Las XXII Jornadas de Cine Mudo de Uncastillo «Ino Alcubierre» 2024

Después de la satisfactoria experiencia del año pasado, este Doctor ha retornado a las Jornadas de Cine Mudo de Uncastillo «Ino Alcubierre». Este festival ha logrado algo tan complicado como es mantener un equilibrio entre ser un evento popular, que busca atraer a la gente del pueblo, al mismo tiempo que ofrece una programación muy heterogénea y en ocasiones arriesgada, huyendo de los lugares comunes. Eso sin olvidar su voluntad de ofrecer durante sus proyecciones música en vivo de todo tipo, que va desde el piano o instrumentos clásicos de cuerda a la electrónica y experimentos variados. Veamos pues qué nos ofrecieron las jornadas en su 22ª edición.

La inauguración del festival arrancó con un cortometraje inédito: Familia Polledo-Llames y Mar de Plata (1931), una de esas películas que uno se pregunta cómo han acabado, casi 100 años después, sobreviviendo al tiempo hasta acabar exhibiéndose en un festival zaragozano. Los artistas y coleccionistas Eduardo Laborda e Iris Lázaro habían adquirido hace 30 años en un mercado de objetos de segunda mano un filme antiguo de contenido incierto que, de repente, se reveló como especialmente apropiado para las jornadas de este año, cuyo país invitado es Argentina. Era ni más ni menos que un vídeo doméstico que mostraba a la familia de Casimiro Polledo, un asturiano que marchó a Argentina e hizo una fortuna, y que aquí mostraba a sus familiares españoles cómo era el Mar de Plata y su numerosa descendencia.

El filme tiene pues principalmente un gran interés histórico por las imágenes de la ciudad, a la que curiosamente Polledo le da tanto protagonismo como a su propia familia, destacando para mi gusto las entrañables escenas de los bañistas en la playa. En su segunda mitad la cinta pasa a centrarse más en la familia Polledo-Llames y es cuando se pone de manifiesto su faceta de vídeo doméstico, adquiriendo un tono más espontáneo, especialmente cuando captura a los nietos jugando. El pianista Josetxo Fernández de Ortega fue el encargado de poner banda sonora a esta pequeña cápsula del tiempo, que nos permitió compartir por unos minutos la intimidad de la familia de indianos.

Fuente: Asturias por descubrir

El otro filme argentino que se vio en las jornadas fue Perdón, viejita (1927), presentado por la presidenta de la Fundación Cinemateca Argentina, Marcela Cassinelli, y dirigido por el prolífico José Agustín Ferreyra, autor entre otros del primer filme sonoro del país. Tomando como título un tango de Carlos Gardel, Perdón, viejita es un clásico melodrama de bajos fondos en que un joven ladrón ayuda a una mujer caída en desgracia ofreciéndole el cobijo de su hogar materno. Una vez instalados allá, ambos reencauzan sus vidas aunque a costa de ocultar a la cariñosa madre su oscuro pasado. Pero cuando la hermana menor del protagonista es seducida por un bribonzuelo, estallará el conflicto.

Con una banda sonora en que la argentina Pato Badian y la zaragozana Sofía Díaz Gotor fueron alternándose instrumentos e incluyendo pasajes vocales con aromas de tango, el filme tuvo como principal baza a favor el retrato de esos barrios bajos de la época que se intuyen en los planos del barrio de los protagonistas y los tugurios. A cambio la historia se resiente de la falta de metraje y de la caracterización demasiado prototípica de sus personajes. Como detalle curioso, los rótulos de diálogos me dio la impresión de que no estaban bien integrados en el montaje, haciendo que en algunas conversaciones resultara confuso dilucidar quién pronunciaba cada frase. No obstante me resultó una curiosidad interesante.

La primera sesión nocturna, que tuvo lugar en el más espacioso pabellón deportivo de Uncastillo, consistió en un doble programa que para un servidor constituía una apuesta sobre seguro: una sesión de cortos de Georges Méliès, presentada por su genio del mal favorito (es decir, un servidor) y Robot Dreams (2023) de Pablo Berger, introducida por su director artístico José Luis Ágreda.

