Hace 100 años: las mejores películas de 1921

Siguiendo con toda una tradición de este rincón silente hemos decidido escoger una vez más para ustedes las mejores películas que cumplen un siglo con una selección de los 20 mejores filmes de 1921. Si han leído las anteriores entregas de este tipo de listados (abajo del todo tienen los links a ediciones pasadas) habrán notado que el número de películas escogidas ha ido aumentando a lo largo de los años. El motivo es que a medida que pasa el tiempo la cantidad de grandes filmes que se producían fue aumentando más y más, y como el propósito de estos listados es no solo ofrecer mi selección sino también reivindicar algunas obras olvidadas, he creído conveniente aumentar la lista a 20.

¿Qué nos ofrecía el universo cinematográfico en 1921? De entrada hay un aspecto cada vez más decisivo: Alemania, que había entrado con fuerza en nuestro top del 1920, se afianza definitivamente como una de las mayores potencias fílmicas del mundo tomando el relevo de los países escandinavos, que si bien aquí aún tienen mucho que ofrecer en unos pocos años pasarían a ocupar un papel más secundario al perder a sus principales exponentes. Aparte de los que hemos seleccionado, tenemos este año más filmes alemanes de interés como Corazones en Lucha de Fritz Lang o Die Geierwally de E.A. Dupont, hoy día un tanto olvidado pero en su momento un exitazo de taquilla que versaba sobre la historia de amor entre una chica de pueblo famosa por haber matado un buitre con sus manos y un muchacho que ha matado un oso… ¡ah, ya no se escriben historias como las de antes!

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Le Giornate del Cinema Muto de Pordenone 2019 (III)


Imagen: Valerio Greco

Entrando en el ecuador del festival uno empieza a notar ya cierto agotamiento acumulado y los primeros síntomas de que el cuerpo está implorando a gritos salir de esa sala oscura. Es en este punto del festival cuando más lamento que casi ninguna de las proyecciones que tengo previsto saltarme sean a primera o última hora del día, que son los horarios que a uno le permitirían dormir unas horas más. Pero qué le haremos, este feliz estrés consistente en que uno tiene demasiadas cosas por ver en una semana es una de las características de festivales como Pordenone, donde además si uno se salta ciertas sesiones no tiene la seguridad de que pueda cazar esa película en otra ocasión.

8 de octubre – Travestismo a gogó

Les voy a hacer una pequeña confesión: aunque me gustan las películas de William S. Hart, no estaba seguro de ser tan fan del célebre cowboy como para disfrutar de un programa entero dedicado a él. Pero de momento la cosa está yendo bien en gran parte por dos motivos: porque aunque hay cierto tipo de argumentos o situaciones que suelen repetirse sus películas están siendo medianamente variadas, y porque el ciclo se centra sobre todo en su primera época, que son cortos y mediometrajes que se digieren mejor y permiten observar cómo va dando forma a su estilo. El mejor de esta tanda fue The Sheriff’s Streak of Yellow (1915), en que Hart es un sheriff admirado por todo el pueblo hasta que un día deja escapar expresamente a un criminal, ya que le debía un favor del pasado. Eso provoca que le obliguen a resignar de su puesto, pero al final vuelven a aceptarle cuando impide un robo al banco cometido por la banda de ese mismo forajido. Sin una mujer que le redima aquí tenemos al Hart más duro y viril en esta historia que trata sobre lo cambiante que es la actitud de la gente hacia nuestro héroe (un detalle sutil pero interesante: cuando todos acuden a ver qué ha sucedido en el banco una vez Hart ha matado a toda la banda, éste inicialmente se muestra algo desconfiado hacia los lugareños seguramente por temor a que piensen que él tuvo algo que ver con el robo, pero por suerte no es así).

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Le Giornate del Cinema Muto de Pordenone 2018 (II)

6 de octubre – Cuando Lotte Reiniger hacía anuncios de Nivea

Las primeras proyecciones del festival siempre se me hacen un poco extrañas. Quiero decir, la ceremonia de inauguración, donde se presenta el evento y se nos da la bienvenida, es el sábado por la noche. De modo que las sesiones que hay ese mismo sábado por la tarde, antes de que se haya inaugurado oficialmente el festival, siempre me han parecido un poco que están en tierra de nadie, pero deben ser tonterías de este Doctor.

Ah, no hay nada como reencontrarse de nuevo con el Teatro Verdi después de un año (su olor, sus butacas demasiado estrechas para la gente de piernas largas, el timbre avisando del inicio de cada sesión…). Me encantan las primeras proyecciones de cine primitivo de Pordenone, cuando uno todavía no se ha habituado al estilo y las convenciones de ese tipo de obras y las recibe con cierta frescura. Con esto no digo que más adelante uno se canse de ver películas mudas (¿qué clase de monstruo se cansaría de ver cine mudo?) sino que tras varios días de empacho silente llega un momento en que uno se acostumbra a los tics y el estilo de estas obras viéndolos casi como algo normal, y no con la fascinación inicial que nos suscita ese tipo de cine y que se hace patente sobre todo en las primeras sesiones a las que uno asiste.

