En su momento, Candilejas (1952) fue pensada por Chaplin como la última película de su carrera, el film con el que se despediría definitivamente de las pantallas. Aunque hoy en día sabemos que no fue así, resulta obvia su intención desde el mismo argumento, en que encarna a un viejo cómico de variedades caído en desgracia que tiene un último retorno a los escenarios de mano de una bailarina a la que ha salvado la vida.
Uno de los grandes atractivos de esta obra es que ofrece por primera y única vez la participación conjunta en la pantalla de Chaplin y Buster Keaton, dos de los más grandes cómicos de la historia del cine. Por aquel entonces Keaton había padecido el hundimiento de su carrera y estaba en plena fase de redescubrimiento, mientras que Chaplin había seguido manteniendo su autonomía y su fortuna. El ofrecer un pequeño papel en la película a Keaton, su antiguo colega-rival del mundo del slapstick, enfatizaba aún más la idea de la película como gran final.
Inicialmente Chaplin descartó ofrecerle el papel porque pensaba que al ser tan pequeño Keaton no se sentiría interesado, pero lo cierto es que llevaba ya muchos años haciendo todo tipo de trabajos de ese estilo. Según los privilegiados que asistieron a ese momento, la relación entre Chaplin y Keaton durante el rodaje fue muy respetuosa, ya que ambos consideraban al otro un maestro del humor cinematográfico (algo comprensible en el caso de Keaton, puesto que Chaplin siempre había gozado de un gran estatus y por entonces lo seguía manteniendo; pero en el lado inverso dice mucho a favor de Chaplin que siguiera viendo así a su colega, ya que por entonces casi nadie lo consideraba como tal). Solo en algo discrepaban completamente: Keaton le preguntó a Chaplin qué opinaba de la televisión y éste le dijo que la detestaba y prohibía a sus hijos que la vieran. Keaton en cambio no tenía ningún problema con ese nuevo medio, de hecho le había ayudado a conseguir nuevos papeles para anuncios y programas de televisión. Aquí se nota pues la diferencia de mentalidades: Chaplin con su visión más artística y Keaton más pragmático.
Copio a continuación un fragmento de la imprescindible biografía de David Robinson sobre Chaplin en que comenta el rodaje:
“Keaton trabajó en la película durante tres semanas, del 22 de diciembre al 12 de enero. Al contratarle, Chaplin hizo un gesto generoso pues Buster no había interpretado una comedia desde hacía tiempo y estaba siendo completamente olvidado (el año anterior, Billy Wilder le había contratado en El Crepúsculo de los Dioses para interpretar a uno de los fantasmas hollywoodienses que rodean a Gloria Swanson). En el plató, se mostró reservado y solitario. Según el testimonio de Jerry Epstein, llegó con el pequeño sombrero que había llevado siempre en sus películas e hizo falta indicarle amablemente que Chaplin había pensado ya en el vestuario y el número que debía interpretar. El equipo quedó encantado de ver que, una vez en escena, Chaplin y Keaton volvieron a ser unos viejos maestros de la comedia dispuestos a robarse la escena mutuamente. Lourie se acuerda de que Chaplin ‘farfullaba. Decía “No, ésta es mi escena”’. Claire Bloom notaba también que ‘algunos de los gags de Keaton eran demasiado brillantes, ya que, en vista de las risas que provocaban en las pruebas de cámara, Chaplin no creyó necesario introducirlos en la versión final del film'».

Durante años ha habido mucha discusión sobre esta actuación a raíz de los rumores de que Chaplin se sintió celoso de que su rival ofreciera una interpretación más cómica en su propia película y que, por ello, recortó algunos de sus mejores gags para mayor lucimiento propio. En realidad ha habido opiniones diferentes para todos los gustos, puesto que también ha habido biógrafos e historiadores que han afirmado lo contrario, que Chaplin fue generoso con Keaton y editó la escena para que su interpretación no eclipsara demasiado la de su colega.
Resulta suculenta la idea de que un olvidado Keaton en decadencia pudiera eclipsar al intocable Chaplin en una película suya, pero según Jerry Epstein (uno de los asistentes de Chaplin), lo que sucedió es más prosaico. Aparentemente Chaplin, como de costumbre, filmó mucho más metraje de lo necesario debido a su perfeccionismo, y luego en la sala de montaje tuvo que recortarla de forma sustancial porque si duraba demasiado afectaba al ritmo de la película. En ese proceso, el director se vio obligado a dejar algunos grandes momentos tanto de Keaton como suyos en beneficio del conjunto. Es una explicación muy coherente, ya que encaja con la forma de trabajar de Chaplin, quien por ejemplo ya había eliminado años atrás su gag favorito de Luces de la Ciudad (City Lights, 1931) porque a nivel global no le encontró ningún hueco en la película.
En todo caso, aunque solo sea por verles compartir juntos la pantalla durante unos minutos, se trata de una escena que vale su peso en oro:
