En Cuerpo y Alma (1925) posee de entrada el aliciente de ser uno de los pocos filmes mudos que han sobrevivido a día de hoy del director afroamericano Oscar Micheaux, además de suponer el debut cinematográfico de Paul Robeson, uno de los actores negros más importantes surgidos en Estados Unidos en aquella época.
Tanto Oscar Micheaux como Paul Robeson son dos figuras fundamentales a la hora de hablar de cine afroamericano que darían por sí solos para un extenso artículo, y de hecho en su momento ya escribimos uno dedicado al primero. Hoy nos centraremos en la que fue su única colaboración juntos.
Robeson encarna a un preso fugado que se refugia en un pequeño pueblo haciéndose pasar por el reverendo Isaiah Jenkins. Bajo esta tapadera, Jenkins se hace con el dinero de la fiel congregación para emborracharse junto a su antiguo compañero de celda. Otro de los objetivos de Jenkins es Isabelle Perkins, una joven por la que se siente atraído aun cuando ella no le corresponde. Pero para desgracia de Isabelle, su madre Martha Jane ve con mejores ojos un noviazgo con el reverendo Jenkins que con el hombre del que ella está enamorada: su hermano gemelo Sylvester. Un día, el reverendo consigue que Isabelle le dé todos los ahorros que su madre tenía ocultos en una Biblia y la convence para que se fugue a Atlanta. El drama está servido.
Uno de los principales inconvenientes de En Cuerpo y Alma es el hecho de que esta historia tan provocativa obviamente no pudo pasar la censura de la época y el filme tuvo que ser recortado a casi la mitad. La versión que ha llegado a mis manos dura 80 minutos y se nota que está incompleta por varios detalles como un ritmo bastante desigual y el poco aprovechamiento de algunos secundarios como Sylvester o el compañero de celda de Isaiah. Estos defectos por supuesto podría ser que existieran en el montaje inicial, pero puestos a suponer a mí me parece que derivan más de esos recortes, ya que no encajan con el estilo de una historia tan bien pensada y con unos personajes perfectamente definidos.
No obstante, lo que deja peor sabor de boca es el terrible final feliz (¡al final todo era un sueño!), otra imposición de la censura de la época para contrarrestar el tono tan cínico y amargo de la película. Se nota mucho que es un añadido de última hora (no sabemos por ejemplo si el reverendo Isaiah existe realmente o es parte del sueño) y por ello en un primer visionado choca tanto. Ya lo ven, el recurso típico de «todo es un sueño» ya existía desde los inicios del cine.
Pero aparte de estos inconvenientes que no son culpa de Micheaux el resto del filme es más que recomendable. Pese a ser una obra afroamericana no trata el tema del racismo y se centra sencillamente en retratar a ese despiadado protagonista, por otra parte muy carismático. Robeson borda el papel sin caer en los excesos, sirviéndose sobre todo de pequeños gestos y matices que le hacen estar muy claramente por encima del resto del reparto.
Micheaux, que adaptaba una novela propia, hace un trabajo muy competente tras la cámara. Es de destacar por ejemplo la escena de la violación, un momento siempre difícil de mostrar en filmes de aquella época, que él resuelve con unos planos muy cuidadosamente escogidos: Isabelle esperando que se seque su ropa cubierta solo con una toalla, entrada del Reverendo al cuarto donde está ella con un plano de su rostro sonriendo maléficamente, otro plano de sus pies avanzando hacia ella y, más tarde, volviendo a salir. Si bien es de lamentar las restricciones que tuvo que sufrir el cine durante décadas, también es cierto que esa carencia alimentó el ingenio y la sutileza en escenas como ésta, que justifican la validez del filme no solo por ser una obra fundamental del cine afroamericano sino por sus cualidades cinematográficas.
[…] algunas incluso no dudó en mostrar de forma negativa a miembros de la Iglesia (como puede verse en Body and Soul de 1925), algo que ciertos estudiosos de cine han vinculado a la agria relación que tuvo Micheaux […]