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Piccadilly (1929) de E.A. Dupont

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Pónganse en situación: Londres, años 20. Un club de moda cuya mayor atracción son una pareja de bailarines que actúa cada noche: Mabel y Victor (¿le reconocen? es el actor Cyril Ritchard, que encarnaba al pintor en La Muchacha de Londres de Hitchcock). La película se embriaga del ambiente nocturno, de la animación que se vive en el club, y eso se nota en la dirección tan dinámica y atractiva. Tras la cámara se encuentra el director alemán E.A. Dupont, quien se había hecho un nombre internacionalmente gracias al éxito avasallador de Varieté (1925). Dupont sabía perfectamente lo que el público y la crítica esperaban de él: si el cine alemán se había hecho famoso era por la fama que tenía de ser técnicamente muy superior, de emplear trucos de cámara apabullantes. Por tanto, él ofrece a los espectadores lo que se espera de él, y mientras Mabel y Victor hacen su número, la cámara baila literalmente con ellos, con unos travellings maravillosos que giran por todo el club. ¿No opinan que los travellings resultan doblemente atrayentes en el cine mudo?

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Extraños en el paraíso: cineastas europeos en Hollywood (I)

Desde que Hollywood se convirtió en la gran industria cinematográfica del mundo ha servido como infalible imán para atraer el talento de artistas de todas partes. Durante toda su historia, cineastas de varios países europeos se han dejado seducir por la autodenominada Meca del Cine y han abandonado sus naciones para emprender una carrera en la famosa tierra de las oportunidades. A partir de aquí, los ha habido con más o menos suerte, los que se integraron a la perfección en el sistema realizando películas exitosas y ganadoras de premios y, mucho nos tememos, los que han salido escaldados de la experiencia.

eisenstein-chaplin    Chaplin y Eisenstein, dos de los mayores genios cinematográficos del mundo haciendo el tonto con sendas raquetas de tenis.
Esto no es algo que se vea cada día.

Este proceso ya sucedía en la era del cine mudo, donde el talento de muchos directores y actores europeos no pasó desapercibido para los magnates de la industria. Hay casos en que esa odisea americana fue un “visto y no visto”, como el del alemán E.A. Dupont, que se hizo un nombre a nivel internacional con Variété (1925), consiguiéndole un pasaporte a Hollywood. Pero ahí solo realizó una película, Love Me and the World Is Mine (1927) – hoy día desaparecida – y fue tal fracaso que volvió a Europa, en concreto a Reino Unido, donde siguió trabajando con algo más de suerte. Otros no llegaron siquiera a tener la oportunidad de realizar una película, como es el caso de Serguéi Eisenstein, quien viajó a América a principios de los años 30 para investigar la novedad del cine sonoro y recibió ofertas para realizar algunos proyectos en Hollywood. Habría sido digno de ver qué películas habría hecho el cineasta soviético en un ambiente tan diferente al de la URSS, pero se ejercieron tales presiones políticas contra él que los estudios se vieron obligados a echar atrás sus ofertas.

Seguidamente nos centraremos en el caso de varios cineastas de prestigio que llegaron a América en la era muda con desigual suerte.

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¿Realidad o ficción?

Hay una escena de Variété (1925) que siempre me ha gustado especialmente y que hace poco me vino a la cabeza. Ésta tiene lugar poco después de que el protagonista, el trapezista Boss Huller, haya descubierto que su amante Bertha le ha engañado con Artinelli, su compañero de número. Furioso, quiere vengarse y para ello tiene una idea maquiavélica: durante el número de acrobacias que hace con su amante y Martinelli hay una parte especialmente peligrosa en que Martinelli salta desde su trapezio para caer en brazos de Boss. ¿Qué pasaría si le fallara la puntería y no llegara a agarrarle? Martinelli caería al vacío y moriría al instante. Nadie podría demostrar que no ha sido un accidente.

Llega la noche y el trío comienza su famoso número. Pero cuando se acerca la parte más peligrosa, Boss se queda paralizado, dubitativo, mientras observa a los espectadores. Finalmente, se recobra y se inicia el número, pero no lleva a cabo su plan. ¿Por qué? Por el público. Ese público que le observa expectante y a quien no quiere decepcionar. Porque matar a Martinelli de esta forma implicaría hacer creer erróneamente que como artista ha cometido un error, que no ha estado a la altura de las expectativas de la gente. No, los aplausos del público son demasiado cautivadores y por ello Boss no puede evitar desempeñar el número a la perfección, como siempre. Cuando descienden, la audiencia les recibe con una ovación. El protagonista sonríe encantado, disfrutando de toda la admiración que recibe. Pero entonces, se baja el telón y vuelve repentinamente a la realidad. Se acabaron los aplausos y sus minutos de fama. Vuelve a ser el esposo engañado de antes que tiene que solucionar ese molesto triángulo amoroso.

Lo que me gusta de esta escena es la forma como combina el espectáculo que protagonizan los integrantes del triángulo amoroso con el conflicto que subyace por debajo. Martinelli confía su vida cada noche a Boss Huller y no puede ni imaginar el peligro al que se expone al acostarse con la amante de éste. Por otro lado, Huller en un primer impulso prefiere anteponer su orgullo como hombre matando a su rival, pero luego en mitad del número es incapaz de hacerlo, no puede decepcionar a los espectadores. Por ello el momento en que cesan los aplausos es cuando se deshace el hechizo y vuelve a ser consciente de la triste realidad.

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