El Mundo Perdido (The Lost World, 1925) de Harry O. Hoyt

Resulta curioso constatar cómo existe una cierta relación entre el cine de animación y los dinosaurios desde los inicios del medio. Tal y como ya explicó en detalle Estrella Millán en este excelente artículo, existen numerosos ejemplos de filmes mudos que daban forma a estas criaturas prehistóricas – de hecho no es casual que uno de los primeros grandes personajes de animación fuera un dinosaurio. Esto tiene una explicación. Desde el siglo XIX el interés por la paleontología aumentó muchísimo a raíz de la identificación de unos restos de dichos animales por parte del paleontólogo Richard Owen, quien acuñó por primera vez el término «dinosaurio» para definir a estas criaturas fantásticas de la familia de los reptiles. Eso despertó la curiosidad por dicha temática incluso más allá de los círculos científicos y especializados. Al gran público le fascinaba imaginar esos seres gigantescos que habitaban nuestro planeta tiempo atrás. Y gran parte de esa fascinación lógicamente radicaba en que esos animales estaban extinguidos, solo podían «visualizarse» a través de ilustraciones que reconstruían lo que se intuía a través de sus restos óseos.

En paralelo en esos años el cinematógrafo se popularizó. La capacidad de capturar imágenes en movimiento permitía que una persona que jamás hubiera salido de su pueblo pudiera ver todo tipo de animales exóticos moviéndose en una pantalla ante sus ojos (esto quizá les parezca una obviedad, pero créanme, para un espectador de principios del siglo XX fue un impacto brutal). Pero lo que una cámara de cine jamás podrá filmar es un dinosaurio. ¿Cómo suplir esa carencia? Aquí es donde entra en juego el cine de animación: era la única forma de que el público, fascinado por esos animales, pudiera ver una recreación de cómo deberían ser en movimiento. De ahí que el stop motion fuera una técnica especialmente suculenta para animar a estos seres del jurásico. Un león en movimiento podía verse en una película pero también en un zoológico. Un dinosaurio en movimiento solo podría verse en cine. Es importante tener todo esto en mente antes de entrar en materia con la película que tenemos entre manos, porque nos permitirá entender el enorme impacto que tuvo en su época y la percepción que tuvo el público de la misma.

Cambiemos de tema. Arthur Conan Doyle, un tanto cansado de vivir encasillado como el creador de Sherlock Holmes, publicó en 1912 una novela de aventuras que suponía un cambio radical de registro: El Mundo Perdido. Trataba sobre una expedición a una recóndita meseta del Amazonas que había quedado aislada del resto del mundo y donde, por tanto, vivían aún animales prehistóricos. El libro fue un enorme éxito y, como supondrán, eso lo hacía muy tentador para realizar una adaptación cinematográfica. El problema es: ¿cómo trasladar a la pantalla esos dinosaurios? Una cosa era recrearlos en cortometrajes de stop motion, otra hacer una gran producción en la que además, idealmente, los animales interactuaran con los hombres. Existía ese interés por los dinosaurios, había además una novela muy popular de base… solo faltaba la técnica para llevar eso a la práctica. Y ahí entró en juego el gran protagonista de este artículo: Willis O’Brien.

O’Brien fue uno de los grandes pioneros del stop motion que, además, sentía un especial interés por los dinosaurios. Es lógico pues que su primer filme fuera The Dinosaur and the Missing Link (1915), un cortometraje de stop motion en que se veía a personajes prehistóricos y dinosaurios. A raíz de esta película, O’Brien haría una serie de cortos de temática prehistórica que le llevarían a un filme más importante, The Ghost of Slumber Mountain (1918), el precedente más claro de la obra que nos ocupa hoy. Este filme no solo tiene una técnica más depurada sino que combina dinosaurios en stop motion con actores reales… aunque todavía no interactuando entre ellos, como puede verse en el último minuto del corto, cuando el tiranosaurio persigue al protagonista pero no llegan a compartir plano juntos. Podemos confirmar dicha problemática si observamos un filme totalmente ajeno a O’Brien como Las Tres Edades (Three Ages, 1923) de Buster Keaton, que contiene una breve escena stop motion que implica al protagonista y un dinosaurio, pero en la cual, significativamente, el hombre es también un muñeco, demostrando que por entonces no era nada fácil conseguir ese efecto con actores reales:

El éxito de The Ghost of Slumber Mountain, aun con los problemas que hubo en la fase de montaje (el productor lo mutiló reduciéndolo inicialmente a una película de un rollo), sería el factor decisivo para tirar adelante una adaptación cinematográfica de El Mundo Perdido que, además, contaría con el beneplácito de Conan Doyle. A un nivel básico, la historia era bastante fiel a la novela original. Edward Malone, que trabaja como periodista en un periódico londinense, se embarca en una peligrosa expedición al Amazonas comandada por el polémico profesor Challenger, quien afirma que existe una meseta donde todavía quedan dinosaurios con vida. Puesto en ridículo por toda la comunidad científica, viajarán con ellos otro profesor que se muestra escéptico ante la posibilidad de que existan todavía dinosaurios en la Tierra, el aventurero Sir John Roxton y Paula White, la hija del hombre que hizo el descubrimiento de dicho territorio.

Hay básicamente dos grandes aspectos en que el filme se aparta decisivamente del libro original. El primero es el personaje de Paula con la inevitable (y fastidiosa) subtrama amorosa. En la novela lógicamente dicho personaje no existía, puesto que los libros clásicos de aventuras de la época eran un terreno eminentemente masculino sin lugar para mujeres, pero aquí se le consiguió hacer un hueco a una exploradora, aunque fuera con la excusa de darle al público la subtrama romántica que toda película debe tener. El segundo aspecto es más interesante: en el libro se dedica buena parte de la historia a relatar cómo, además de los dinosaurios, los protagonistas encuentran una extraña raza de hombres simio (el famoso eslabón perdido) crueles y sanguinarios que tienen sometidos a una comunidad de indios que también vive allá. Como veremos, los hombres simio quedarán reducidos a anécdota en el filme a favor de los dinosaurios.

Para llevar a cabo este desafío técnico, O’Brien se rodeó de un numeroso equipo técnico en el que destacó la figura del escultor Marcel Delgado encargado de realizar los modelos de los animales. O’Brien había querido ficharle desde hacía tiempo para que le ayudara en sus aventuras con el stop motion, pero el artista no veía posibilidades artísticas en el cine y no se le pudo convencer hasta el inicio de este ambicioso proyecto. Aquí empezaría una fructífera colaboración entre O’Brien y Delgado que se prolongaría por muchos años.

Los dinosaurios medían entre unos 40 y 50 centímetros y estaban hechos de caucho sobre unos esqueletos de acero. Eso permitía que fueran flexibles para simular los movimientos y, al mismo tiempo, que pudieran mantenerse en posiciones estables. Un minuto de animación podía implicar un total de unos 960 movimientos diferentes, ya que para que fuera totalmente realista había que mover todas las partes del cuerpo del animal de forma sincronizada. Un aspecto interesante de su trabajo es que, a diferencia de la animación de otros seres vivos, no podían usar imágenes reales de dinosaurios como punto de referencia, de modo que tenían que imaginar sus movimientos mirando detenidamente grabaciones de otros animales similares y usarlas como referencia. Hoy día lo damos por hecho porque hemos visto infinidad de películas y dibujos animados de dinosaurios, pero en aquel momento la pregunta era: ¿cómo se mueve un triceratops?

El resultado final a nivel técnico es sensacional. Tanto el trabajo de escenografía como todo lo que concierne al stop motion es una maravilla. Lo interesante no es solo lo bien que se mueven sino también la forma como se recrean las interacciones entre ellos, por ejemplo en las numerosas peleas que lleva a cabo un tiranosaurio, el cual mata a tantos dinosaurios en media hora de película que uno se pregunta cómo no ha acabado extinguiendo él solo a todos los animales de dicha meseta. De hecho me gustan hasta los planos de los dinosaurios sin una voluntad narrativa, en que simplemente les vemos comiendo plantas tranquilamente, que para mí tienen un encanto irresistible.

Pero lo más interesante e innovador son los planos en que los dinosaurios comparten plano con actores reales. Se ha hablado mucho del enorme impacto que supuso ver en su momento los dinosaurios de Parque Jurásico (Jurassic Park, 1993) de Steven Spielberg, pero ni siquiera eso es comparable al que sentiría un espectador de los años 20 al ver a dinosaurios moviéndose con un realismo totalmente nuevo para ellos interactuando con personas. Tal es así, que en su momento muchos se pensaron que los dinosaurios de la película eran reales y que los productores del filme los habían encontrado en alguna jungla recóndita. Esto hoy día nos parece de una candidez inusitada, porque notamos claramente cómo son figuras animadas, pero para los espectadores de principios del siglo pasado era aún inconcebible que se pudieran recrear dinosaurios en movimiento con tanto realismo (y más si tenemos en cuenta que no tenían ningún referente previo con el que comparar) y que además estuvieran tan bien integrados con lo que sin duda eran actores reales, y no un muñequito de Buster Keaton. ¡A ciertos espectadores de los años 20 les resultaba más creíble que se hubieran encontrado dinosaurios reales antes que imaginar que la técnica cinematográfica permitiera recrearlos de forma tan fidedigna!

