Amigos lectores, si quieren una pequeña diversión antes de pasar a la apasionante lectura de este artículo sobre Charles Chaplin, les propongo un juego que pondrá a prueba sus conocimientos sobre el célebre cineasta: en todo este post sólo hay una imagen en que aparezca Chaplin. ¿Cuál?
Para ello les animo a que antes de leer su contenido miren todas las fotografías que aparecen e intenten detectar al cómico más célebre del mundo. Cuando hayan visto todas las imágenes, para saber quién es el que sale en cada una ábranlas en una pestaña nueva y les saldrá el nombre en el link.
Supongo que no les descubro nada nuevo si les digo que en su momento Charles Chaplin tuvo una popularidad inmensa, o quizá convendría matizar, asombrosamente inmensa. Por ello no es de extrañar que enseguida le salieran imitadores por todas partes provocándole numerosos dolores de cabeza. La intención inicial de esta entrada era centrarme en el más famoso de todos, Billy West, pero al final me he dado cuenta de que todo este fenómeno era demasiado complejo y lleno de detalles interesantes como para limitarlo al bueno de West. Así que he decidido escribir sobre el fenómeno Charlot en general contextualizándolo en su época, ya que sólo de esa forma podremos entender la invasión de imitadores de Chaplin y el dilema de hasta qué punto es denunciable o no un imitador. Pónganse cómodos y disfruten de la lectura.
El fenómeno Chaplin se inició hace exactamente 100 años, cuando le fichó en 1914 el principal estudio de comedias cinematográficas, Keystone. Pero antes de hablar de Chaplin conviene recordar cómo funcionaba el mundo del cine por entonces a nivel de copyright. En aquella época el negocio del cine era relativamente nuevo y todo el proceso industrial no estaba tan estandarizado como unos cuantos años después. En muchos estudios no había un sentimiento de propiedad respecto a sus films ni se controlaba demasiado su circulación. En el caso de Keystone, éstos enviaban sus películas a los distribuidores y después se olvidaban de ellas. No era tan raro como podía parecer, llevaban un ritmo imparable de producción (una película a la semana) y por tanto éstas se entendían no como obras individuales a conservar sino que la mentalidad era más bien la de una fábrica de producción en cadena. ¿Por qué preocuparse por lo que sucedía con cada producto una vez se había pagado?
Con el tiempo, a medida que el cine se fue volviendo un negocio más rentable, se hizo necesaria la aparición en todos los estudios de abogados y asesores que controlaran la circulación del dinero y los temas legales. Y fue entonces cuando Keystone (al igual que habían hecho antes otros) empezaron a llevar a juicio a empresarios que se dedicaban a hacer copias pirata de las películas para venderlas a su vez. No obstante, como el cine era una novedad, legalmente había muchos aspectos por legislar, y ése fue el problema con el que se encontró Chaplin: el ser el artista más importante del mundo del cine en un panorama en que aún se estaban asentando las bases legales.
El caso de Chaplin empezó a ser un problema en ese sentido cuando éste dejó la Keystone (tristemente famosa por la racanería de su fundador, Mack Sennett, a la hora de pagar a sus estrellas) y se pasó a otro estudio, Essanay. A partir de entonces Chaplin siempre escribía, dirigía y protagonizaba sus propias películas. Por fin las podía sentir como suyas en todo el sentido del término. Como es natural, fue entonces cuando empezó a molestarse por toda la piratería que rodeaba a su obra. Su popularidad era tan apabullante que el público ansiaba devorar cualquier material en que apareciera el simpático Charlot. Y Chaplin, cada vez más perfeccionista, no mantenía el ritmo de producción semanal de la Keystone, por ello es lógico que muchos aprovecharan ese vacío para inundar el mercado de cualquier porquería en que saliera Charlot, aunque fuera de forma ilegal.
