Como aficionado al cine mudo que lleva siguiendo esta forma de arte desde mis años mozos en la República de Weimar, lo que me encanta de la era internet es que nos ha permitido llegar no solo a películas mudas que durante mucho tiempo han sido muy difíciles o casi imposibles de conseguir, sino también a centenares de obras que ni sabíamos que existían y que están ahora a un clic de nosotros. Películas que en los años 20 del siglo pasado este inquieto cinéfilo no hubiera descubierto, ¡y eso que procuraba estar siempre atento a todo lo que estrenaba! De modo que si uno se mueve por estos inabarcables mares internautas puede acabar disfrutando un día del visionado de Amok (Amoki, 1927) del prestigioso director teatral Kote Mardjanishvili, la versión filmada en Georgia que todos estábamos esperando del célebre relato de Stefan Zweig.
¿Que la película no tiene subtítulos y ustedes no saben leer en georgiano? Bah, eso en el cine mudo no es ningún problema. Basta con conocer el relato original para seguir la trama aunque no se entiendan los rótulos, (y si no lo han leído, háganlo, es muy bueno). Comprobarán que eso nos sirve de sobras para disfrutar de todas sus virtudes cinematográficas.
Lo que pretendo destacar hoy de este filme es un aspecto que me llamó mucho la atención: la forma como refleja visualmente los viajes alucinatorios que tiene el protagonista a causa de su elevado consumo de drogas. Eso es algo que ya se había explorado en otros filmes previos como Opium (1919) de Robert Reinert, en que los viajes de opio se reflejaban en una serie de pintorescos cuadros erotico-festivos de ambientación clásica y también en unas sobreimpresiones sobre el personaje en cuestión.
Aquí Mardjanishvili vuelve a utilizar las sobreimpresiones para evocar una serie de nubes que se mezclan en la mente del protagonista junto a varias imágenes sueltas. El efecto está mucho más logrado al tener un tono más alucinatorio:
¿Y para reflejar los efectos de una borrachera? Nada mejor que una distorsión de la imagen:
Pero más adelante, cuando el personaje tiene una crisis en la habitación de un hotel y no puede recurrir al opio salvador, se emplea un recurso mucho más original y totalmente diferente a los anteriores, que además no he visto en ninguna otra película muda. Las imágenes se derriten, literalmente:
Es un pequeño detalle dentro de la película pero le da una cierta singularidad que demuestra a un creador imaginativo tras la cámara. Hay otros pequeños hallazgos bastante inusuales y extraños que no he logrado descifrar, como un travelling hasta el primer plano de las gafas del protagonista cuando se confronta con la mujer que inicia el conflicto. Dicho primerísimo primer plano de las gafas se congela durante unos segundos y muestra una palabra que mi limitadísimo nivel de georgiano me impide descifrar. ¿Qué significa todo esto? No tengo ni idea, pero no me preocupa. Me gusta que estas películas de hace 100 años sigan guardando secretos indescifrables para nosotros.
PD: una amable lectora me indica que seguramente lo que ponga ahí sea «Ona lyubit», que se traduciría como «Ella ama». Lo interesante es que aún siendo ése el significado de esas palabras… ¡sigo sin entender qué pretendía el director añadiéndolas en este plano congelado!
És fantástico. Pareciese (o pareciere ¿o quizás es parecieserere?) como que esto del mudo no se acaba nunca. La alegría es grande, y más teniendo en cuenta todo lo que se ha perdido. Ojalá se encuentre a tiempo muchas de esas latas que todavía están por encontrar. Y ojalá, también, no se estén derritiendo como algunas de las maravillosas imagenes de esta película de hoy. ¡Bravo!
Estamos en la edad de oro para los fanáticos del cine mudo. Nunca tuvimos tantas películas de procedencias tan diversas, ni hubo tantas restauraciones a nuestro alcance como ahora. Y encima de vez en cuando te llevas alguna sorpresa, y por experiencia los soviéticos suelen dar muchas alegrías, incluso los completamente desconocidos (hace poco me llevé una sorpresa precisamente con otra película georgiana). ¡A disfrutar!