Hoy destacamos una pequeña curiosidad concerniente a una drama sueco considerado perdido durante décadas hasta que lo descubrió la Cinemathèque Française en 2004: In the Springtime of Life (I lifvets vår, 1912) de Paul Garbagni. La protagonista es la hija fruto de una relación adúltera que, al morir su madre, pasa por toda una serie de vicisitudes: su padre, un hombre adinerado llamado Von Seydling, decide acogerla dejándola a cargo de una mujer de supuesta confianza, que en realidad la usa para mendigar. Otro hombre, Cyril Alm, la descubre en esas circunstancias y la rescata sin saber nada del padre de la niña, así que la adopta como hija propia. Con el tiempo ésta se convierte en una preciosa mujer de la que no podrá evitar enamorarse.
¿Qué tiene de particular este drama? Pues ni más ni menos que podemos encontrar en él a los tres grandes pioneros del cine sueco participando como actores antes de que se hicieran un nombre en la industria como directores: Georg af Klercker, Victor Sjöström y Mauritz Stiller. ¿Qué probabilidades había de que coincidieran los tres en una misma película?
De los tres el más olvidado a día de hoy es sin duda Klercker, pero merece recordársele como uno de los primeros grandes nombres de la cinematografía sueca. Su carrera se repartió entre el mundo del teatro y el cine, y debo reconocer que hasta que lo vi en este filme (donde encarna al padre de la niña, el papel menos jugoso de todos) desconocía que también había trabajado como actor. Por otro lado, el que menos nos debería sorprender con su presencia en esta cinta es Sjöström (que interpreta a Cyril), ya que, aunque le recordamos sobre todo como director, su carrera como actor es de sobras conocida en cintas propias o ajenas, tanto en la era muda como en el sonoro – de hecho para el imaginario cinéfilo siempre será el profesor de Fresas Salvajes (1957) de Ingmar Bergman.
El que mejor sale parado de los tres como actor en mi opinión es Mauritz Stiller, que interpreta a un soldado mujeriego que seduce a la protagonista. Solo por ver al mítico cineasta vestido con ese elegante uniforme y coqueteando con tanta soltura y gracia ya valdría la pena echarle un vistazo a este filme correcto pero menor. Aunque Stiller empezó su carrera en el teatro también como actor, al igual que Klercker no se prodigó mucho en esa faceta en el cine. Quien sabe si a causa de ello perdimos a un potencial galán… pero de todos modos, si es el precio a pagar por su maravillosa carrera como director, valió la pena el sacrificio.
Leí el artículo en su momento pero hasta hoy no he visto la película de Garbagni. Coincido plenamente en que Stiller se lleva el premio a la interpretación más carísmática de la película. Todos los actores y actrices están muy bien (la dirección de actores me parece espléncida, sin repetición de gestos inútiles y con una coreografía del espacio muy limpia, expresiva y eficaz), pero el bueno de Mauritz, con ese morro de seductor a la que salta, tan natural, nos seduce a todos tan solo verlo. La película no me parece menor en absoluto, en eso discrepo. De acuerdo con que la trama, tan melodramática, quizás no es nada del otro mundo, pero la realización de M. Garbagni la eleva por encima de otros intentos de la época. La verdad es que en 1912 ya hay una avalancha de cortos y mediometrajes que ya atrapan la atención del espectador de una manera más profunda y sutil que tan solo 3 o 4 años atrás, pero este largo (en el contexto de la época lo es: su duración ya no dejaba espacio para muchos cortos o números de music-hall, en una misma sesión) está contando con muy buen pulso narrativo (según las covnenciones de 1912, perfectamente disfrutables 109 años después, con solo hacer el clic de saber que lenguaje cinematográfico debemos leer), depara un buen número de sorpresas, las composiciones en profundidad, los juegos de luz (¡desde luego que tomaron nota los tres directores suecos!) se desenvuelven con una naturalidad pasmosa, el uso de los espejos (que no tiene nada a envidiarle a August Blom, para mi el maestro en el uso de los espejos en esa misma época) y el sorprendente ángulo bajo de la cámara incluso en planos bastante cercanos. Hay bastantes filmes de la época en los cuales la cámara está algo baja. De hecho Germinal de Capellani, el horizonte está bastante bajo, con lo cual las composiciones son muy agradables a la vista, pero incluso en esa obra maestra da la sensación que la cámara intenta dar un punto de vista parecido al que tendría un espectador en la platea. Aquí no. La línea del horizonte, del punto de vista (incluso en interiores) muchas veces está a la altura de los brazos de las butacas con lo que los personajes se presenta y se van en profundidad, de manera que llenan la imagen de arriba abajo, casi como en Ozu. Al ser plano más cercanos que por lo general en Germinal (allí todo son planos de cuerpo entero, aquío la cosa es mucho más variada) me atrevo a hablar de un triunfo cinematrográfico en primera regla. Que sím, que Blom, Feuillade, Griffith (e incluso Sennett!) estaban engrasando la máquina del cine la mar de bien. pero, vaya, que aplaudo Garbagni con entusiasmo.