Los cortos de Méliès iban muy en consonancia con el tema principal de las jornadas de este año, los músicos bohemios, tal y como se puede deducir de sus títulos: El Hombre Orquesta (L’Homme Orchestre, 1900), El Melómano (Le Melomane, 1903), El Compositor Loco (Le Compositeur Toqué, 1905) y El Maestro Do-mi-sol-do (Le Maestro Do-mi-sol-do, 1906). Aunque ya los he visto en numerosas ocasiones, siempre es un placer revisionarlos en la gran pantalla, ya que eso permite disfrutar más de sus numerosos detalles y del efecto que producen esos primitivos y tan maravillosamente artesanales efectos especiales, que nos evocan a esa primera época del cine en que aún tenía algo de mágico y fantasmagórico. También fue un aliciente extra disfrutar del acompañamiento musical de Lord Sassafras elaborado a partir de samples ya existentes y posteriormente modificados junto a otros creados por él mismo. El abanico de posibilidades que eso le permitía dio pie a que en cada corto empleara un enfoque musical distinto, pero siempre encajando con el contenido de las películas.

Pasando a la sesión principal de la noche, es cierto que Robot Dreams no es un filme mudo, pero la ausencia de diálogos nos dice mucho sobre cómo sus creadores se apoyan en los recursos visuales de esa época para narrar la historia (no en vano, Pablo Berger es el director de la versión silente de Blancanieves (2012), que aparte de ser una gran película captaba magníficamente la esencia del cine mudo). En ese aspecto, José Luis Ágreda remarcó en su presentación el trabajo que hicieron juntos a la hora de trasladar el guion a un storyboard, pensando siempre cómo dar a entender toda la historia sin diálogos y de forma que fluyera con naturalidad.

Pasando a la película, si ya cuando la vi el año pasado me encantó, el revisionado me ha confirmado esa primera buena impresión detectando incluso algunos nuevos detalles que se me escaparon previamente. Creo que lo que más me gusta de Robot Dreams es cómo trata temas cómo la soledad, la fragilidad de los vínculos que establecemos con los demás y el temor a no encajar, pero con una delicadeza conmovedora. No se cargan las tintas para acentuar el dramatismo ni tampoco para exagerar los momentos humorísticos. Y, algo que aprecio mucho, se nota que hay cariño y respeto por sus personajes.

Además de ser una gozada disfrutar del abanico de animales que aparecen como secundarios o figurantes, el filme contiene numerosos guiños cinéfilos cómplices (el póster de Pierre Étaix que es toda una declaración de principios) y algunos momentos técnicamente muy imaginativos que, una vez más, recuperan ese principio de la era muda de aprovechar al máximo los recursos visuales que nos proporciona el cine: el número musical alucinado a lo Busby Berkeley o el magnífico uso de la pantalla partida en la escena final.

Cuando digo que el festival se propone ser un evento que llegue al máximo de público posible, no estoy exagerando, ya que de hecho cuenta tanto con una sesión pensada para las personas más mayores como otra para el público infantil. La primera fue de hecho la que inauguró las jornadas aun sin ser abierta al público: una proyección del fantástico corto El Gran Espectáculo (The Playhouse, 1921) de Buster Keaton en la Residencia Virgen de San Cristóbal con acompañamiento de Borja López al piano y Esther Bentué ejerciendo de explicadora. Por otro lado, la sesión familiar del sábado por la mañana también ofreció dos cortos de slapstick que en este caso no solo coincidían en temática musical sino incluso en algunos gags y situaciones, algo que recalcó muy acertadamente Stella Ibáñez en su presentación, donde además contextualizó a las figuras de Harry Langdon y de Laurel y Hardy.

Durante el primer corto, Fiddlesticks (1927) de Harry Edwards, se nos respondió a la pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez en nuestra vida: ¿puede acompañarse un corto de slapstick con un violonchelo, un instrumento que aparentemente tiene un sonido más serio y sin el dinamismo de un piano? Pues parece ser que sí, porque Lily Dumain hizo un trabajo admirable musicando este corto a la perfección. Aquí Harry Langdon encarna a un músico incompetente que intenta ganarse la vida como buenamente puede para demostrar a su familia que su carrera musical tiene futuro. Se trata pues de un personaje hecho a medida de Langdon: tontorrón, inocente y siempre con un inaudito golpe de suerte que le lleva a sobrevivir en el hostil mundo adulto. El momento culminante del corto tiene lugar cuando se alía con un chatarrero que recoge todos los objetos que le tira la gente para que deje de tocar esa música tan horrible.

