Cuando decimos que la edad de oro del cine italiano tuvo lugar en los años 10 puede creerse que eso se deba a las películas de divas y sus ostentosos peplums… y sí, es cierto que esos fueron los principales géneros y los que dieron más fama al cine silente italiano, pero hay más. Realmente en esos años se realizaron multitud de filmes (especialmente cortometrajes) de todo tipo de géneros que son un dechado de imaginación y creatividad: desde películas de acción a comedias. Y hoy les traemos una muestra: L’Acqua Miracolosa (1914) de Eleuterio Rodolfi.
La premisa es la siguiente: Gigetta es una mujer emparejada con el Caballero Cornelio, un hombre mucho mayor que ella que se lamenta de que no tengan descendencia a quien legar su apellido. Su vecino de arriba es el Doctor Rodolfi, que está enamorado de Gigetta y, además, es el médico de cabecera de Cornelio. Éste le propone entonces un remedio para su problema: que su esposa pase un tiempo en unos manantiales que contienen unas aguas curativas que hacen milagros. Cornelio acepta la idea pero, como no puede acompañar a su esposa, la manda sola. Poco imagina que el Doctor Rodolfi se citará con ella en el balneario para vivir un romance. Pero al final todo va bien porque tiempo después Gigetta queda embarazada y Cornelio se lleva una alegría al saber que esas aguas termales surgieron efecto… aunque no en el sentido que él imagina.
La premisa de L’Acqua Miracolosa es ciertamente un tanto chusca, no deja de ser un pequeño chiste u ocurrencia trasladado a un cortometraje cómico. Lo que más llama la atención de su premisa es que al final los adúlteros salen indemnes, ni siquiera se produce el típico desenlace en que todo se descubre y el marido engañado persigue furioso al amante de su mujer. Pero lo que hace interesante a este filme no es eso sino algunos de los recursos visuales tan bellos que exhibe.
Hay por ejemplo una secuencia onírica muy simpática en que Cornelio se va a dormir, se imagina a su mujer bebiendo esas aguas milagrosas y se ve rodeado de un montón de niños. O ese plano final en que Gigettta observa un vaso con ese agua milagrosa en el que aparece Rodolfi, dándonos a entender que el remedio milagroso es en realidad un amante sin problemas de estirilidad mientras ella pone cara de circunstancias. Del mismo modo, los planos de la pareja del balneario son muy bellos, usando muy sabiamente el contraluz y las siluetas de los amantes, demostrando un cuidado visual que más allá de lo que sería una simple comedieta.
Pero lo que más me gusta y lo que me ha animado mayormente a dedicarle una entrada a este corto son un par de planos que muestran el interior del bloque de pisos para que veamos lo que sucede en cada vivienda:
Es un plano que requiere un cierto trabajo a nivel de diseño de producción que, y eso es lo que más me llama la atención, en realidad resulta narrativamente innecesario. Al principio yo me pensaba que se extraerían ciertos gags de esa confluencia de habitajes, pero no es así, la razón de ser del plano es el mero placer de disfrutar de este hallazgo visual/gag en sí mismo. Y esta es una de las cosas que me encanta del cine mudo y que podemos encontrar en muchos filmes de esa década tan infravalorada como son los años 10: un cierto placer por probar cosas nuevas simplemente porque pueden ser visualmente interesantes, llamativas o divertidas, sin que haya una necesidad de hacer tanto esfuerzo para el funcionamiento de la historia (y más si estamos hablando de un cortometraje).
Son años de aprendizaje, experimentación y ganas de probar cosas nuevas, y nosotros como espectadores estamos invitados a participar en todos estos hallazgos y disfrutar de ellos. ¿Cómo resistirse a ello? Disfruten pues de este simpático cortometraje y si se da la circunstancia de que no entienden los rótulos en danés, recuerden activar los subtítulos automáticos de Youtube traducidos en su idioma.




No sé que decir, Doctor. Estoy demasiado emocionado. Sé que esta es uno de los modestos, tiernísimos, descubrimientos de Pordenone del pasado, Solo decirle, que por justicia, Le Giornate del Muto de Pordenone le pertenecen. Yo soy un indigno diletante, lleno de buena voluntad, nada más. Un abrazo*
Ostras pues no recordaba haberla visto en Pordenone, ¡qué memoria tiene usted!
Y no se ponga tan sentimental, Florenci, ¡celebro que disfrutara del festival y espero que siga disfrutándolo por muchos años! Aquí haremos lo posible por volver a ir en el futuro cuando las circunstancias lo permitan.
Un abrazo.