Cada vez que veo alguna de las películas mudas de Frank Borzage me acaban viniendo a la cabeza más o menos la misma serie de preguntas. ¿Cuál es su gran secreto para hacer films tan bonitos y repletos de sensibilidad? ¿Cómo logra que historias en principio tan poco atrayentes o prototípicas nos conmuevan tanto? ¿Y cómo logra emocionar tanto sin llegar a resultar empalagoso, quedándose siempre en el límite justo? Es por ello que las obras mudas de Borzage suelen ser una debilidad de muchos aficionados al cine silente, porque atesoran una magia especial sirviéndose básicamente en el poder de las imágenes para conmover al espectador.
El film que hemos escogido hoy, El Tumbón (1925), no es una de sus creaciones más famosas ni está a la altura de sus obras cumbre, pero igualmente es otro magnífico ejemplo de la maestría de Borzage tras la cámara. El argumento del film es en principio muy simple: Steve Tuttle es un hombre que vive con su madre en un pequeño pueblecito y que se ha ganado con justicia la fama de ser el más vago del pueblo, puesto que se pasa el día tumbado en su jardín de brazos cruzados, aún pese a la insistencia de su novia Agnes porque intente hacer algo de provecho. Un día, Steve se encuentra con la hermana de Agnes, Ruth, que vuelve al pueblo para casarse en un matrimonio de conveniencia orquestado por su madre. En sus años de ausencia, Ruth se ha casado con otro hombre que la ha dejado viuda y con un bebé, pero nadie conoce la historia y teme que su madre no le permita quedárselo. Steve, un hombre perezoso pero de bondadoso corazón, accede a adoptar a la niña sin desvelar quién es su madre, aun cuando eso provoca un escándalo en el pueblo y provoca su ruptura con Agnes.