenda a Rosita, hasta el punto de que en sus memorias la calificó como la peor obra de su carrera. Como ella tenía los derechos del filme, se aseguró de retirarlo pronto de circulación y no se molestó en conservar ninguna copia de la película… salvo el rollo cuatro, porque contenía la única escena que le gustaba. En consecuencia, durante mucho tiempo Rosita fue un filme desaparecido hasta que por suerte se encontró una copia completa en la Filmoteca de Moscú que fue restaurada hace unos pocos años y reestrenada en varios festivales, permitiendo que décadas después el público pudiera juzgar por sí mismo la calidad del filme. Así pues me dispongo a defender esta película tan injustamente maltratada por el dudoso criterio de mi vieja amiga Pickford (espero que no se tome a mal este comentario).

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Gloria Swanson y la escena de los leones de Macho y Hembra (1919)

Uno de los rasgos más curiosos de la era muda es que en esos años no era nada inhabitual que los actores, incluso los más célebres, corrieran auténticos riesgos rodando sus escenas. Ello era debido en parte a la falta de regulación que existía en aquellos tiempos al respecto y, también es cierto, al genuino entusiasmo que muchos de ellos sentían hacia su profesión, que les llevaba a entender estos riesgos como algo normal, un gaje del oficio para conseguir que la película fuera lo mejor posible.

Un caso paradigmático es el de Gloria Swanson en Macho y Hembra (Male and Female, 1919) de Cecil B. De Mille. La película narraba una historia contemporánea sobre las relaciones de clase, pero siendo De Mille se inventó una excusa para colar un flashback ambientado en la Antigua Babilonia que no viene absolutamente a cuento de nada, pero le sirve para colar unos minutos de fastuosa decoración y vestuario, además de ofrecer un impactante desenlace en que la Swanson era finalmente ofrecida de comida a los leones (pueden verlo en el vídeo de abajo).

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La Reina Kelly (Queen Kelly, 1929) de Erich von Stroheim

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Dentro de la filmografía de Erich von Stroheim, La Reina Kelly (1929) es seguramente una de sus películas más malditas, lo cual tratándose de Stroheim es decir mucho. La que sería su última gran obra no solo contó con los problemas ya habituales en un rodaje de Stroheim (presupuestos descontrolados, meticulosidad exasperante, un argumento que daría para no menos de cuatro horas de film…), sino que su filmación se interrumpió a la mitad dejando la película incompleta y, además, no pudo visionarse en Estados Unidos durante décadas, convirtiéndola en toda una pieza de culto.

Uno no puede evitar preguntarse en qué estarían pensando Gloria Swanson y su productor y amante Joseph P. Kennedy (padre del futuro presidente) cuando decidieron encomendar a Stroheim el rodaje de una película para lucimiento de la actriz. Puedo entender que se sintieran lógicamente fascinados por la maestría de Stroheim tras la cámara e incluso que se dejaran seducir por el éxito de taquilla de La Viuda Alegre (1925); pero a esas alturas era imposible que no conocieran lo extremadamente problemático que era el director y los continuos dolores de cabeza que provocaba a su paso por diferentes proyectos, a cada cual terminado de forma más traumática y a menudo sin recuperar sus costes en taquilla. Por mucho que admiraran su arte (y nos consta que Swanson siempre siguió respetando enormemente el talento de Stroheim), es incomprensible que apostaran su dinero en una empresa que a todas luces iba a acabar mal. De todos modos, los cinéfilos de todo el mundo no podemos dejar de agradecerles que le dieran la última gran oportunidad de su vida.

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Los guiños de El Crepúsculo de los Dioses (1950)

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El Crepúsculo de los Dioses (1950) es una de esas películas que casi no necesitan presentación, una de las más contundentes críticas a la cruel maquinaria de Hollywood mediante la historia de una diva de cine mudo que cayó en el olvido con la llegada del sonoro. El film es sin duda una de las grandes obras maestras del séptimo arte por sus numerosas cualidades cinematográficas, pero uno de sus aspectos más interesantes son las múltiples referencias que sobrevuelan a lo largo de todo el metraje como guiños al espectador. La mayoría son conocidas pero nunca está de más repasarlas.

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