L’Hirondelle et la Mésange (1920) de André Antoine

No sé cuántas veces he dicho algo similar en este humilde rincón silente, y espero poder decirlo otras muchas más en el futuro, pero es alucinante cómo a estas alturas uno puede seguir descubriendo películas que le obligan a replantearse la versión clásica de la historia del cine. Algún día espero que se le haga justicia a André Antoine, uno de los grandes directores del cine mudo francés que incomprensiblemente permaneció durante años en el olvido y que solo en las últimas décadas empieza a ser reivindicado, pero no mucho más allá de los círculos especializados de seguidores del cine mudo.

Que el neorrealismo italiano no surgió de la nada en los años 40 es algo que creo que a estas alturas está más que demostrado con la constante reivindicación de referentes como la soberbia Toni (1935) de Jean Renoir y algunas obras de los años 30 del infravaloradísimo Alessandro Blasetti. Pero me extraña que se mencionen tan poco los referentes que existen en la era muda, especialmente el caso del cineasta francés André Antoine, quien tiene en su haber películas como La Tierra (1921) o el filme que nos ocupa que presentan varias de las características que se asociaron a ese movimiento… pero 20 años antes.

L’Hirondelle et la Mésange (1920) es una película interesantísima tanto por su contenido como por sus malogradas circunstancias de producción. Pongámonos en contexto. André Antoine quería hacer una película sobre la vida de los barqueros de Flandes y encargó a su amigo el dramaturgo Gustave Grillet que escribiera una historia situada en ese contexto. El material filmado, aunque de excelente calidad, no le gustó nada al distribuidor Charles Pathé, que la consideraba «demasiado documental» y con muy poco potencial cinematográfico. En consecuencia el filme nunca pudo llegar a ser montado ni estrenado, salvo una única proyección en el Club Français du Cinéma en 1924, donde se mostró una versión a medias. A partir de aquí, la película se perdió y Antoine murió sin haberla llegado a acabar. Pero entonces sucedió el milagro: en 1982 la Cinemathèque Française encontró seis horas de negativo y encargó el montaje al cineasta Henri Colpi (con experiencia como montador y como director) tomando de referencia el guion de Antoine, que milagrosamente también se conservaba. De esta forma la película logró estrenarse en una fecha tan tardía como 1984, 60 años después de haberse filmado.

El mínimo argumento que nos ofrece L’Hirondelle et la Mésange es la historia de un barquero, Pieter van Groot, que realiza la ruta entre Bélgica y el norte de Francia junto a su mujer Griet y su cuñada Marthe transportando material y, ya de paso, colando al país un poco de contrabando. Necesitado de ayuda a bordo, contrata a un nuevo marinero, Michel, que parece que empieza a sentir interés por Marthe y que a la larga acabará desencadenando un conflicto.

Cuando en 1920 Pathé acusó a Antoine de que el filme era demasiado documental, no estaba exagerando. Lo que sucede es que eso que él veía como un defecto hoy día nos parece la gran cualidad de la película y lo que la convierte en una obra tan pasmosamente adelantada a su tiempo. En su mezcla de ficción y documental me vino inmediatamente a la cabeza una obra clave de finales de la era muda como Gente en Domingo (1930) de Edgar G. Ulmer y Robert Siodmak, eso sin olvidar por supuesto una obra clave como L’Atalante (1934) de Jean Vigo, que también comparte el argumento situado en un barco que circula por un canal. Lo interesante no es solo que Antoine combine actores reales con otros amateurs o que filme en escenarios reales, sino que en ocasiones centra tanto su atención en el entorno que parece olvidarse literalmente del argumento.

Aquí juega un papel fundamental el excelente trabajo de fotografía de un veterano como Léonce-Henri Burel, que había trabajado entre otros con el gran Abel Gance. Gracias además a la excelente calidad de la copia que nos ha llegado podemos disfrutar de la belleza de esos paisajes a lo largo del río e incluso se documenta con detalle costumbres regionales como la fiesta del Ommegang. Es cierto que ese afán documental hace que a veces la película se acerque peligrosamente a un documental turístico sobre Amberes, pero creo que tampoco podemos culpar a Antoine: se nota que la película está filmada con el sincero afán de capturar la realidad, entremezclando los personajes de ficción con los reales, e incluso en algunos planos se puede ver a gente mirando a cámara, confirmándonos que a Antoine no le importaba realmente que los códigos del documental y del cine de ficción se mezclaran.

Para capturar de la forma más naturalista este entorno, Antoine y Burel emplearon algunos métodos bastante poco habituales en la época como filmar algunas escenas con dos cámaras a la vez desde diferentes encuadres o, en el caso de las escenas de multitudes, emplear cámaras ocultas para que la gente no se percatara de su presencia. Décadas después multitud de cineastas y de movimientos cinematográficos emplearían estos mismos métodos sin que se le haya reconocido a Antoine su contribución en dicho campo.

Durante la mayor parte del metraje, Antoine se propone simplemente mostrarnos el día a día de estos personajes, no solo su trabajo en el barco sino sus pequeños momentos de ocio, como esa encantadora escena en que van a un estudio fotográfico. Solo hacia el final del metraje el elemento dramático va cobrando intensidad hasta desembocar en un crimen. Pero una vez todo ello ha sucedido, el filme vuelve al mismo tono rutinario de antes, la vida sigue su curso y lejos de dramatizar lo que ha sucedido Antoine nos transmite más bien la idea de cómo ese magnífico paisaje visual sigue transmitiendo su belleza ajeno a los problemas de los hombres.

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