La actriz Bebe Daniels, que se hizo célebre interpretando a la chica en los primeros cortos de Harold Lloyd y luego desarrolló una carrera por su cuenta de la mano de directores como Cecil B. De Mille, tenía una afición muy particular: le encantaba conducir a toda velocidad. Posteriormente ella se justificaría de forma bastante discutible diciendo que era una afición inocente porque nunca tuvo ningún percance, que simplemente le gustaba la sensación de velocidad. En todo caso, como es de esperar Daniels acumuló numerosas multas a causa de ese hobby, pero no es algo que le preocupara. Y no solo porque con el dinero que tenía podía permitirse pagarlas holgadamente, sino porque su tío Jack era alguien importante con conexiones en el departamento de policía de Los Angeles que estaba siempre sacándola de apuros.
Un día de 1921, la señorita Daniels estaba conduciendo a la muy respetable velocidad de 115 kilómetros por hora (que era toda una marca en esos años) por Orange County cuando le paró la policía. La pobre excusa que le dio al agente era que el radiador se estaba sobrecalentando y yendo lo más rápido posible hacia el taller de reparaciones más cercano, pero obviamente no coló. Así pues, Bebe llamó una vez más a su tío Jack para pedir ayuda, pero cuando ésta le dijo dónde se encontraba, el bueno de Jack le hizo saber que se había metido en un buen lío. Porque Orange County era el territorio del Juez Cox.
Figuras como la del Juez Cox hoy día nos retrotraen a la América rural aún medio civilizada, donde la figura de la ley a veces puede tomar extrañas formas como el juez estafador de Tierras Lejanas (1954) de Anthony Mann. Éste no era el caso de Cox, un barbero que ejercía de juez en toda esa zona rural y que por tanto imponía la ley según él creía conveniente. Pero lo que sucedía es que Cox tenía una debilidad: odiaba los coches, y sobre todo a la gente que los conducía muy rápido. Cualquiera que fuera a más de 35 kilómetros por hora en su territorio era automáticamente multado, y el que lo hiciera a más de 80 iba derecho a la prisión… ¡había encarcelado incluso a un almirante de la marina por ese motivo!
Pero Bebe no se desanimó. Después de todo ella era una celebridad, no se atreverían a condenarla. De modo que la actriz acudió al juicio más por cumplir una formalidad que otra cosa, sin tomárselo muy en serio. Además, su abogado pidió que se la juzgara con un jurado popular confiando que éstos se ablandarían ante el glamour de una de las grandes estrellas de Hollywood del momento. Durante el proceso (al que acudieron cientos de curiosos de los alrededores) todo pareció ir bien, ya que el juez Cox no paraba de sonreír a Bebe, de modo que ésta simplemente se preguntaba de cuánto sería la multa esta vez. Pero para su sorpresa el jurado no hizo una excepción con ella y la condenó a 10 días de cárcel.
Daniels estaba estupefacta. Esto era algo que no esperaba en absoluto. Se le permitió ingresar en prisión más tarde para que acabara de rodar unas escenas para una película (de hecho el juicio también se había atrasado por el mismo motivo) pero no le quedó más remedio que cumplir sentencia. A cambio se le permitieron algunas comodidades por haber sido acusada de un crimen menor: estaría en una celda privada acompañada de su madre, podría llevar su propia ropa e incluso decorar la celda a su gusto para que se sintiera más cómoda. Un negocio local se ofreció voluntariamente a hacer de su celda un sitio más agradable, de modo que cuando entró a efectos prácticos parecía casi una habitación de hotel con cortinas, butacas y una cómoda cama (para aprovechar la publicidad que suponía esto, la tienda de muebles llegó a recrear en el escaparate de su negocio la celda de Bebe Daniels… ¡por si algún cliente quería plasmarla en su hogar!). La actriz recibió además regalos de vecinos de la zona en forma de cestas de fruta y varios restaurantes se ofrecieron a llevarle sus mejores platos de forma gratuita.
Todo esto le daba a su estancia en prisión un punto de comedia absurda (Frank Capra podría haber hecho una gran comedia inspirada en el caso con Claudette Colbert encarnando a la consentida estrella de Hollywood que acaba descubriendo los valores de la gente humilde), llegando a extremos delirantes cuando Abe Lyman y su orquesta, que solían tocar en el club nocturno favorito de la actriz, acudieron un día a interpretar una canción para ella desde la calle. Finalmente, el humilde carcelero y su mujer, algo abrumados por esta prisionera que les daba tanto trabajo y se permitía el lujo de cenar caviar y langosta en su celda, acabaron por dejarles a ella y a su madre que hicieran breves salidas al parque de enfrente de la cárcel bajo la promesa de que volvieran antes del anochecer.
Pero pese a lo divertido que suena todo, la experiencia estuvo lejos de ser placentera para la actriz, quien posteriormente recordaría lo escalofriante que era oír el ruido de la celda cerrándose tras de sí y la sensación de verse ahí atrapada. Finalmente se le dejó salir un día antes por buen comportamiento. El Juez Cox, encantado por la publicidad del caso, convocó a la prensa y fotógrafos para que retrataran el momento en que él se despedía de la actriz entregándole un ramo de flores. Como pueden ver en la imagen de abajo, Daniels no parecía especialmente conmovida por ese gesto.
La historia tiene una previsible coda final. La siguiente película que Bebe Daniels hizo para su estudio se llamaba The Speed Girl (1921) y estaba basada en sus problemas con la justicia por conducir demasiado rápido. No se puede decir que Hollywood dejara escapar la más mínima ocasión de sacar partido de sus estrellas.