Su mismo estudio le jugó una mala pasada cuando Chaplin lo dejó para irse a la Mutual. Essanay tuvo entonces la feliz idea de coger el último cortometraje que había hecho, una parodia de Carmen (1915), y convertirlo en un largometraje añadiendo escenas nuevas en las que Chaplin no había participado. Éste les llevó a juicio y perdió: el material filmado pertenecía a Essanay y podían hacer con él lo que quisieran. De esa forma les dieron vía libre para hacer nuevos cortometrajes con escenas sobrantes de otros films de Chaplin y distribuirlos como nuevas películas suyas. Al intentar demandarles para reivindicar sus derechos como artista, Chaplin salió perdiendo, ya que tuvo que ver cómo cogían escenas de una película suya que no llegó a terminar llamada Life, las juntaban con otras de Charlot, Presidiario (1916) y las montaban con material nuevo para crear un film bastardo llamado Triple Trouble (1918):
Paralelamente, unos tales Jules Potash e Isadore Peskov tuvieron la genial idea de coger Charlot Boxeador (1915) y mezclarla con imágenes de otra película llamada Daughter of the Gods (1916), una gran producción de fantasía que incluía escenas bajo el mar. Lo que hicieron estos dos simpáticos personajes fue retocar los fondos de algunas escenas del film de Chaplin para reemplazarlos por los de la fantasía acuática y combinar mediante montaje las dos películas creando un híbrido llamado Charlie Chaplin in a Son of the Gods en que Chaplin vivía divertidas peripecias con las sirenas. Por desgracia no nos quedan imágenes de este espantoso invento, ni tampoco de otros films perpetrados de forma similar como Charlie in a Harem, Charlie in the Trenches (1917) – ¡adelantándose por poco a Armas al Hombro (1918)! -, The Mirth of a Nation: A Chaplin Review, The Fall of the Rummy Nuffs… La ventaja del cine mudo era que con la ayuda de rótulos y un poco de montaje se podían efectuar este tipo de perversiones con mucha facilidad al no haber banda sonora.
El mercado estaba inundado de todo tipo de material de Chaplin, tanto legal como ilegal, tanto legítimo como pirata. En medio de la histeria de la Chaplinmania se hacía difícil distinguir lo auténtico de lo falso, o aquellos productos que contaban con su beneplácito de los que no. Por ejemplo, los animadores Otto Messmer y Anton Sullivan también lanzaron una serie de cortometrajes protagonizados por Charlot pero supuestamente tenían la aprobación del artista:
Obviamente Chaplin llevó a los responsables de sus películas pirata a juicio, y ganó, pero solo en parte: se consideró que Chaplin no tenía jurisdicción sobre esas películas, sino solo sobre el material publicitario. Es decir, el problema no era que hubieran hecho ese pastiche sino que lo anunciaran como una película de Chaplin, lo cual fue un estímulo para dar rienda suelta a la aparición de pseudo-Chaplins: si el problema era simplemente el nombre, eso tenía fácil solución. Por ejemplo, unos tales Joseph y Jacob Seiden intentaron hacer algunas películas con un tal Charlie Chaplisnky, mientras que un actor mexicano llamado Charles Amador protagonizó una película que era una copia descarada de El Chico (1921) haciéndose llamar ¡Charlie Alpin! Antes de que nuevos farsantes pensaran nuevas combinaciones a hacer con el nombre y apellidos del cómico más famoso del mundo, éste llevó al pobre Charlie Alpin a juicio. Tal y como aparece más documentado en otros sitios web, tras perder el litigio contra los tribunales, Charles Amador volvió a su México natal haciendo creer a sus paisanos que en Hollywood se había hecho una carrera bajo el pseudónimo de Billy West (lo cual era falso, Amador quería atribuirse el trabajo del que era sin duda el mejor imitador de Chaplin, como veremos a continuación) e hizo allá otro filme imitando a Charlot lejos del alcance de los abogados de Chaplin, Terrible Pesadilla (1930), que según parece era de calidad pésima.
Durante el juicio contra el Charlot mexicano se abrió el debate sobre hasta qué punto Chaplin tenía derecho a demandar a alguien por copiar su personaje. ¿Se podía poseer a nivel de derechos de autor un personaje? Y en caso de ser así, ¿era realmente Chaplin su propietario? Aquí pueden leer un artículo de prensa de la época en que se debatían esos puntos.
Cuando surgió este dilema, entraron otros factores en juego. Billy Ritchie, antiguo colega de la compañía cómica en que trabajaba Chaplin, aseguró que fue él quien creó al personaje de Charlot y que por tanto Chaplin no tenía derecho a adjudicarse el mérito o prohibir a los demás su uso.
