Viendo Mandrágora (1928) de Henrik Galeen no puedo evitar preguntarme cómo habría sido esta película si se hubiera filmado a principios de década, en plena edad de oro del expresionismo. Quizá habría sido más o menos lo mismo, es decir, un filme menor dentro de las innumerables joyas que nos dio Alemania en la era muda. Pero quién sabe si se habría impregnado más del ambiente expresionista que sobrevolaba sobre muchas películas de esa época y que además encajaría perfectamente en un argumento como éste. En todo caso la realidad es que tenemos que conformarnos con una obra potencialmente prometedora pero que a la práctica ofrece bastante menos de lo esperado.
El Profesor Jakob ten Brinken explica a sus alumnos la vieja leyenda de la mandrágora, una raíz que antiguamente se creía que podía transformarse en un ser humano y que se podía encontrar en la tierra que había debajo de un hombre ahorcado. Para probar la teoría de la mandrágora, Brinken decide hacer un experimento con una prostituta a la que impregnaría con un ejemplar. De ahí nace Alraune, una joven que cuando se hace mayor se convierte en una mujer que seduce a varios hombres llevándolos a la perdición.