Cómicos que Pasan (Exit Smiling, 1926) de Sam Taylor

Aunque hoy día su nombre no es tan conocido como merecería, en su momento Beatrice Lillie fue una de las más grandes actrices cómicas del mundo, con una larga y exitosa carrera en el mundo del teatro que abarcó desde los años 10 hasta los 60 en la que trabajó con autores como Noël Coward o André Charlot. Bautizada por más de un crítico como la mejor actriz cómica de la época, era de esperar que tarde o temprano el mundo del cine le hiciera alguna propuesta, como acabó sucediendo en forma de una película no muy recordada pero que merece nuestra atención: Exit Smiling (1926).

El filme en cuestión cumple perfectamente el cometido de servir como vehículo para mostrarnos las dotes cómicas de la protagonista pero, al mismo tiempo, evita ser una obra creada expresamente para su lucimiento – o, dicho en otras palabras, el guion se sostendría perfectamente por sí solo sin el aliciente de Beatrice Lillie. Irónicamente, la que era una de las mejores actrices de la época, encarna aquí a Violet, una pobre mujer encargada del guardarropa de una compañía teatral ambulante que en el fondo sueña con poder trabajar como actriz haciendo el papel de la femme fatale, una paradoja que seguro que el público de la época apreciaría. Un día el futuro de nuestra protagonista da un cambio cuando conoce a Jimmy Marsh, un joven que está huyendo tras haber sido falsamente acusado de un delito en el banco en que trabajaba. Ella se compadece de él y le consigue un papel en la obra que están interpretando, que acabará aterrizando en el pueblo del que él huía.

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Sus Primeros Pantalones (Long Pants, 1927) de Frank Capra

Pocos casos conozco más paradigmáticos que el de Harry Langdon en lo que se refiere a pasar casi literalmente de la noche a la mañana de estar en la cresta de la ola a venirse completamente abajo. En 1926 era uno de los actores de slapstick más famosos del momento, hasta el punto de que su popularidad empezaba a alcanzar los niveles de un Chaplin o Harold Lloyd. Dos años después su carrera estaba acabada.

Por el camino dejó un buen número de cortometrajes que hoy día son considerados clásicos del género y dos notables largometrajes dirigidos por un ex-escritor de gags que había ascendido a la categoría de director llamado Frank Capra. El primero de estos filmes, The Strong Man (1926), demostraba que ese joven realizador tenía ya una destreza inusual para un casi debut, algo que se confirmaría en la posterior Sus Primeros Pantalones (1927). No obstante, es curioso constatar cómo ambos filmes siguen enfoques totalmente distintos: The Strong Man es puro Capra, con la clásica lucha entre el bien y el mal en que un hombre sencillo pero de buen corazón logra vencer, mientras que Sus Primeros Pantalones está más dominada por la personalidad de Langdon y renuncia al sentimentalismo a cambio de un humor más negro.

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Auge y caída de Harry Langdon

En 1949, el crítico cinematográfico James Agee publicó en la revista Life un artículo titulado «Comedy’s Greatest Era» que tuvo una enorme importancia en el proceso de revalorización del slapstick como uno de los grandes géneros a recuperar de las primeras décadas del cine. En dicho texto Agee se centraba en los que él consideraba los cuatro grandes genios de la comedia muda y analizaba con detalle qué hacía que cada uno de ellos fuera tan especial. Dos de ellos eran de sobras conocidos por el gran público, Charles Chaplin y Harold Lloyd, pero los otros dos habían caído en el olvido desde hacía tiempo y comenzarían a ser rescatados en parte impulsados por este artículo. Uno de ellos era Buster Keaton, que desde la era sonora llevaba años subsistiendo en pequeños papeles de todo tipo o como escritor de gags y que, con el tiempo, no solo recuperó su pasada popularidad sino que incluso acabaría sobrepasando a Harold Lloyd. Pero el cuarto en cambio nunca recuperó dicho estatus salvo entre críticos y fanáticos de la era muda, de forma que aunque el artículo de James Agee menciona a los «cuatro grandes de la comedia», a la práctica se ha acabado considerando que fueron tres los grandes del slapstick, dejando fuera a este cuarto personaje, que no es otro que Harry Langdon.

Y no obstante, en su momento cumbre, en la segunda mitad de los 20, Langdon era tan inmensamente popular en Estados Unidos que casi llegaba a los niveles de Chaplin. De hecho su descubridor, Mack Sennett, el productor de la Keystone (el  estudio de comedias slapstick más célebre de la época), diría que era el mejor cómico que había visto jamás, más incluso que Chaplin. El suyo es quizá el caso más exagerado que conozco de auge y caída tan repentinos en un periodo de tiempo tan breve: en 1923 era un actor de experiencia en el mundo del vodevil pero un auténtico desconocido de la gran pantalla, en 1926 era uno de los cómicos más exitosos del mundo, en 1928 su carrera estaba acabada. ¿Qué sucedió? Por desgracia, durante muchos años la única versión conocida de los hechos fue la que comentaron dos de las personas que dieron forma a su carrera cinematográfica: Mack Sennett y el célebre director Frank Capra. Ambos publicaron sendas autobiografías – El Rey de la Comedia y El Nombre delante del Título – que si bien son muy interesantes y amenas de leer, también están plagadas de inexactitudes y de un nada disimulado egocentrismo que, a la hora de tratar el caso Langdon, dejan a éste en muy mal lugar. Langdon había muerto en 1944, mucho tiempo antes de que ambos libros se publicaran, y no pudo por tanto dar su versión de los hechos, pero por suerte con el tiempo algunos biógrafos han rebatido muchas de las afirmaciones de Sennett y Capra. Desde este pequeño rincón silente intentaremos también aportar una versión más fidedigna sobre qué le sucedió al bueno de Harry Langdon para de paso reivindicarle como se merece.

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Le Giornate del Cinema Muto de Pordenone 2017 (II)

29 de septiembre

Este año el Dr. Caligari decidió asistir a la proyección gratuita que sirve como prólogo al festival y que tiene lugar en el Teatro Zancanaro de Sacile, un pueblo (muy bonito por cierto) a solo unos kilómetros de Pordenone. En este caso se trataba ni más ni menos que de una de las obras cumbre del cine silente, El Viento (1928) de Victor Sjöstrom, con una orquesta en vivo interpretando una excelente banda sonora compuesta para la ocasión por Günter A. Buchwald. Para sorpresa de los organizadores, el teatro estaba tan lleno que tuvieron que abrir los palcos superiores (de hecho había gente haciendo cola una hora antes… ¡Sjöstrom arrasando en Sacile!).

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