Corazones en Lucha (Vier um die Frau, 1921) de Fritz Lang

En 1986 la Cinemateca de Sâo Paulo hizo un descubrimiento histórico entre sus archivos cuando dieron por casualidad con dos de las cuatro películas dirigidas por Fritz Lang consideradas perdidas, concretamente La Imagen Errante (1920) y Corazones en Lucha (1921), de forma que conseguíamos tener casi íntegramente su filmografía como director rellenando los pocos huecos que hay en su primera etapa – las otras dos siguen desaparecidas, de modo que si tienen en casa alguna copia de Halbblut (1919) o de Der Herr der Liebe (1919), por favor, háganmelo saber.

Personalmente no me entusiasma demasiado La Imagen Errante (1920) pese a ser la primera colaboración con la guionista (y futura esposa) Thea von Harbou, y me parece más una obra para fanáticos completistas, lo cual no quita que tenga sus logros (más concretamente el uso de paisajes exteriores de montaña, que tanto protagonismo alcanzarían años después en el cine germano). Corazones en Lucha, también conocida como Cuatro alrededor de la Mujer, ya es otro tema. Aunque no esté a la altura de sus grandes obras es una pieza clave de su carrera sin la cual literalmente no pueden entenderse sus grandes películas posteriores.

De entrada, Corazones en Lucha es la primera película de la carrera de Lang que apuesta por una temática policíaca – la saga de Las Arañas (1919-1920) corresponde más al género de aventuras – y en la que se intuyen de forma más clara muchos de los rasgos que caracterizarían su cine. De hecho, concretando un poco más, me atrevería a decir que Corazones en Lucha es en muchos aspectos el gran precedente de su obra maestra Doctor Mabuse (1922), comenzando por su confusa trama.

El adinerado corredor de bolsa Yquem compra en los bajos fondos una joya de dudosa procedencia para su esposa Florence. Pero en ese sórdido ambiente se topa con un hombre que sospecha que era su antiguo amante, William Kraft, un ladrón de guante blanco que se dedica a seducir y robar a mujeres de clase alta. Yquem entonces le escribe una carta haciéndose pasar por su esposa citándole en su casa, para comprobar si sus sospechas son ciertas y pillarles a los dos en flagrante adulterio. Pero esperen, las cosas se complican: en realidad el hombre al que busca Yquem no es a William Kraft, sino a su hermano gemelo (!!) Werner, que justamente acaba de volver a la ciudad después de un tiempo fuera y está buscando a William. Compliquemos más la cosa: la mujer a la que William está intentando desvalijar en esta ocasión es una amiga de Florence. Además, en paralelo Werner descubre que unos delincuentes quieren robar la casa de los Yquem (sin saber que su antigua amante vive ahí) y, por si fuera poco, tenemos a un chantajista que intenta aprovecharse de Florence respecto a un oscuro episodio que sucedió en la noche de su compromiso.

Cuando la película se estrenó en su época, muchos espectadores se quejaron de que la trama era difícil de seguir. Normal, visionándola hoy día lo sigue siendo pese a que ya estamos más que acostumbrados a argumentos intrincados. Es cierto que ahora tenemos el handicap de que faltan escenas que nos ayudarían a entender mejor lo que sucede, pero de todos modos el guión de Harbou y Lang es de una gran complejidad para la época al combinar tantos personajes y tramas diferentes, además de apostar por un montaje que va saltando rápidamente de una escena a otra sin darnos tiempo a asimilar todo (súmenle además la confusión de los hermanos gemelos, un recurso que parecía gustarle mucho a Lang y Harbou, puesto que ya aparecía en La Imagen Errante).

Fíjense pues en todos los elementos que tenemos aquí que ya anuncian el futuro Doctor Mabuse: la complejidad de la narración compuesta por varias subtramas que se entrecruzan de forma casi caótica, el argumento de índole criminal, el uso de disfraces para llevar una segunda vida delictiva, la confusión de identidades, la mezcla entre ambientes de clase alta (la bolsa, el hotel de lujo) y los bajos fondos, así como la visión tan decadente del submundo criminal.

Estos dos últimos rasgos son quizá los más conseguidos de la película, esa recreación tan sórdida de los bajos fondos (excelente el trabajo de diseño de producción) y la forma como se entrelaza ese mundo con el de las clases altas, algo que el director exploraría con más detalle en sus siguientes obras. También se detecta un tema tan langiano como esa visión tan fatídica del destino de los personajes: esa mujer inocente condenada por un episodio de su pasado del que no es culpable y que, aun así, provoca la desgracia de su marido. De hecho este tema sería la base de su siguiente película y su primera auténtica obra maestra, Las Tres Luces (1921).

Un film notable que sirve de puente en la carrera de Lang entre su primera etapa y la segunda, donde perfeccionaría su estilo y adquiría ese estilo propio tan reconocible.

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