A nivel puramente narrativo, El Mundo Perdido funciona como muy buen entretenimiento hollywoodiense pero me atrevería a decir que no está a la altura de sus proezas técnicas. Su director, Harry O. Hoyt, que me resulta desconocido más allá de esta película, hace un muy buen trabajo logrando que todo el conjunto de la película (los animales en stop motion, la recreación de la selva en el estudio, las escenas con actores) esté perfectamente integrado. Pero el ritmo de la película se hace desigual a ratos por los dichosos apuntes románticos tan fuera de lugar con un Lloyd Hughes muy soso como protagonista. En ese sentido son mucho mejores los secundarios, como Lewis Stone encarnando al aventurero y sobre todo el absoluto acierto de casting que es Wallace Beery como el impetuoso y colérico Profesor Challenger. Y eso sin olvidar al boxeador Bull Montana que encarna… al hombre simio.

Efectivamente, casi tan aterrador como los dinosaurios es ese extrañísimo hombre simio que se revela como el gran antagonista del grupo de exploradores. Como hemos visto, esos hombres simio en la novela tenían una gran importancia, pero de cara al filme se decidió muy sabiamente relegarlos a un segundo plano sabiendo que el público querría ver dinosaurios ante todo. Dado lo costoso que sería recrear la subtrama de los hombres simio en la película (en el libro hay una batalla entre hombres simio e indios), el guion opta muy inteligentemente por reducirlo a uno solo como muestra de que en esa meseta se encuentra también el eslabón perdido entre el mono y el ser humano. Y aunque resulta obvio que el famoso simio es un señor disfrazado, hay que reconocer que Montana sabe recrear muy bien la gestualidad de los monos y que su maquillaje y vestuario le dan un aspecto realmente inquietante.

Una de las ideas que le vienen a uno a la cabeza viendo este filme es cómo posee muchos elementos que luego se reaprovecharían para King Kong (1933), la obra más célebre en la que trabajaron O’Brien y Delgado usando stop motion. No en vano, allá aparte del famoso gorila gigante también aparecerían dinosaurios y el desenlace sería idéntico: se trae una bestia gigante a la civilización y provoca allá el caos, algo que se intuye en el cartel de esta película… que por cierto es totalmente falso, ya que no es un tiranosaurio el dinosario el que es llevado a Londres (hasta en ese aspecto El Mundo Perdido es una obra pionera de los filmes de terror con seres monstruosos y gigantescos, ya que en ese género era habitual que los carteles dieran una imagen de la película muy diferente al resultado final, pareciendo los monstruos mucho más terroríficos de lo que luego se veía en la pantalla).

Así pues, en este caso los protagonistas traen consigo un brontosaurio como prueba de la veracidad de su expedición. En la novela ya existía esa idea pero el dinosaurio que llevaban consigo era un pterodáctilo que escapaba volando. Aunque aquí resulte mucho menos creíble la idea de transportar un brontosaurio hasta Europa, a cambio al ser un dinosaurio terrestre daba pie a una suculenta escena con el animal destrozando todo a su paso, exactamente lo mismo que veríamos en King Kong ocho años después. Es una pena que justo cuando la película se acerca al fin con su gran golpe de efecto se opte por cerrar con una escena en que se retoma y cierra la subtrama amorosa, como si al espectador le interesara lo más mínimo los devaneos amorosos del aburrido protagonista después de haber visto a un brontosaurio sembrando el terror por Londres.

Así pues, aunque estos aspectos hacen que El Mundo Perdido no sea en conjunto la gran película que podría haber sido, a cambio sus proezas técnicas son tan prodigiosas que justifican su estatus de clásico y hacen comprensible que en su momento fuera uno de los mayores éxitos de taquilla del momento. A partir de aquí quedó claro que las posibilidades del stop motion en el cine eran infinitas.

