Hay muy pocos placeres cinematográficos comparables a la deliciosa experiencia de ver una película de Ernst Lubitsch, disfrutar de su estilo tan reconocible, de su elegancia y de su habilidad para burlarse de las relaciones sentimentales. Una de las mejores decisiones que pudo tomar Hollywood en los años 20 fue importar a este talentoso director alemán, que no solo brindó una serie de clásicos de la comedia sino que además fue una marcadísima influencia para otros grandes creadores del género (no hay más que recordar el dogma de Billy Wilder a la hora de desarrollar sus guiones: “¿Cómo lo haría Lubitsch?”).
En la era muda, el director germano contribuyó con unas cuantas películas realizadas en Estados Unidos en que ya se adivinaba a la perfección su depurado estilo que luego continuaría explotando en la era sonora con aún mayor éxito. Films como Los Peligros del Flirt (1924) o El Príncipe Estudiante (1927) ofrecían al espectador americano de la época precisamente lo que esperaba de un gran director europeo: historias casi siempre ambientadas en el viejo continente en que se daba forma a esa visión algo idealizada de cómo era la alta sociedad europea y sus distinguidos líos amorosos. La adaptación de Oscar Wilde El Abanico de Lady Windermere (1925) también seguía esa premisa.
Los protagonistas son un matrimonio londinense de clase alta: Lord y Lady Windermere. Ella es seducida insistentemente por el solterón Lord Darlington, pero aunque le tienta lo que éste puede ofrecerle, prefiere seguir fiel a su intachable esposo. Un día, Lord Windermere recibe una carta de una tal señora Erlynne, la cual le pide verle de inmediato y en secreto. Ésta es en realidad la madre de Lady Windermere, una aventurera (en el sentido peyorativo para la alta sociedad inglesa, se entiende) que ha regresado a Londres en condiciones algo precarias. Lady Windermere siempre ha creído que su madre está muerta y la tiene idealizada, por ello Lord Darlington se ve forzado a pagarle una asignación mensual a Erlynne a cambio de que no revele bajo ningún concepto su identidad a su esposa. No obstante, aunque Erlynne respeta el pacto, pronto Lady Windermere empezará a hacerse ideas equivocadas respecto a la relación que hay entre ella y su marido.
Ya tenemos pues los ingredientes de un Lubitsch típico. A ellos hay que añadirles un efectivo reparto en el que destaca un jovencísimo Ronald Colman y… voilà! Ya solo falta el famoso toque Lubitsch. Incluso aunque uno no sepa quién es Lubitsch (algo penalizable entre cinéfilos, o al menos debería serlo), cuando uno ve películas como El Abanico de Lady Windermere se nota que tras la cámara hay alguien con un estilo propio y una forma inusitadamente elegante y original de tratar la historia. Lo bueno de los Lubitsch mudos de hecho es que la ausencia de diálogos punzantes e ingeniosos hace que toda nuestra atención se concentre en las imágenes y seamos aún más conscientes de todos los detalles que configuran su estilo.
Fíjense en la escena inicial y la forma como en solo unos minutos da a entender las relaciones entre los personajes principales: Lady Windermere atiende a ese grave problema – noten la ironía hacia la alta sociedad desde el primer rótulo – de decidir en qué orden se van a sentar en la mesa sus invitados. Inicialmente sitúa la tarjeta de Lord Darlington a su derecha, pero luego cambia de opinión. Entendemos que ahí sucede algo. Llega el tal Lord Darlington y coquetea con ella, pero ésta le rechaza, aunque en el plano anterior vimos que en el fondo no le desagrada. A continuación está la carta que ha recibido Lord Windermere y que oculta a su esposa, que Lord Darlington atribuye a una amante misteriosa (primero de los muchos malentendidos del film). Seguidamente está la historia de la madre de Lady Windermere: ¿por qué ha fingido que está muerta? ¿cual es la mentira que se le explicó a ésta? ¿qué le ha sucedido en realidad para acabar volviendo caída en desgracia? La respuesta: no importa. ¿Para qué perder el tiempo en vanas explicaciones cuando nada de eso es relevante sino la situación en que se encuentran los tres personajes principales?
Por supuesto hay escenas en que se hace más evidente que quien dirige el film es un hombre con inventiva y una forma muy particular de reflejar las situaciones: la escena en que Lord Augustus persigue a Erlynne y una cortina lateral va cerrando el encuadre a medida que el espacio entre ambos disminuye, o la escena en la fiesta de cumpleaños de Lady Windermere, en que todas las confusiones y reacciones se nos exponen teniendo a los personajes medio ocultos tras un seto. Lo mismo sucede con ese divertido plano en que Lubitsch nos comenta las diferentes formas de tocar el timbre según el grado de familiaridad del hombre con la mujer a la que visita, en que solo vemos las manos de la persona en cuestión. Es como si el director nos diera a entender que no hay necesidad de mostrar todo el cuerpo cuando a veces solo una porción del mismo (la cabeza de Lady Windermere sobre los setos, la mano tocando el timbre) ya nos puede dar a entender toda la idea.
Otro de los detalles que más me gusta de este film es que es una de esas obras que no cae en la opción moralizante y bienpensante de hacer que los personajes conozcan la verdad, que sería el camino preferido en los años venideros: Lady Windermere descubre quién es Erlynne en realidad, se sucede un emotivo encuentro entre madre e hija y todos quedamos contentos. Nada de eso. En El Abanico de Lady Windermere las mentiras se mantienen hasta el final, y de hecho lo que soluciona el conflicto no es más que otra mentira. El espectador disfruta entonces del placer de sentirse en la posición privilegiada de conocer toda la verdad, que los protagonistas solo conocen parcialmente
Eso no quita que Erlynne tenga su oportunidad de redimirse e incluso que los guionistas consigan muy hábilmente introducir un momento muy tenso emocionalmente dentro de una comedia tan ligera (la reacción de Lady Windermere cuando Erlynne hace una mención a su madre). El final a cambio es extraordinario, con una ingeniosa vuelta de tuerca en que Erlynne, caída de nuevo en desgracia, cambia por completo los papeles haciéndole entender a su prometido que la culpa es suya. Solo ese pequeño gran detalle de guión demuestra un mayor conocimiento de las relaciones entre hombres y mujeres y sus sutilezas que docenas de películas enteras dedicadas al tema.
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