En episodios anteriores de este blog ya les hablamos de la fascinación que había en Estados Unidos a principios del siglo XX hacia la cultura oriental, algo que queda patente en el hecho de que en el Hollywood de los años 10 se produjera una obra tan insólita como La Ira de los Dioses (1914), con un reparto compuesto casi íntegramente por japoneses. Y aunque es cierto que en la mayoría de películas los personajes orientales quedaban relegados a los tópicos rasgos de siempre, ciertamente resulta curioso que una industria como Hollywood, tan poco dada a salirse de los parámetros estándares, se atreviera a hacer películas como ésa o, años más tarde, La Buena Tierra (1937) Desde entonces este tímido avance hacia films con historias y personajes orientales ha quedado tan atrás que cuando Clint Eastwood estrenó Cartas de Iwo Jima (2006) con un reparto exclusivamente oriental daba la sensación de que estaba haciendo algo realmente rompedor. Volviendo a la época muda, esa breve atracción hacia la cultura oriental se vio reflejada también en el surgimiento de estrellas de cine orientales como Sessue Hayakawa, Tsuru Aoki o Anna May Wong. Y ahora piensen: ¿cuántos actores orientales se les ocurre que llegaran al estatus de estrellas en Hollywood durante las décadas siguientes?
Centrándonos en el caso de Hayakawa éste llegó a tener tanto éxito en aquellos años que se animó a formar una productora propia, Haworth Pictures, en la que se realizarían sus películas y que, obviamente, le permitiría por una vez encarnar el tipo de personajes y temas que le vinieran en gana, sin imposiciones raciales. Según parece, la mayor parte de ese material está perdido, lo cual es una lástima porque sería un material historiográfico interesantísimo: películas americanas con actores y temática orientales dirigidas a un público general, es decir, que buscaban aportar una visión más auténtica de Japón. Afortunadamente alguna ha acabado sobreviviendo al paso de los años, como es el caso de El Pintor de Dragones (1919).
De entrada reconozco que mis expectativas hacia esta película eran demasiado elevadas a causa del interesantísimo tema que trata: la inspiración en el arte y la relación que guarda con el estado anímico del artista. El film se inicia en un pueblo japonés en mitad de las montañas donde un pintor loco, Tatsu, hace unos dibujos extraordinarios movido por un sentimiento de ansiedad, ya que cree que los dioses han convertido a una princesa que ama en dragón. Un día un topógrafo de Tokio descubre sus dibujos y decide llevarle consigo a la ciudad para presentárselo al prestigioso pintor Kano Indara, que está buscando desde hace muchos años a un sucesor al que transmitirle sus aptitudes. La llegada del demente Tatsu trastoca la armonía de su hogar, pero como sus dotes artísticas son innegables, Indara le retiene en su casa bajo la promesa de que si aprende su arte podrá obtener la mano de su hija Ume-ko, a quien Tatsu confunde con la princesa.
Tatsu se convierte pues en su discípulo y con el paso del tiempo además Ume-ko se enamora de él, de modo que el padre de la joven no tiene ningún problema en cumplir su promesa y dejar que se casen. El problema llega cuando, una vez casados, la inspiración de Tatsu desaparece por completo. Teniendo a su mujer amada a su disposición, no tiene ninguna motivación para pintar y Kano Indara se inquieta al ver que su talento se está desperdiciando.
Como ven, El Pintor de Dragones es una fábula sobre el arte de crear y lo caprichosas que resultan las musas a la hora de inspirar a un artista. Si la idea me resultaba realmente fascinante, el hecho de que estuviera tratada desde la óptica oriental me hizo esperar mucho de este film, quizá demasiado. Porque no voy a negar que es una más que notable obra, muy bien acabada y realizada con especial cuidado, pero tengo la impresión de que se trata de una película más bien funcional (destinada a transmitir cierta idea), que no se impregna del todo en la materia y que no logra transmitir del todo los conceptos que expone.
Por ejemplo, me resulta llamativo que en un film que trate sobre el tema del arte apenas se vean los dibujos que realizan sus protagonistas. De hecho al acabar no tengo la sensación de haberme metido en el proceso creativo del artista, y por ello el momento en que pasa a sufrir una sequía creativa no me resulta tan chocante como debería. Lo mismo puede decirse en general del tratamiento de la historia, que pasa de puntillas por la relación entre Tatsu y Ume-ko y por el hecho de que el padre de ésta ceda tan amablemente su hija a un demente (¡eso es ser un padre liberal!).
Tiene mucho que ver en ello su breve duración, apenas 50 minutos, algo que por otro lado agradezco en muchas ocasiones pero que en este caso creo que hace que pase muy superficialmente por demasiados aspectos. La sensación que da es más bien la de una fábula, una pequeña historia con una idea interesante detrás, más que un relato en el que sumergirnos junto a sus personajes, y si partimos de esa base creo que El Pintor de Dragones es bastante satisfactoria.
Porque no me malinterpreten, quizá no es correcto reprocharle a una película que no tenga las características que uno desearía que tuviera. A nivel formal, William Worthington hace un muy buen trabajo poniendo especial cuidado en los escenarios y la estética que recree la ambientación oriental, sin alardes pero de forma muy competente. Y en lo que respecta a Hayakawa, ¿qué vamos a decir sobre este actor extraordinario? El hecho de que encarne a un loco y sepa transmitir su demencia y su carácter tan intenso sin sobreactuar siendo además una película muda lo dice todo. Tsuru Aoki (hoy día menos recordada que Hayakawa y Anna May Wong, pero en su época también una estrella de Hollywood) en cambio ofrece una actuación más sensible y delicada, evitando los rasgos estereotipados típicos de la época. Después de todo, resulta claro que lo que buscaba Hayakawa con su propia compañía era no solo poder filmar películas de temática oriental sino tener un espacio donde actores como él y Aoki pudieran desarrollar sus dotes de actor con más soltura y libertad.
[…] o casi todos japoneses, como La Ira de los Dioses (The Wrath of the Gods, 1914) de Reginald Baker o El Pintor de Dragones (The Dragon Painter, 1919) de William Worthington. Hay aquí todo un filón por estudiar sobre […]