Pero el corto de Laurel y Hardy son palabras mayores. En You’re Darn Tootin (1928) de Edgar Kennedy encarnan a dos músicos que son expulsados de una banda e intentan ganarse la vida tocando en la calle. Aquí hacía solo un par de años que habían empezado a trabajar como dúo y la química que hay ya entre ellos es impecable. Y si algo me gusta de los cortos de Laurel & Hardy es cómo a veces llega un punto en que la trama da igual y la narrativa se vuelve difusa hasta desembocar en el puro caos, que en este caso se materializa en forma de la famosa escena en que nuestros protagonistas provocan una multitudinaria pelea callejera en que todos acaban quitándose los pantalones unos a otros. Uno de mis momentos favoritos es cuando, en mitad de este delirio, Stan mira a cámara incrédulo como queriendo manifestar que él tampoco entiende cómo la trama ha llevado a esto.

En este caso la música vino de la mano de Gustavo Giménez, quien ya me sorprendió el año pasado por su forma de acompañar las películas solo con su voz y que aquí supo darle el tono dinámico que exigía el filme. No menos importante, el actor Pepe Lorente se encargó de ejercer de explicador para ayudar a los niños a seguir la trama, y debo decir que siempre es un placer escuchar al público infantil, aún libre de prejuicios, partiéndose de risa con un filme mudo de slapstick.

El otro cortometraje cómico de las jornadas que abordaba el tema de músicos bohemios vino en cambio de otro contexto totalmente distinto: La Pequeña Cantante Callejera (La Petite Chanteuse des Rues, 1924) de Ladislas Starewitch, de nuevo musicado por Lord Sassafras y presentado por Stella Ibáñez para dar a conocer al público la figura del peculiar cineasta de origen ruso luego afincado en Francia. Protagonizada por su hija menor con el apelativo de Nina Star, explica la historia de una niña que intenta ganarse un dinero como música callejera para recuperar el piso del que la han echado a ella y su pobre madre. Pero el verdadero protagonista del corto es su mono, ya que en la secuencia más destacada de la cinta Starewitch hace una de sus célebres animaciones de stop motion con un mono disecado, el cual no solo roba al casero los papeles necesarios para recuperar el piso, sino que se pone gafas para leer, se enfrenta a una serpiente y, sorpresivamente, al final le vemos como profesor de escuela. Un corto simpático que, no obstante, nos dejó la macabra duda de si el mono «de animación» no sería el mismo que aparecía en otras secuencias vivito y coleando junto a la niña, pero convenientemente sacrificado y disecado por el bien del séptimo arte.

De todos los filmes que se vieron en esta edición, ninguno tenía una historia detrás tan curiosa como Frivolinas (1926) de Arturo Carballo, que por suerte nos fue explicada con todo lujo de detalles por Francisco Boisset para entender lo que íbamos a ver. ¿Puede existir algo así como un filme musical mudo? Pues por ahí van los tiros: Carballo, dueño del cine Doré (donde por entonces también se hacían números de variedades), quería hacer un filme que capturara algunos de los principales espectáculos del momento, y planteó este proyecto como una excusa para filmar varios números musicales que luego, idealmente, se proyectarían con una orquesta y cantantes que interpretarían las canciones que se veían en la pantalla. Es decir, una suerte de intento de cine musical sincronizado. La idea era demasiado ambiciosa, tal es así que aunque Frivolinas fue bien recibida por el público tuvo un número de pases limitado porque era muy cara de exhibir tal cual fue concebida.

Filmada a caballo entre Madrid y Barcelona, visto hoy el filme no es gran cosa a nivel artístico y basa su interés en descubrir cómo eran algunos de esos números musicales de la época. Para mí tiene un encanto especial el hecho de que las coreografías sean mucho menos perfectas que las de los célebres musicales hollywoodienses de los años 30 a los que estamos acostumbrados. De hecho uno de mis momentos favoritos es una secuencia en que un coro de bailarinas mueve la cabeza al unísono… salvo la primera de la fila, que está moviéndola totalmente fuera de compás respecto a las otras. También hay números muy curiosos, como un par que explotan el morbo de las drogas y las alucinaciones que provocan, y el clown Ramper resulta simpático. Eso sin olvidar la gracia que tiene leer algunos de esos diálogos hoy día («De modo que ¿interpretando el Hibrión con el trío Pinguitos?«, le dice una bailarina a su amante al descubrir que le está engañando, no con otra mujer, ¡sino con tres!).