También entró en escena Henry Lehrman, quien reclamó haber contribuido decisivamente en el desarrollo del personaje al haber dirigido los primeros films que protagonizó Chaplin, y por tanto podía considerarse dueño en parte de Charlot (un detalle: Lerhman y Chaplin se aborrecían, así que eso complica las cosas a la hora de saber a quién creer).
No obstante, si algo había dejado claro el juicio es que Charlot no pertenecía a Chaplin ni a ninguna persona. Una vez convertido en un personaje universal, Charlot era susceptible de ser imitado, copiado y parodiado, y no había nada que pudiera hacerse. Por ello, aquellos a los que Chaplin no pudo detener fueron a los que le imitaban de forma descarada pero usando su nombre auténtico.
El primero fue el ya mencionado Billie Ritchie, que como hemos visto decía ser el verdadero creador del personaje del vagabundo. Lo mejor de todo es que los cortometrajes que protagonizó imitando descaradamente a Charlot los dirigió Henry Lehrman, quien en un acto de vanidad o de oportunismo había abandonado la Keystone para seguir rodando películas de Charlot sin Chaplin. Este último jamás les demandó.
Como curiosidad, decir que Ritchie tendría un desenlace a la altura de una estrella de slapstick: durante el rodaje de un corto cómico fue atacado por un grupo de avestruces, que le causó una serie de graves heridas que dos años después le provocaron la muerte. Es imposible no ver en ello una terrible (y divertida) ironía del destino, solo superable por una muerte provocada por un ataque de tartas de crema.
En Europa tampoco se libraría de la moda de imitadores de Charlot, y de hecho en 1915 el cineasta Benito Perojo realizó en España algunos cortometrajes imitando al famoso cómico bajo el pseudónimo de «Peladilla» con títulos como Clarita y Peladilla Van a los Toros (1915) o Peladilla Va al Fútbol (1915), que demuestran el afán por dotar a estas modestas producciones de un contexto eminentemente hispano que fuera familiar al espectador medio:
De todos modos el imitador más famoso de Chaplin fue Billy West, quien lo hacía tan bien que en algunos de sus films costaba distinguirle del Charlot real. Escudado por Charley Chase a la dirección y Oliver Hardy en sus años pre-Laurel & Hardy, protagonizó una serie de cortometrajes que copiaban los esquemas de los films de Chaplin al pie de la letra (por ejemplo, no es casual que el antagonista fuera un actor grande y obeso como en los films auténticos de Charlot). De hecho se ha llegado a considerar a Billy West como un muy buen cómico por méritos propios, y ahí reside seguramente el secreto de que sus imitaciones fueran tan perfectas hasta el punto de que el propio Chaplin le reconoció el mérito y jamás intentó ninguna acción legal contra él.
Como todo buen artista, West se acabó cansando de las imitaciones chaplinescas y probó suerte por su cuenta. El estudio quiso continuar con el invento utilizando a otro cómico, Harry Mann, para hacer de «imitador de Billy West imitando a Chaplin», pero no funcionó. Hasta para imitar hacía falta tener cierto talento.
Con el tiempo, la moda de las imitaciones de Charlot pasó a mejor vida. Los films de Chaplin se iban volviendo más largos y complejos como para que el público asimilara esas copias baratas tan felizmente. Y por otro lado, cada vez empezaban a salir más grandes nombres dentro del slapstick abriéndose un hueco y el género se fue perfeccionando hasta el punto de que una mera copia de Charlot no bastaba para atraer al público. De hecho quien acabó con esta moda no fueron las batallas legales, sino los espectadores, que se acabaron cansando de esas imitaciones baratas. En todo caso todos estos incidentes legales son una muestra no sólo de las consecuencias de la Chaplinmanía sino de cómo la situación legal de la industria hacía que este tipo de situaciones fueran posibles.
Para acabar, aquí tienen para su disfrute un cortometraje de Billy West.
PD: por cierto, investigando sobre el tema me encontré con este curiosísimo blog sobre falsos Charlot que quizá les interese.