Pocos directores de la era muda supieron adaptarse a la novedad del cine sonoro con tanta rapidez y eficacia como Fritz Lang. El que era el director por excelencia de Alemania junto a F.W. Murnau (quien nunca llegó a hacer la transición al sonoro por completo a causa de su temprana muerte) se estrenó con esta importante innovación técnica con la que muchos consideramos su mejor obra, M, el Vampiro de Düsseldorf (M – Eine Stadt Sucht einen Mörder, 1931) y lo remataría con la magistral secuela de El Doctor Mabuse (1922), El Testamento del Doctor Mabuse (Das Testament des Dr. Mabuse, 1933).
Ambos filmes no solo eran auténticas obras maestras sino que revelaban un uso muy inteligente e imaginativo del sonido que era propio de alguien que no se dedicó simplemente a incorporar esa novedad en sus películas, sino que buscaba cómo sacarle partido. En M, sin ir más lejos, era una melodía silbada lo que permitía localizar al asesino de niñas, lo cual además daba más fuerza a una de las ideas que transmitía la película y que se dejaba a entrever claramente en su subtítulo original, que era «El Asesino Está entre Nosotros»: el hecho de que ese criminal estaba escondido entre la población, era una persona más que circulaba por la calle. De ahí esas escenas en que la gente de la calle, paranoica, detenía a personas inocentes a quienes consideraban sospechosas de ser el asesino simplemente por estar hablando con una niña. Por eso la incapacidad de la policía por detenerlo y sus palos de ciego poniendo el énfasis en el mundo del hampa, como si el culpable tuviera que ser necesariamente alguien ya fichado, como un vulgar ladronzuelo.