7 comentarios en “El Mundo Perdido (The Lost World, 1925) de Harry O. Hoyt

  1. Pienso lo mismo sobre la película. Es un gran clásico por lo mismo que dice, pero tiene sus flaquezas que, por fortuna, ante el espectáculo tan abrumador de los dinosaurios, no lo lastra, como si habría pasado en otros casos que no tuviesen un gancho tan extraordinario para salvarse. De hecho yo hice un remontaje en video para mis hijo mayor, cuando eran pequeño (por cierto, flipaban y siempre me la pedían), en el cual me cargaba completamente algunas de las subtramas, hombre simio incluido, y carteles, con lo cual se convertía en algo bastante más corto. Por cierto que en el montaje se me coló un plano del hombre primitivo y mi hijo lo detectó ya la primera vez «¿quién es ese monstruo?» Y yo «¿qué monstruo?» «Uno que ha salido en un árbol». ¡Glups!

    Gracias por traernos a Willis O’Brien, ese pionero maravilloso y mencionar la historia conjunta con Marcel Delgado, que realmente no conocía.

    Un saludo tiranosaurico

    • ¡Qué gran idea! Un montaje alternativa sin la aburrida subtrama romántica. Yo estaría dispuesto a hacerme con esa versión. Y qué alegría comprobar cómo los niños pequeños décadas después siguen disfrutando de estos clásicos.

      Un saludo prehistórico.

  2. Es una película que tenía pendiente desde hace tiempo, y al leer tu post me puse a verla. Concuerdo en todo contigo. La historia de amor me sobra bastante, y el guion en esta parte a veces me resulta ridículo, como cuando llegan a Londres y el muchacho le pregunta a su anterior prometida si aún le espera y esta le dice que se ha casado. Todo esto me pareció muy artificioso.

    Lo que hace que esta película siga vigente es la fascinación que casi todos tenemos por los dinosaurios. ¡Qué lástima que Chomón no hiciera una de dinosaurios! Habría sido interesante ver cómo animaba el turolense este tipo de criaturas.

    • Es que imagínate, se te ha escapado tu brontosaurio por Londres, que está provocando el caos y la destrucción… y te pones a charlar con la mujer a la que te prometiste como si nada. En ese sentido, King Kong es una versión mejorada de este filme a nivel narrativo: la subtrama romántica se reduce al mínimo y aunque se copia el gran final destructivo, al menos sabe acabar bien ese clímax apoteósico.

      Y sí, quien sabe qué se habría inventado Chomón con estas criaturas y su maestría con el stop motion.

      Un saludo.

  3. Buenas, también vengo de ver la película del cine y coincido en todo. Muchas gracias por tu opinión y por tu crítica. También preferíamos al explorador antes que al periodista, el explorador fue quien se tomó el tiempo de buscar a su padre, comunicarle la noticia a Paula y consolarla, además de buscar una salida, mientras que el periodista parecía que sólo quería asegurarse la única mujer del grupo. Ya en el principio, Gladys daba la impresión de estar buscando una salida y querer abandonarle por pesado. Espero que Paula escape también y retome el contacto con Roxton, todos en el cine lo comentábamos.

    Me encanta cómo se tomaron el tiempo para reproducir efectos en los dinosaurios como la sangre y la baba. Y justo en la mejor escena, el brontosaurio escapa nadando, cual monstruo del Lago Ness, dejando al profesor clamando atrás. ¡ Qué rabia nos dio! Queríamos saber qué pasaba a continuación, si lo atrapaba, si causaba más destrozos, la opinión del público, si caía en desgracia pero justo por lo contrario…nos frustró tanto que aquí estoy, buscando sobre esta película, para ver si se quedó cortometraje fuera…me fascina y a la vez me da ternura que 100 años después, la gente se quede igual de enganchada a las tramas de dinosaurios que destrozan todo, me pregunto cuál será el motivo oculto que subyace en el fondo.

    • Hola Anne,

      Me encantan sus disertaciones sobre el grupo de protagonistas y lo pelmazo que es el personaje del protagonista. La verdad es que es incomprensible que Paula lo prefiera a él antes que a un carismático explorador (que además tiene la nobleza de no interponerse en medio, yo me veía venir la típica subtrama de peleas por un triángulo amoroso… lo cual hace aún más innecesaria toda esta parte del filme).

      El final es cierto que resulta anticlimático. Sin necesidad de conocer detalles sobre el futuro de los personajes, sí que se hace un poco raro que el brontosaurio se escape y ahí queda la cosa. Realmente el guion es lo más flojo del filme, pero está tan bien hecha y rebosa tanto encanto que se lo perdonamos… además que, ¿quién no va a disfrutar de una película con un dinosario destrozando cosas?

      Un saludo.

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