Hardy sin Laurel: los inicios de Oliver Hardy

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Así como el recorrido artístico de Stan Laurel encaja con la función que ejercería en sus películas como Laurel y Hardy, la de su compañero Ollie nos muestra en contraste una personalidad y ambiciones muy diferentes. Laurel siempre quiso ser un gran artista, Oliver en cambio se conformaba con poder vivir de la interpretación, sin grandes aspiraciones más allá de eso. Mientras Laurel intentaba hacerse un nombre como cómico, Hardy ya era feliz haciendo papeles secundarios para cualquier producción humorística de la época.

Lejos de ser un inconveniente, ese rasgo de personalidad fue seguramente uno de los que contribuyó a que la colaboración artística del dúo perdurara durante tantos años, al no haber peleas de egos entre ellos. Hardy siempre le dejó gustosamente a Laurel el papel de pensador de gags y de que se preocupara por las ideas y planteamientos de sus films, y tampoco le quitaba el sueño que, en consecuencia, éste cobrara más que él. A cambio, Stan siempre respetó las dotes humorísticas de su compañero y, según dicen los que colaboraron con ellos, en los rodajes jamás le daba indicaciones a Oliver sobre cómo tenía que actuar o interpretar los gags, eso era algo que ya sabía que haría a la perfección.

Por tanto, puede que Stan Laurel fuera el gran creador del dúo, pero es innegable que necesitaba a alguien tan valioso como Oliver Hardy, uno de esos artistas que saben ceder modestamente el primer puesto a otros pero que, al mismo tiempo, tienen mucho talento. Hardy tardó años en moldear ese sentido de la comedia que haría que Laurel le apreciara y respetara como compañero. Viendo algunos de los cientos de cortometrajes que realizó antes de convertirse en el “gordo” de “El Gordo y el Flaco”, podemos comprobar no sólo cómo Hardy fue afinando su humor, sino apreciar la evolución de una carrera que, en otras circunstancias, le habría convertido simplemente en otro de los divertidos secundarios de oro del slapstick.

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Siegmund Lubin y su fallida película sobre Jesucristo

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Siegmund Lubin es uno de los muchos pioneros del cine que se hizo un nombre antes de la I Guerra Mundial en Estados Unidos pero que no supo adaptarse a todos los cambios que sufrió el medio a finales de los años 10. Este buen hombre de origen germano no nos resulta destacable hoy día tanto por la calidad de sus películas como por su peculiar forma de hacer negocio. Aprovechándose del caos que había en esos primeros años respecto a títulos de películas y sus auténticos creadores, Lubin, ni corto ni perezoso, se especializó en copiar obras de éxito de otros competidores volviendo a filmarlas plano por plano. Por ejemplo, a raíz de que el Asalto y Robo de un Tren (1903) de Edwin S. Porter fuera aplaudido como una de las grandes obras de su época, Lubin decidió volver a rodar la misma historia un año después. Eso no quiere decir que no tuviera películas originales y/o destacables, pero el motivo por el que hoy día es más recordado era su tendencia a copiar a otros productores.

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