Hoy les proponemos rescatar un cortometraje muy curioso de un noticiario de la época que tiene como protagonista a Franz Reichelt, uno de los pioneros en la invención del paracaídas tristemente recordado por su desafortunada muerte: para demostrar la eficacia de su paracaídas decidió lanzarse desde lo alto de la Torre Eiffel con él, un ardid publicitario imbatible. El único problema es que su invento no funcionó…
Según parece, Reichelt había hecho algunas pruebas previamente con maniquíes a tamaño humano que le salieron bien solo al principio. Incapaz de volver a repetir los resultados iniciales decidió que el problema no era del paracaídas sino de que debía hacer otro tipo de prueba, y pidió permiso a la Prefectura de Policía para hacer una desde la Torre Eiffel. Éstos dieron su aprobación pensando que el experimento sería con otro maniquí pero el día decisivo Reichelt se personó ante el monumento llevando puesto el paracaídas. No le había confiado a nadie que el experimento lo haría él mismo, y aunque numerosos espectadores intentaron disuadirle, él confiaba tanto en su invento que se negó a hacer la prueba con un maniquí (lo cual demuestra o bien una enorme confianza en sus dotes de inventor o más bien un enorme grado de inconsciencia, ya que los últimos experimentos con maniquíes habían salido mal). Por mucho que intentaron convencerle de que primero probara con un maniquí o que llevara una cuerda atada por si acaso, Reichelt no se dejó convencer y subió a lo alto de la Torre dispuesto a demostrar su valentía.
El cortometraje que les mostramos es un documento interesantísimo de la hazaña más allá de la curiosidad morbosa que produce. Después de un plano del inventor armado ya con su paracaídas pasamos a verle a lo alto de la Torre a punto de saltar, y aquí viene el mejor momento del film: desde que se sitúa al borde de la cornisa hasta que salta pasan unos 40 segundos. Más de medio minuto en un corto de minuto y medio.
Normalmente se habría editado ese momento para que no fuera tan largo, pero afortunadamente decidieron dejarlo tal cual, porque esta «imperfección» es lo que hace tan especial este cortometraje. En esos 40 segundos vemos cómo Reichelt está dudando. Después de afirmar que no había nada de que preocuparse, en ese momento se encuentra de repente cara a cara con la realidad. En ese último minuto de vida, Reichelt parece darse cuenta de que quizá ha llegado demasiado lejos y seguramente sentía miedo. ¿Quién sabe si se le pasó por la cabeza echarse atrás pese a quedar como un cobarde?
En todo caso ese hombre vestido con ese excéntrico invento mirando durante 40 segundos al vacío es un retrato de la incertidumbre y del puro miedo a lo desconocido. El momento en que salta y vemos brevemente todo el paracaídas desplegado no nos queda ninguna duda de que eso no puede salir bien. Seguidamente vemos en un plano general la caída hasta estamparse con el suelo y, finalmente, cómo parte de la multitud recoge el cadáver (por suerte el reportero no fue tan morboso como para mostrar detalles del cuerpo destrozado).
Si siento debilidad por este film es ante todo por el largo plano de espera antes del salto, pero de todos modos es innegable que resulta apasionante toda la historia que le rodea y, en general, la temática de inventores que murieron a causa de sus propios inventos (el boom de invenciones a principios del siglo XX dio para muchas historias similares a ésta que les animo a indagar). Por suerte, este boom coincidió con la existencia del cine, permitiéndonos dejar constancia de historias como la de Franz Reichelt, el hombre que nos demostró que la valentía y la fe ciega en uno mismo no lo son todo en esta vida.