Black Skin (Chyornaya kozha, 1930) de Pavel Kolomoytsev

Una de las muchas ventajas de adentrarse en películas tan lejanas en el tiempo es que nos permiten descubrir episodios curiosos de la historia del siglo XX sobre los que no suelen hablarse muy a menudo. Un ejemplo de ello fue la campaña que tuvo lugar en la URSS a principios de los años 30 para atraer trabajadores especializados del extranjero, principalmente de Estados Unidos. Por entonces el recién creado régimen comunista estaba viviendo un fuerte proceso de industrialización y se agradecía la mano de obra con experiencia. La manera de lograrlo era vender al exterior el relato de que la URSS era una utopía socialista donde los obreros no eran explotados por sus amos y trabajaban por un bien común.

Y si bien a principios de los años 30 la Gran Depresión les proporcionó el caldo de cultivo perfecto para ofrecer trabajo a algunos de los obreros que vivían una situación desesperada, a eso los avispados propagandísticos soviéticos supieron añadirle un nuevo ingrediente: el racismo. No se les escapaba que en EEUU éste era un problema por entonces candente, de modo que a su relato le añadieron la idea de que la URSS era un país donde se respetaba a todos los hombres por igual sin importar su raza.

Robert Robinson en el centro de la imagen

Piel Oscura o Black Skin (Chyornaya kozha, 1930) es una producción ucraniana que se basa en la historia real de Robert Robinson, el único trabajador afroamericano de la fábrica de coches Ford, quien sufrió continuamente el racismo de sus compañeros y decidió emigrar a la URSS confiando encontrar un entorno de trabajo más amigable. Allá, otros dos emigrantes norteamericanos le hicieron la vida imposible y la situación desembocó en una violenta pelea. La consecuencia fue que se deportó a los otros dos americanos y que Robinson se convirtió en una pequeña celebridad. Es cierto que en EEUU difícilmente una situación así se habría saldado a su favor, pero también es innegable que el gobierno usó este incidente con fines propagandísticos para confirmar al resto del mundo la idea de que en la Unión Soviética no había racismo entre trabajadores. Y esto último fue algo que a Robinson no se le escapó en ningún momento y con lo que jamás se sintió cómodo al sentirse utilizado – a modo de curiosidad, éste retornaría a los Estados Unidos siendo un anciano.

El filme nos muestra pues a tres trabajadores de la fábrica Ford que, al quedarse desempleados, deciden probar suerte en la floreciente, resplandeciente y excitante Unión Soviética, ¿cómo resistirse? Ellos son una chica, el afroamericano Tom y Sam, un hombre blanco y racista que detesta compartir esta aventura con una persona de color. Una vez allá, Tom enseguida se adaptará y destacará en la fábrica, pero Sam se sentirá amargado y no conseguirá integrarse como sus dos compañeros.

Dejémoslo claro, a nivel de argumento Black Skin no tiene más razón de ser que su mensaje propagandístico, de modo que no esperen una gran profundidad en el desarrollo de los personajes. Pero a cambio, a nivel de forma, es un auténtico festín visual. No tengo ninguna referencia sobre su director de muy breve filmografía, Pavel Kolomoytsev, pero el trabajo que hace aquí recopila todas las bondades expresivas del cine mudo, siendo una de esas muchas obras de finales del silente que demuestra hasta qué niveles de virtuosismo había llegado esta forma de arte.

Me fascinan sobre todo las escenas iniciales en Estados Unidos, con esos planos de los trabajadores desempleados haciendo cola junto a un muro con un mensaje publicitario que parece irónico, la yuxtaposición de los planos narrativos con algunos letreros luminosos publicitarios, las imágenes de la pensión de Sam de estética tenebrosa e influencia claramente germánica, los juegos de siluetas en la calle… No puede ser más obvia la imagen que se pretende dar del que se consideraba el país más avanzado del mundo.

Pero entonces cuando nos trasladamos a la URSS todo cambia. La película no oculta el estado todavía atrasado del país simbolizado por ese ruinoso carro que les recoge en la estación, pero luego se nos aclara que ese medio de transporte anticuado representa ese pasado arcaico que ahora está quedando atrás por un nuevo país industrializado y moderno. Los planos de la fábrica en que contemplamos la construcción de automóviles muestran esa fascinación tan típica del cine soviético por las máquinas, los cachivaches y los procesos industriales (y uno de los grandes méritos de estos cineastas vanguardistas es lograr que ese proceso mecánico sea atractivo y fascinante al espectador), y en cuanto a los exteriores Kolomoytsev nos regala algunos planos de siluetas muy bellos.

Sí, es cierto, la historia es pura propaganda en que el personaje femenino no pinta nada más allá de dar a entender que la nueva URSS también da la bienvenida a las trabajadoras, y el protagonista se sustenta en el encanto natural del actor senegalés Kador Ben-Salim (acróbata y boxeador que llegó a la URSS como parte de una troupe circense y decidió quedarse allá) más que en la construcción de su personaje. Pero el filme se ve solo, no se hace largo (dura menos de 70 minutos) y tiene ese estilo de realización y montaje tan ágil propio del cine soviético de la época que, sin llegar a las cotas vanguardistas de los filmes más experimentales de esos años, sí que toma prestado sus recursos expresivos y narrativos para dar más dinamismo a la película. ¡Incluso los primeros planos son fascinantes y muy expresivos!

No es Black Skin una joya oculta del cine soviético, pero sí el reflejo de un curioso episodio de la historia de la URSS y uno de los muchos filmes ocultos de esos maravillosos años que merece la pena rescatar y disfrutar. Denle una oportunidad y descubran una vez más cómo la era muda es literalmente un pozo sin fondo de películas muy interesantes que están esperando ser rescatadas.

Un comentario en “Black Skin (Chyornaya kozha, 1930) de Pavel Kolomoytsev

  1. Muy interesante tiene que ser esta película, que desconocía por completo. Ahora que, por fin, tengo un pelín más de tiempo voy a visionarla. Bellísimos los fotogramas seleccionados (impactante ese hombre con sombrero, a contraluz, con las gafas resplandecientes, que no desentonaría en el Spionne de Lang).

    Realmente, todo el cine mudo es un terreno en el cual, claves donde claves el pico, te sale petróleo. ¡Gracias por el descubrimiento!

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