Le Giornate del Cinema Muto de Pordenone 2022 (II)

Crédito: Museum of Modern Art, NY / Le Giornate del Cinema Muto. Diseño gráfico: Calderini – Marchese

Bienvenidos a Ruritania

Como el principal ciclo de este año está dedicado a un concepto que creo que muchos de ustedes desconocerán, he pensado que sería interesante explicarlo lo más brevemente posible antes de entrar en materia. Ruritania es el país imaginario en que se ambienta El Prisionero de Zenda (1894) de Anthony Hope. Lo que sucede es que la novela tuvo un éxito tan espectacular que el concepto de Ruritania se acabó reutilizando en multitud de libros y películas de la época. Según el director del festival se calcula que hay al menos 200 filmes de la era muda ambientadas en dicho país, y eso teniendo en cuenta que aún se están buscando y añadiendo más a la lista.

En la novela original nunca se especifica dónde está ese extraño paraje europeo, pero enseguida acabó asociándose al territorio de los Balcanes. En aquellos años dicha zona estaba constantemente apareciendo en la prensa por sus problemas políticos, y en el imaginario popular se asociaba a un territorio que representaba la vieja Europa: belicosa, inestable y regida por monarquías a punto de caer por grupos revolucionarios. Si atraía tanto al público es porque evocaba unos tiempos teóricamente pasados para los países que habían entrado en la modernidad del siglo XX, pero también por el temor que suscitaban esos territorios. De hecho, en la mayoría de películas y libros sobre Ruritania suele ser un inglés o americano (según el caso) el que acaba involucrado en este conflicto y salva la situación. Es decir, acaba siendo el mundo moderno quien acude al rescate.

Por último hay otro factor muy importante para explicar la conveniencia de utilizar el concepto Ruritania desde el punto de vista de los productores: la comodidad de poder ambientar las películas en un país inexistente facilitaba su distribución sin miedo a ofender a nadie. Al público le gustaba y ninguna monarquía podría enfadarse porque hicieran películas sobre ellos. Era perfecto para todos.

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Decasia (2002) de Bill Morrison


¿Alguna vez se han parado a pensar en los cientos de fragmentos de películas mudas de los que nadie se acuerda ya por haber quedado huérfanos y desconocerse su título o autor? ¡Cuántos planos o escenas que nadie quiere molestarse en visionar porque no los podemos ubicar, porque estamos tan obsesionados con catalogar todo y situarlo dentro de la narrativa de una pieza que somos incapaz de disfrutar de un fragmento de película por sí mismo! Por suerte estos clips de cine mudo tienen el consuelo del found footage, películas formadas con fragmentos de otros filmes a modo de collage, de los cuales los más célebres compuestos por obras mudas son Lyrical Nitrate (1991) de Peter Delpeut y Decasia (2002) de Bill Morrison.

Decasia propone recuperar el cine en su concepto original más puro: en su fascinación por la imagen al margen de la narrativa, el hecho de disfrutar del milagro de la imagen en movimiento sin necesidad de una historia que la sostenga. El filme está compuesto por múltiples fragmentos que no están unidos por un nexo lógico sino que más bien funcionan como poesía visual apoyada por la excelente banda sonora de Michael Gordon, sin la cual no podría entenderse la película. Su condición abstracta hace además que detalles que podrían ser considerados como defectos (la mala calidad de algunos de los negativos, que hace que las imágenes se vean borrosas y con manchas) aquí jueguen en su favor, dándole un aspecto aún más irreal.

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The Heart of the World (2000) de Guy Maddin

Si quieren saber cuál es en mi opinión la película moderna que mejor ha sabido homenajear el estilo de la era muda, no es ni The Artist (2011) de Michel Hazanavicius, ni Blancanieves (2012) de Pablo Berger ni siquiera Juha (1999) de mi admiradísimo Aki Kaurismäki. Todos ellos son muy buenos filmes pero creo que palidecen al lado de este alucinante corto del cineasta canadiense Guy Maddin llamado The Heart of the World (2000).

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Light Is Calling (2004) de Bill Morrison

Bill Morrison es uno de los artistas actuales que mejor ha sabido aprovechar las posibilidades del cine mudo dentro de lo que se conoce como found footage, es decir, películas montadas a partir de material fílmico ya existente. En este campo Morrison ha destacado por su uso de fragmentos de películas perdidas o en alto proceso de deterioro dándoles una nueva vida, mostrándonos cómo estas imágenes descontextualizadas o casi convertidas en abstracciones pueden funcionar cómo cine experimental.

Su proyecto más célebre es el largometraje Decasia (2002) compuesto íntegramente por fragmentos de películas desaparecidas junto al acompañamiento musical del compositor Michael Gordon. No obstante, como primera aproximación a los que no conozcan su obra yo recomendaría este cortometraje, Light Is Calling (2004), creado a partir de una escena de una película que por suerte sí se conserva – The Bells (1926) de James Young – pero tomando como referencia una copia muy deteriorada que convierte la imagen en una abstracción que adquiere vida propia ayudado por la música del ya citado Michael Gordon.

Si tienen ganas de descubrir más sobre este interesantísimo artista, no dejen de visitar su canal de Vimeo.

Sinfonías de ciudades

Uno de los géneros más interesantes y enteramente propios de la era muda son las conocidas como sinfonías de ciudades. Bajo este término se designan documentales que retratan el día a día de una ciudad pero no siguiendo la estructura típica de un documental, sino de una forma más abierta o poética. La finalidad no es tanto retratar la ciudad en cuestión como utilizarla para hacer una sinfonía visual, de ahí que sea un género tan prototípico de la era muda muy ligado además al cine absoluto y a su concepción del cine como una forma visual pura, sin argumento.

En las dos últimas ediciones del Festival de Pordenone parte del programa estuvo dedicado a sinfonías de ciudades (pueden ver aquí el índice de mis aventuras en dicho festival el 2015 y el 2016) y creo que este año habrá incluso una tercera parte, lo cual nos demuestra que más allá de los títulos más famosos hay muchas obras por descubrir. Por otro lado, el hecho de que en ambas ediciones fueran de los programas favoritos del público demuestra que las sinfonías de ciudades constituyen un género que sigue siendo de interés hoy día por su estilo tan libre y fresco. Así pues, el Doctor Caligari les propone un acercamiento introductorio a este tipo de cine con una selección de sus quince sinfonías de ciudades favoritas.

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Symphonie Diagonale (1924) de Viking Eggeling

Aunque ya se mencionó por aquí en un post dedicado al cine absoluto, la Symphonie Diagonale (1924) de Viking Eggeling tiene suficiente importancia como para merecer una entrada para ella sola. Se trata de una de las primeras obras cinematográficas abstractas que se conservan, además del gran trabajo de Eggeling, un inquieto artista que había coqueteado previamente con el dadaísmo hasta que se empezó a interesar por el cine.

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Rien Que Les Heures (1926) de Alberto Cavalcanti

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Rien Que Les Heures (1926) del brasileño Alberto Cavalcanti es el film que inaugura ese pequeño ciclo de documentales mudos que retratan ciudades siguiendo un estilo vanguardista, que culminaría con las célebres Berlín Sinfonía de una Ciudad (1927) de Walter Ruttmann y otras obras menos conocidas pero igualmente interesantes.

Este film supone el debut de Cavalcanti como director tras haber colaborado con Marcel L’Herbier en films como El Inhumano (1924), lo cual sirvió de formación al brasileño para familiarizarse con el medio y las formas expresivas tan innovadoras que estaba llevando a cabo L’Herbier.

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