Homenaje a los rostros anónimos del cine: descubriendo a Eddie Clayton

Imagen tomada de la web Lord Heath

Este es un post un tanto particular por varios motivos, entre ellos que se trata, muy probablemente, del único artículo que leerán en internet sobre el actor Eddie Clayton. Estoy seguro de que nunca han oído hablar de él, y no obstante es muy probable que le hayan visto en al menos una película en concreto a la que llegaremos más adelante.

¿Quién es Eddie Clayton y por qué el Doctor Caligari ha decidido dedicarle un post? ¿Se trata de un gran artista injustamente olvidado por el paso del tiempo? ¿Alguien que tuvo un papel pequeño pero crucial en el Hollywood de los años 20 y 30? ¿Una persona con una historia personal apasionante que merece ser rescatada? Ninguna de estas frases es cierta. Si estoy hablando de Eddie es precisamente porque es alguien totalmente irrelevante, pero que me sirve de McGuffin para hacer un pequeño homenaje a todo un colectivo.

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The Tinderbox (Fyrtøjet, 1907) de Viggo Larsen

En los primeros años del cine era frecuente hacer adaptaciones de cuentos y leyendas populares. Esto tenía múltiples ventajas: atraían al público porque conocían la historia y querían verla en imágenes, pero también compensaban algunas limitaciones narrativas. Las películas a menudo no eran autónomas, implicaban un sobreentendido entre el filme y el espectador, que ya sabía de qué iba la cosa y rellenaba los «huecos». Esto no siempre era así, pero sí sucede en el caso que nos ocupa: The Tinderbox (Fyrtøjet, 1907) de Viggo Larsen. Este simpático cortometraje es una adaptación de un popular cuento de Hans Christian Andersen, El Yesquero. Al ser un filme sin rótulos me temo que el espectador necesita conocer previamente el argumento para poder seguir la trama, que es tal como sigue.

Un soldado se cruza con una bruja que le pide que se meta en el hueco de un árbol para conseguirle un yesquero o mechero de yesca. Allí se encuentra con tres perros monstruosos que custodian dicho mechero así como varias bolsas llenas de dinero. El soldado se lleva todo consigo pero cuando le pregunta a la hechicera para qué quiere el mechero, éste se niega a responderle y la mata. El soldado se entrega a la buena vida y entonces descubre que cuando usa el mechero se cumplen sus deseos. Uno de ellos es hacer aparecer junto a él a una bonita princesa, con quien pasa todas las noches. El rey lo descubre y le encarcela y condena a muerte. Pero en prisión el soldado logra que un niño le traiga su mechero y el día de la ejecución lo usa para salvarse.

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El Hombre de Man (The Manxman, 1929) de Alfred Hitchcock

Hay películas que arrastran desde hace mucho tiempo una mala fama que lleva a acercarse a ellas ya con ciertas ideas preconcebidas en su contra. Pero si uno prueba a verlas en buenas condiciones y sin saber de antemano lo que esperar, a veces puede llevarse pequeñas sorpresas. Por ejemplo, que un filme históricamente considerado un fracaso como La Puerta del Cielo (Heaven’s Gate, 1980) de Michael Cimino sea en realidad una muy buena película que, de hecho, en los últimos años se ha revalorizado de una forma más justa.

Algo parecido sucede con El Hombre de Man (The Manxman, 1929), que se tiene solo en cuenta por ser el último filme mudo de Alfred Hitchcock – lo cual, de hecho no es del todo cierto, ya que se realizó también una versión silente de su primera obra sonora, La Muchacha de Londres (Blackmail, 1929). En el famoso libro de entrevistas con Truffaut, Hitchcock despachaba rápidamente El Hombre de Man diciendo que no tenía ningún interés, y es cierto que durante mucho tiempo ha sido una obra a la que nadie parece haber prestado mucha atención. Cuando hace años se proyectó como obra de clausura de las Giornate del Cinema Muto de Pordenone, yo la dejé pasar por no apetecerme revisionarla, pero me llevé una sorpresa al oír que los comentarios hacia la película fueron en general elogiosos. ¿Había sido injusto con ella?

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El Difunto Matías Pascal (Feu Mathias Pascal, 1925) de Marcel L’Herbier

A mediados de los años 20, Marcel L’Herbier, uno de los directores más destacados y vanguardistas de la cinematografía francesa, estaba buscando la manera de adaptar la novela El difunto Matías Pascal de Luigi Pirandello. A Pirandello, como le sucedía a la mayoría de escritores de renombre de esa época, no le hacía mucha gracia que convirtieran su historia en una película que potencialmente se pasaría por el forro los matices y sutilezas de su escrito para dar forma a un producto comercial del gusto del gran público. Pero éste cambió de idea y dio su visto bueno cuando supo quiénes iban a ser los implicados. No solo la dirigiría un cineasta tan reputado como L’Herbier sino que el papel protagonista recaería en Ivan Mosjoukine, el mejor actor europeo del momento (y, en mi opinión, el mejor actor cinematográfico de toda la era muda), y se realizaría en el seno de los estudios Albatros.

Para entender por qué era un factor decisivo el que El difunto Matías Pascal (Feu Mathias Pascal, 1925) se realizara en ese estudio y no en otro debemos hacer un paréntesis para entender el origen y la importancia que tenían los estudios Albatros en el cine europeo de la época. Ésta era una compañía formada en Francia a principios de los años 20 por emigrantes rusos que habían huido de la Revolución Soviética. Su personal incluía desde algunas de las estrellas del cine ruso pre-soviético (ése era por ejemplo el caso de Ivan Mozzhukhin, quien afrancesaría su apellido a Mosjoukine) a todo tipo de personas de procedencias de lo más diversas (abogados, miembros del ejército o de la nobleza) que se vieron obligados a trabajar de cualquier cosa en dicho estudio para subsistir. Lejos de ser una experiencia traumática, esta vuelta a empezar le permitió a muchos de ellos poder dedicarse al apasionante mundo del cine, algo que en Rusia les estaba prohibido a causa de sus orígenes nobles, y generó un fuerte sentimiento de comunidad. Por otro lado, pese a sus extraños orígenes, la Albatros destacó por sus películas tan desbordantes de imaginación y la absoluta libertad que se daba a los grandes cineastas que trabajaban allá. Así pues, en poco tiempo algunos de los principales cineastas y actores franceses llamarían a sus puertas sabiendo que ahí podrían dar rienda suelta a sus ambiciones artísticas.

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Publicación del libro La era de los pioneros, 50 obras clave del cine mudo

Amigos lectores, el Doctor Caligari acaba de publicar un nuevo libro dedicado a la era muda que creo que puede ser de su interés: La era de los pioneros, 50 obras clave del cine mudo, editado por la Editorial UOC dentro de su colección Filmografías Esenciales.

Dicha colección, coordinada por Jordi Sánchez-Navarro, tiene como propósito dar a conocer al público diferentes movimientos o géneros cinematográficos con una selección de 50 títulos reseñados con sus respectivas fichas. Siendo fiel a esa idea, aquí el Doctor Caligari (oculto una vez más bajo un pseudónimo como autor) se ha propuesto algo tan complejo como hacer un repaso a toda la era muda en tan solo 50 películas. Su idea es que este libro pueda servir a aquellos que no conocen a fondo el periodo como primera toma de contacto, al hacer una selección de filmes que reflejen la evolución del medio en esos años decisivos y toda la variedad de géneros, estilos y tendencias que dio de si esta época apasionante.

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La Guerra Aérea del Futuro (The Airship Destroyer, 1909) de Walter R. Booth

Siempre es un buen momento para volver a reivindicar a los pioneros británicos del cine, pero hoy además vamos a hacerlo con uno de los grandes precedentes de las batallas aéreas del cine bélico: La Guerra Aérea del Futuro (The Airship Destroyer, 1909). Como seguramente sepan, la futura I Guerra Mundial sería la primera gran guerra moderna al basarse en el poder destructor de las nuevas tecnologías, que dieron como resultado un conflicto bélico devastador y especialmente traumático. Pocos años antes de que eso sucediera, y estando ya en el aire la sospecha y el temor de un conflicto de dicha escala (que incluso el gran Alfred Machin ya vaticinó poco antes de que sucediera), el británico Walter R. Booth anticipó en esta película cómo se temía que podrían ser este tipo de guerras en el futuro.

El argumento es muy sencillo: llega un zepelín a Inglaterra que empieza a bombardear a la población civil. ¿Quién lo detendrá? Ni más ni menos que un joven inventor que no puede aspirar a casarse con la mujer que ama por la negativa de su padre. Pero como es lógico, una vez salve el país tendrá vía libre para casarse con ella y ser felices.

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Le Pied qui Étreint (1916) de Jacques Feyder

Aviso preliminar: muchas de las fichas y reseñas de esta película incluyen un fotograma de sus últimas escenas que, si bien no creo que se pueda considerar un spoiler, sí que revela una pequeña sorpresa que creo que se agradece no conocer de antemano (a mí al menos me hizo gracia encontrármela por sorpresa). En mi reseña no desvelo de qué se trata ni incluyo fotogramas de dicho momento, pero si tienen interés en ver el filme les recomiendo hacerlo sin haber buscado más información en otros sitios web.


En los años 10 los seriales estaban en pleno apogeo. Desde el célebre Los Peligros de Pauline (The Perils of Pauline, 1914) a, por descontado, los que realizaba Louis Feuillade en Francia, especialmente el célebre Les Vampires (1915). Es por tanto natural que en algún momento alguien tuviera la idea de hacer una parodia de un género que de por sí muchas veces estiraba las situaciones más allá de lo verosímil. Lo que un servidor no esperaba es encontrarse una parodia realizada por alguien como Jacques Feyder, realizador de filmes como L’Atlantide (1921), Crainqueille (1922), Visages d’Enfants o una versión de Carmen (1926). Pero todos tenemos un pasado, y no es inhabitual que directores respetables empezaran en el cine con filmes más simpáticos y espontáneos.

