Estoy seguro de que casi todos ustedes conocerán al director Cecil B. DeMille, pero probablemente muy pocos habrán oído hablar de su hermano, William C. DeMille (antes de que nadie me corrija, la «C.» de William C. DeMille es el apellido correcto de la familia, en realidad su hermano Cecil se lo cambió por una «B» porque el auténtico sonaba mal con su nombre de pila… qué quieren, así es el mundo del espectáculo). Y lo curioso es que durante un tiempo William gozaba de una reputación similar a la de su hermano o incluso superior dado su bagaje en el teatro. Tal es así que cuando Cecil decidió lanzarse a la aventura de dirigir películas y le propuso a William que se uniera, éste le respondió con una carta en que reflejaba su decepción porque hubiera dejado el respetable mundo del teatro (donde Cecil había tenido una carrera irregular como actor y escritor) por el cine. De hecho para William era fácil hablar así: él era un reputado dramaturgo que además había producido algunas obras de éxito en Broadway, mientras que para Cecil el cine fue una escapatoria. También es cierto que no se hizo de rogar mucho, y ya en 1914, el mismo año en que Cecil empezó en el cine, tenemos el primer crédito de William como co-director de una película junto a su hermano. Finalmente William se trasladó también a Hollywood donde tuvo una exitosa carrera que terminó súbitamente con la llegada del sonoro.
Una de sus películas más recordadas es Miss Lulu Bett (1921), basada en la novela y posterior obra de teatro de la escritora Zona Gale. Gale era una mujer feminista y militante sufragista que ostentaba además el mérito de ser la primera escritora femenina en ganar un Pulitzer (casualmente por la versión teatral del filme que nos ocupa hoy). Estos datos no son anecdóticos, porque nos permitirán entender mejor el propósito que buscaba la película.
Uno de los primeros rótulos nos indica que si queremos saber qué clase de familia vive en una casa, basta con mirar a su comedor. Seguidamente vamos conociendo a la familia en cuestión, que incluyen al severo y autoritario padre Dwight Deacon, su mujer Ina y dos hijas, una de las cuales está planeando fugarse de casa para huir de ese entorno. Pero nos dejamos a otro integrante que está trabajando en la cocina: Lulu Bett, hermana de Ina, a quien Dwight ha acogido en casa junto a su madre a cambio de que trabajen de criadas. La vida de la pobre Lulu está marcada por una alienante rutina de ama de casa hasta que un día aparece por sorpresa el hermano de Dwight, un aventurero que ha viajado por todo el mundo y que, sorprendentemente, coquetea con ella. Entonces una noche sucede lo inesperado: en mitad de una cena Dwight y Lulu se casan por error (¡sí! ¡estas cosas podían suceder en aquellos tiempos!). Y aunque inicialmente deciden seguir juntos, finalmente Lulu prefiere volver a casa de su hermana al enterarse de que Dwight estuvo casado antes y no sabe si su primera mujer sigue viva, ya que se fugó de casa.
Olviden ese elemento un tanto extraño de la trama sobre «casarse por accidente» y quedémonos con lo demás. Miss Lulu Bett ofrece un retrato muy certero sobre la asfixiante vida doméstica, como ya anticipan los rótulos iniciales al hablar de cómo mucha gente acaba siendo esclava de la rutina y cómo muchos vínculos familiares al final se basan más en la dependencia que el amor. Y uno de los grandes méritos del guion es que refleja una situación doméstica perfectamente creíble sin necesidad de caer en estereotipos de personajes malvados: ni el hermano de Dwight es un peligroso seductor (de hecho parece honestamente interesado en Lulu, aunque eso no quita que sea un fanfarrón) ni tampoco pongo en duda que el despótico cabeza de familiar crea realmente estar haciendo un favor a su cuñada al tenerla bajo su techo, aunque sea a costa de esclavizarla.
William C. DeMille hace un trabajo de realización magnífico, curiosamente muy alejado del estilo de su hermano, que tiraba más hacia lo grandilocuente (incluso en sus comedias maritales no podía evitar colar siempre que podía alguna suntuosa fantasía de época). DeMille Senior hace gala de una exquisita sutileza mostrándonos gradualmente la evolución del personaje protagonista hasta acabar convirtiéndose en una mujer que aspira a la independencia. No hay una gran escena de revelación ni tampoco es algo que suceda repentinamente, sino que va notándose poco a poco en detalles sutiles basados sobre todo en la magnífica interpretación de Lois Wilson (sus gestos, su apariencia, etc.). Del mismo modo, algo realmente interesante de Miss Lulu Bett es la forma como refleja algo tan frustrante como es verse obligado a vivir en el seno de una familia en la que no se es feliz, aunque eso se expone con un tono más bien suave, e incluso en ocasiones con leves pinceladas de humor. DeMille no llega a caricaturizar del todo la situación que sufren los personajes para que no dejemos de tomarla en serio, pero tampoco convierte la cinta en un gran melodrama.
En el final original de la obra de teatro se optaba por hacer que Lulu acabara marchándose de casa para buscarse la vida por su cuenta, pero como se consideraba que el público no estaba preparado para un desenlace así, se escribió otro más suave en que Lulu se hacía una mujer independiente… y encontraba el amor (¿qué otra cosa puede desear una mujer?). Por suerte DeMille consiguió igualmente mantener intacto el mensaje feminista y la crítica hacia las convenciones sociales puritanas de la época, dejándonos como resultado una de esas películas que hacen de su contención y de su (engañosa) sencillez una virtud.
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