Otra cosa es la endeble trama argumental que sustenta estos números, simplona y castiza con un viejo verde (encarnado por el reputado actor José López Alonso en la que fue su única actuación en el cine, como pude leer en este interesante artículo), quien no aprueba el hombre del que está enamorado su hija. Por el camino se nos ofrece la inevitable corrida de toros, tan socorrida en el cine mudo español, y por si eso fuera poco, la cinta acaba con un rótulo que proclama entusiasmado «¡Viva España!«. No obstante, debo reconocer que no me aburrí, aunque también lo atribuyo al acompañamiento de Jaime López al piano, que no solo le dio mucho brío a la película, sino que además interpretó las canciones originales, recuperadas por Luciano Berriatúa, responsable de la compleja restauración de la cinta.

La sesión más especial de las jornadas llegó el sábado por la noche, y no era una película, sino un espectáculo de sombras chinescas y linterna mágica realizado por el ilusionista Sergi Buka. El show está planteado como un retorno a la pureza de las imágenes, cuando los seres humanos no vivíamos rodeados de estímulos visuales por todos lados y una ilustración tenía un poder de evocación especial, que además permitía conectar con el mundo exterior. Uno de los grandes aciertos de Buka es que, en vez de adaptar su número a un estilo más contemporáneo, lo que hace más bien es seguir el ritmo más pausado y evocador de este tipo de espectáculos en la época.

El gran aliciente de su show, que se inicia con un número de sombras chinescas que nos evoca a los primeros precedentes del cine, es poder disfrutar de sus dos linternas mágicas y su colección de diapositivas, todas ellas piezas de coleccionista que datan del siglo XIX. Solo una vez se ha sumergido al espectador en ese ambiente se puede apreciar la belleza especial de esas imágenes que, vistas en nuestro día a día sin contexto, podrían parecernos sencillamente hermosas o simpáticas, pero también anodinas. Aquí Beka consiguió que apreciéramos la belleza de esos dibujos artesanales de paisajes o de constelaciones, que debían producir un gran impacto en unos espectadores poco habituados a ver imágenes en color tan hermosas; pero también se nos transmitió la inquietud que debían producir las fantasmagorías (hoy día más entrañables que escalofriantes) o el tono jocoso que tan inocentón nos parece hoy día de algunas diapositivas «animadas».

Fue una sesión preciosa en que el pianista Josexto Fernández de Ortega supo poner la banda sonora adecuada: evocadora, nostálgica y delicada. Y supuso un curioso contraste haber visto la noche anterior una película de estreno y 24 horas después revivir un espectáculo pre-cinematográfico, que nos evoca la magia que tenían las imágenes inicialmente, antes de que viviéramos inundados de ellas.

Como cierre del festival teníamos la película que más ansiaba por ver: Vida Bohemia (La Bohème, 1926) del genial King Vidor con acompañamiento musical de Casasnovas alternando instrumentos electrónicos con guitarra. Hacía tiempo que tenía ganas de ver la película, sobre todo desde que leí recientemente la novela de Henri Murger, aunque ya suponía que la base del guion sería más bien la célebre ópera de Puccini, que ya se desmarcaba bastante del original. Y, efectivamente, así nos lo confirmó Amparo Martínez en su presentación, donde contextualizó el filme en el Hollywood de la época y enfatizó su condición de encargo que nació de una propuesta de Lilian Gish, la cual seguía siendo una de las actrices más importantes de entonces.

Situada en el París del siglo XIX, explica el romance entre un dramaturgo pobre que lucha por escribir la gran obra de su carrera y una joven enamorada de él dispuesta a sacrificarse para que éste logre su tan ansiado éxito. Sin codearse entre las grandes obras del Vidor de la época, Vida Bohemia es un muy buen producto de estudio tanto en sus apartados técnicos (los decorados de las buhardillas cochambrosas, ese París nevado, los preciosos planos del picnic en el campo…) como en la elección del reparto, desde la pareja protagonista a secundarios de oro como René Adorée, Roy D’Arcy en uno de esos personajes tan repelentes y un desaprovechadísimo Edward Everett Horton.

Pero quienes destacan son John Gilbert, el gran galán de la época, y Gish. Me gustan mucho las escenas que pasan juntos fuera de los momentos románticos, como cuando se persiguen por el campo o él escenifica para ella su obra de teatro y ésta la mira muy atenta de una forma entrañable. Pero el momento más célebre y por el que más ganas tenía de ver la película era la escena final, que me era familiar por la descripción que hizo Vidor en sus memorias, donde relataba que Gish se metió tanto en situación que llegaron a temer realmente por su salud. Es un momento que sí, hay que reconocerlo, es lacrimógeno y algo excesivo, muy convenientemente realzado por Casasnovas… pero no pude evitar que me atrapara y me dejara al final con un nudo en la garganta. Es una de esas cosas tan particulares de cierto cine del Hollywood clásico: que aun sabiendo de antemano qué va a suceder y reconociendo los recursos empleados por el director para enfatizar el dramatismo, uno no pueda evitar sucumbir igualmente y emocionarse.

