Le Giornate del Cinema Muto de Pordenone 2023 (II)

Créditos de imagen: Lizica Codreanu en un disfraz de «Pierrot Éclair» hecho por Sonia Delaunay para Le p’tit Parigot (1926). Diseño gráfico: Giulio Calderini y Carmen Marchese.

7 de octubre – ¡Al fuego, bomberos!

Mientras en el mundo real se debate sobre el impacto que tendrán las inteligencias artificiales en el ámbito cinematográfico (spoiler: no pinta muy bien la cosa) resulta reconfortante aislarse por una semana en esa burbuja que es las Giornate del Cinema Muto de Pordenone, donde al final tras una semana de inmersión de filmes mudos uno acaba sintiéndose como si estuviera viviendo a principios del siglo XX. Tal es así que mi móvil se metió tanto en situación que al llegar a Italia perdió la conexión a internet, transportándome a aquellos tiempos en que no teníamos la respuesta a todo en un solo clic… lo cual tendría su gracia si no fuera porque el primer día no estaba en Pordenone, sino en una ciudad que no conocía demasiado y no sabía dónde estaba mi hotel. Bienvenidos a la experiencia Pordenone.

La primera sesión de este año correspondió al ciclo Ruritania. Para los que no lo conozcan, Ruritania es un país imaginario centroeuropeo inspirado en la inmensa popularidad de El prisionero de Zenda. Se utilizó (con ese u otros nombres inventados) en cientos de obras de ficción, demostrando la fascinación que había en esos años por ese territorio tan inestable políticamente y que parecía aún anclado en el siglo XIX. No obstante nuestra primera experiencia ruritana fue un tanto decepcionante. La Reina Joven (1918) era una prestigiosa película de la compañía barcelona Barcinógraf dirigida por Magí Murgià y que contaba con la por entonces célebre Margarida Xirgu encarnando a una reina que tiene un romance con un republicano. El problema es que tiene el defecto de las obras de esos años ambiciosas en intenciones pero algo justas a nivel artístico: parece más un despliegue de medios y recursos que vemos desde la distancia sin sentirnos implicados en la historia.

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Los ojos de Ben Turpin

Ben Turpin es uno de los cómicos más icónicos del cine slapstick por un rasgo físico muy concreto que salta a primera vista: sus ojos bizcos. No obstante uno se formula inevitablemente la pregunta: ¿era Ben Turpin bizco de verdad o formaba parte del papel?

Indagando un poco he descubierto que en realidad no nació bizco, y de hecho se puede verificar con algunas de las pocas fotografías que existen de él de joven (como la que hay más abajo) o las que comparte en este blog el autor de su biografía. Resulta pues innegable que la bizquera de Turpin surgió como un recurso humorístico que le distinguiera de otros actores cómicos. Pero entonces, ¿por qué no existen fotografías de él de su época como actor de slapstick sin bizquear? Incluso Buster Keaton, que cuando veía una cámara se quedaba serio para mantenerse en su personaje en todo momento, tiene algunas imágenes en que se le ve riendo, después de todo no es posible mantenerse siempre en personaje o evitar que te hagan una fotografía relajado en el ámbito personal.

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Mr. Flip (1909) de Broncho Billy Anderson

¿Alguna vez se han preguntado cómo nació el recurso cómico tan típico del slapstick de lanzar una tarta a la cara de un personaje? ¿Ese clásico gag que se convirtió en algo tan prototípico que Laurel y Hardy decidieron llevarlo al extremo en The Battle of the Century (1927)? Pues aparentemente el primer ejemplo que se conoce es el de Mr. Flip (1909), un corto dirigido por el famoso actor y director de películas del oeste Broncho Billy Anderson y protagonizado por el no menos célebre cómico bizco Ben Turpin.

El corto en sí es bastante simple todavía muy lejos de las grandes obras del slapstick que llegarían pocos años después. Su argumento nos cuenta básicamente cómo el bueno de Turpin intenta en diferentes contextos ligar con varias mujeres empleando métodos tan directos que hoy día le habrían valido una orden de alejamiento. Pero no teman, cada una de las mujeres logra librarse de una manera u otra, y la última de ellas lo hace efectivamente estampándole una tarta en la cara. El recurso luego se convirtió casi en una forma de arte dentro del slapstick.