Hardy sin Laurel: los inicios de Oliver Hardy

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Así como el recorrido artístico de Stan Laurel encaja con la función que ejercería en sus películas como Laurel y Hardy, la de su compañero Ollie nos muestra en contraste una personalidad y ambiciones muy diferentes. Laurel siempre quiso ser un gran artista, Oliver en cambio se conformaba con poder vivir de la interpretación, sin grandes aspiraciones más allá de eso. Mientras Laurel intentaba hacerse un nombre como cómico, Hardy ya era feliz haciendo papeles secundarios para cualquier producción humorística de la época.

Lejos de ser un inconveniente, ese rasgo de personalidad fue seguramente uno de los que contribuyó a que la colaboración artística del dúo perdurara durante tantos años, al no haber peleas de egos entre ellos. Hardy siempre le dejó gustosamente a Laurel el papel de pensador de gags y de que se preocupara por las ideas y planteamientos de sus films, y tampoco le quitaba el sueño que, en consecuencia, éste cobrara más que él. A cambio, Stan siempre respetó las dotes humorísticas de su compañero y, según dicen los que colaboraron con ellos, en los rodajes jamás le daba indicaciones a Oliver sobre cómo tenía que actuar o interpretar los gags, eso era algo que ya sabía que haría a la perfección.

Por tanto, puede que Stan Laurel fuera el gran creador del dúo, pero es innegable que necesitaba a alguien tan valioso como Oliver Hardy, uno de esos artistas que saben ceder modestamente el primer puesto a otros pero que, al mismo tiempo, tienen mucho talento. Hardy tardó años en moldear ese sentido de la comedia que haría que Laurel le apreciara y respetara como compañero. Viendo algunos de los cientos de cortometrajes que realizó antes de convertirse en el “gordo” de “El Gordo y el Flaco”, podemos comprobar no sólo cómo Hardy fue afinando su humor, sino apreciar la evolución de una carrera que, en otras circunstancias, le habría convertido simplemente en otro de los divertidos secundarios de oro del slapstick.

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Billy West, Billie Ritchie y los imitadores de Chaplin

Amigos lectores, si quieren una pequeña diversión antes de pasar a la apasionante lectura de este artículo sobre Charles Chaplin, les propongo un juego que pondrá a prueba sus conocimientos sobre el célebre cineasta: en todo este post sólo hay una imagen en que aparezca Chaplin. ¿Cuál?
Para ello les animo a que antes de leer su contenido miren todas las fotografías que aparecen e intenten detectar al cómico más célebre del mundo. Cuando hayan visto todas las imágenes, para saber quién es el que sale en cada una ábranlas en una pestaña nueva y les saldrá el nombre en el link.

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Supongo que no les descubro nada nuevo si les digo que en su momento Charles Chaplin tuvo una popularidad inmensa, o quizá convendría matizar, asombrosamente inmensa. Por ello no es de extrañar que enseguida le salieran imitadores por todas partes provocándole numerosos dolores de cabeza. La intención inicial de esta entrada era centrarme en el más famoso de todos, Billy West, pero al final me he dado cuenta de que todo este fenómeno era demasiado complejo y lleno de detalles interesantes como para limitarlo al bueno de West. Así que he decidido escribir sobre el fenómeno Charlot en general contextualizándolo en su época, ya que sólo de esa forma podremos entender la invasión de imitadores de Chaplin y el dilema de hasta qué punto es denunciable o no un imitador. Pónganse cómodos y disfruten de la lectura.

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