No obstante, prefiero no acabar esta crónica con una nota tan triste. De modo que me he reservado para el final algunas de las contribuciones de las jornadas más allá de las proyecciones de películas. Para empezar estuvo la exposición de cuadros «Todas las canciones» del joven artista Martín Giménez Laborda, que aparte de pintor también es músico y dio un breve concierto al inicio de las jornadas, así como la exhibición «Una travesía de cine: Festivales de Aragón», que recopila unos 30 carteles de festivales de cine de todo Aragón.

Y por otro lado, están los reconocimientos a personas e instituciones que han puesto su granito de arena en el mundo del cine, ya sea como divulgadores, historiadores o artistas. Este año las Jornadas premiaron con sus Bocinas de Piedra al actor Pepe Lorente (protagonista de La Estrella Azul (2024) y con una vinculación personal muy estrecha a Uncastillo), a Javier Barreiro por sus conocimientos musicales vinculados a la era del mudo y primer sonoro, y a la Fundación Cinemateca Argentina en su 75º aniversario. Así mismo, el premio Ramón Perdiguer a la Pasión por el cine fue al Cineclub Cerbuna del Colegio Mayor Universitario Pedro Cerbuna, que cumple 50 años y sigue en activo. En unos tiempos en que cada vez es más difícil atraer al público para ver películas antiguas teniendo que competir con las plataformas digitales y con la obsesión por la actualidad, tiene más mérito que nunca que una propuesta como la de este cineclub siga funcionando exitosamente. Y lo mismo podría decirse de las Jornadas de Cine Mudo de Uncastillo, que son la prueba viviente de que el cine silente sigue siendo una forma de arte que vale la pena reivindicar incluso hoy día… o quizá debería decir que hoy día más que nunca.

Autor de la fotografía: Cisnito

9 comentarios en “Las XXII Jornadas de Cine Mudo de Uncastillo «Ino Alcubierre» 2024

    • Me alegro de habérselo dado a conocer. Lo de la linterna mágica de verdad que fue algo muy especial, si tiene la oportunidad de ver a Sergi Buka en otro espectáculo de linterna mágica no se arrepentirá.

      Un saludo.

  1. Excelente crónica, querido doctor. Espero que sus lectores se animen a acudir a las Jornadas de cine mudo de Uncastillo. Seguro que se lo agradecen.

    • Muchas gracias, Jaime, y de nuevo mis felicitaciones por su acompañamiento musical. Fue un placer pasar de nuevo el fin de semana con la comunidad silente de Uncastillo.

  2. Las ganas que tengo de que no me coincida de un modo tan cruel en mi agenda con la preparación de un evento poético tremebundo (que justamente acabó ayer… y por eso ahora puedo ponerme a leer tranquilamente el artículo) de éste encuentro tan personal sobre el cine mudo. Alentamos a los instigadores del festival a que sigan adelante y agradecemos al Dr. esta tierna crónica.

  3. Doctor,

    admirable su crónica. Muchas gracias por sus esfuerzos, cuánto le debe a usted este rincón calladito de la cultura. Al hilo de su crónica he visto La Boheme y madre mía qué profesional la Gish -ya lo tenía presente desde El viento y otras zarandajas.

    Solo una apostilla. Para el año que viene, si tiene pensado volver a Uncastillo avise usted antes y no después, que lo mismo buscamos hueco sus muchos admiradores para ir a saludarle a usted o a ese secretario melenudo que tiene en nómina.

    Un abrazo

  4. Querido Manuel, lo de la Gish en el final de La Bohème es algo alucinante. Excesivo, se nota que van a hacerte llorar sin compasión… y lo consiguen. Y ya con el detalle de ese pequeño flashback-recuerdo en el último momento me remataron.

    Tomo nota de su sugerencia para el año que viene, no nos lo tendremos tan callados Cesare y yo antes de ir para allá, jajaja.

    Un saludo.

Replica a Jaime Lopez Cancelar la respuesta

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.