Por cierto, una curiosidad, que siempre me ha hecho gracia (y que expresó muy bien un comentarista jocoso del Youtube, respecto a no recuerdo que película). Cuando ves una película de esta época, con escenarios y situaciones contemporaneas (vaya, que todo tiene el look de 1912, en este caso) en la cual la acción se supone que pasa a lo largo de 20 años, me pregunto ¿cuando empieza la acción? ¿cuando termina? ¿al principio es 1892 y al final 1912, o empieza en 1912 y se proyecta a un futuro 1932? Lo mismo pasa en la maravillosa Ingeborg Holm. Y me divierte ver modas, automóviles, etc, congeladas en el tiempo, tanto si van a un pasado que evidentemente no fue nunca así, y se proyectan a un futuro que tampoco se detuvo. Para nada me estropea ninguna película, pero realmente es algo con lo que los más grandes maestros, que cuidaban detalles en los que incluso el más perspicaz de nosotros no repara, se les escapase este de la cosa temporal, sistemáticamente 🙂
Está bien que por una vez discrepemos Florenci, ¡no podía ser que coincidiéramos tanto! Y más cuando la réplica está tan bien argumentada y detallada. Como ahora mismo no tengo presente la película (no he vuelto a verla desde que escribí el post) no puedo darte una respuesta tan detallada como la tuya, pero como mínimo has contribuido a que la mire con otros ojos y me plantee revisionarla teniendo en cuenta los aspectos que comentas, especialmente el tema del ángulo de la cámara, que me parece interesantísimo.
Sobre lo otro que comentas, yo lo atribuyo a que en esta época todavía no se cuidaba tanto el diseño de producción ni había tal preocupación por incoherencias como las que comentas, pero también me aventuro a pensar que en esos tiempos no se producían tantos cambios tan radicales en el tiempo. No estoy negando que no los hubiera, y seguramente aunque a nosotros nos resulten muy sutiles alguien que vivió esos años los notaría, pero basándome en imágenes documentales y fotografías de las primeras dos décadas del siglo XX tengo esa impresión, al menos hasta que llegaron los locos años 20. Es uno de esos fallos de la época que los entusiastas como nosotros vemos como algo con encanto propio.
Un saludo.
Bueno, tampoco hay tanta discrepancia. Me ha ayudado el exhaustivo libro sobre Victor Sjöström de José Andrés Dulce, centrado exclusivamente en su etapa sueca (alucino como han tenido el valor de publicar este libro: un 10 a Shangrila, la editoral más aguerrida) donde describe minuciosamente los problemas que tenía Mangunsson para sofisticar sus productos (más allá del cine de atracciones que el Dr. tan bien ilustraba en un artículo reciente). No consiguió salir adelante con el intento con Gustaf Linden, un reputado director teatral realista, que parece no supo ensanchar las limitaciones con las que topó y cayó en los mismos errores de sus antecesores. Luego decidió importar Garbagni, uno de los directores franceses más avanzados (junto a Feuillade: los franceses sí estaban encontrando una salida satisfactoria para ofrecer películas que fuesen más allá de la experiencia sensorial inmediata), para realizar este título, que sería un denso tutorial comprimido sobre como dirigir para los tres directores con más posibilidades de la casa. Y desde luego aprendieron bien la lección. La influencia del francés es muy visible en Ingeborg Holm, la primera gran obra de Sjöstöm (en la cual estoy inmerso en escribir un artículo, con el que me está resultando muy difícil decir algo diferente a lo que ya desmenuza el señor Dulce, y que seguramente aparecerá publicado de aquí 2 meses 🙂 ). La de Garbagni no la había visto y me ha sorprendido muy gratamente. Y me hace gracia ver como un francés, del que casi nadie se acuerda ya hoy en día, fuese quien en realidad enseñó a los suecos ¡a hacer cine sueco! Los suecos de algún modo hicieron como el Japón de la segunda mitad del siglo XIX que, para ponerse al día y competir con el resto del mundo, importó talentos de varios países para modernizarse en los aspectos más diversos, desde los negocios hasta la moda, y una vez aprendido todo ello, dar un buen cheque a los maestros y mandarlos de nuevo a casita. Este filme quizás no sea una obra maestra (viendo lo que había ese mismo año casi me atrevo a votar que sí, pero bueno, no sé) pero desde luego es una obra clave por los cambios tan importantes que se produjeron a partir de lo que aprendieron sus ilustres alumnos.
Interesantísima tu aportación Florenci, qué curiosa e inteligente la estrategia de atraer talento francés para enseñar a los de la casa.
No conocía el libro que mencionas y lo voy a buscar ya mismo. En su momento buscó alguna obra sobre Sjöström y en la Filmoteca de Catalunya solo encontré una antigua biografía que estaba bien pero no entraba tan al detalle. Esperaré tu artículo sobre Ingeborg Holm, y así de paso le daré un necesario revisionado.
Un saludo.
Sí, últimamente están saliendo unos libros muy interesantes y este, en concreto, me parece la bomba. El hombre dice que si este título tiene éxito igual la editorial se animaba a sacar el de la parte americana. Ojalá me caiga una herencia de algún tío desconocido de América solo para poder comprar 200 ejemplares, de golpe, para maquillar las ventas y que los (ya de por sí aguerridos) editores se animen. Vaya, yo mismo no habría podido hacer mi aportación en el sentido que la hago tan solo unos meses atrás, porque tampoco tenía ni idea. Un saludo!