Le Pied qui Étreint (1916) explica los enfrentamientos entre el detective científico Justin Crécelle y la banda de «el pie que estrecha», comandada por un peligroso genio del mal cuyo rostro nadie ha visto y que se pasea en un carro de inválidos usando sus pies como si fueran sus manos (curiosamente este personaje lo encarna el buenazo de Georges Biscot aunque no le veamos su cara, si bien esta extraña decisión de casting cobra sentido en el último episodio). Los cómplices del célebre detective en sus aventuras serán su prometida Hélène y su secretario Walter Jymson, que en realidad es un niño lleno de recursos.

El gran punto a favor de Le Pied qui Étreint que justifica su visionado es su absoluta desenvoltura sin inhibiciones. Es una película abiertamente tonta y absurda, más cercana a las parodias del trío ZAZ que a otra cosa, aunque, lógicamente, sin ese estilo tan frenético y desmadrado. Esta apuesta por lo absurdo se complementa con una puesta en escena despreocupada, de hecho en ocasiones da la impresión de estar viendo a los actores improvisando situaciones sobre la marcha, lo cual le da un encanto muy simpático. Pero a cambio, eso pone en evidencia también su flaqueza, y es que se trata de un filme descuidado y flojo.

Como sucede en estas comedias disparatadas, algunos gags son más afortunados que otros. Pero el problema de Le Pied qui Étreint es que evidencia que sus creadores no eran expertos en la comedia. Es de hecho una película que demuestra cuan complejo puede ser hacer comedia alocada, y cómo muchos de esos filmes slapstick que algunos se piensan que simplemente consistían en persecuciones y porrazos, en realidad implicaban planificación, sentido del ritmo y conocimientos del mecanismo del gag. No hay de eso en este filme. Los momentos divertidos (y los hay, y muchos, ahora iremos a ello) funcionan principalmente porque la idea de la que parten es divertida, pero ni Feyder ni los intérpretes parecen dominar el sentido de la comedia (en ese aspecto quizá habría funcionado mejor con un protagonista más eficaz, si bien Kitty Hott sí que me resulta divertida encarnando a Hélène).

En el aspecto negativo podemos citar por ejemplo cierta tendencia a alargar demasiado algunos gags (el gag del niño matando a disparos a la banda de chinos sin ni siquiera mirar, que se repite insistentemente; la persecución por la azotea que no parece saber resolverse, o el gag final en que se descubre la identidad del líder de la banda provocando un desmayo a todos los que ven su rostro por el ojo de una cerradura), así como ciertos descuidos que dan a entender un rodaje rápido y sin cuidar mucho el producto (en cierto momento puede verse cómo uno de los malos que está muerto en el suelo se está incorporando de nuevo unas décimas de segundo antes de que se corte el plano).

Pero pasemos a cambio a lo bueno, porque puede parecer que no me gustó Le Pied qui Étreint pero en realidad, sabiendo lo que tenemos entre manos, es un filme muy simpático que merece la pena. Siento debilidad por el hecho de que los miembros de la banda se saluden entre ellos enseñando su pie (una parodia de los códigos de las organizaciones secretas que aparecían tan a menudo en los seriales), por no hablar de la extraña imagen de recurso de un primer plano de un pie que encoge sus dedos para marcar el inicio o final de cada episodio (como curiosidad, vi este filme mientras hacía un largo vuelo en avión y cuando salían planos como éste no podía evitar preguntarme qué pensaría la pasajera de al lado si le diera por echar un vistazo a lo que estaba viendo).

En ese sentido, el filme sabe parodiar muy eficazmente los tics y lugares comunes de los seriales de la época, incluyendo inventos estrafalarios, esa fascinación por lo exótico (la banda de chinos que ofrece una delirante y cutrísima sesión de espiritismo a Hélène), deducciones aparentemente brillantes que en realidad no tienen sentido (el detective averigua dónde está la guarida de la banda… porque está dada de alta en la guía teléfonica) y el hecho de que algunos seriales fueran interminables (un detalle muy gracioso es que el segundo capítulo tenga el número de serial 1977, como si lleváramos ya cientos de episodios).

Donde más brilla esta parodia del mundo del serial es en el último capítulo en que hacen un cameo sorpresa algunos de los principales actores del género como la gran Musidora o el entrañable Marcel Lévesque, a quienes seguro que recordarán por Les Vampires (1915). Solo por esa fiesta final, con algunos de estos actores tan paradigmáticos del género reunidos aquí en una película que parodia el tipo de historias que les hicieron tan populares, ya valdría la pena su visionado.

De modo que acérquense a Le Pied qui Étreint entendiéndola como una divertida curiosidad para pasar un rato divertido y abiertos a que pueda suceder literalmente cualquier cosa.

Películas desaparecidas: La Civilisation à travers les Âges (1908) de Georges Méliès

   Cuando hemos hablado en este rincón silente de filmes perdidos, habrán notado que casi nunca hemos tratado películas de los orígenes del cine. La realidad es que en esos primeros años hay tantas obras perdidas que uno no sabe ni por dónde empezar, pero hoy nos centraremos en una concreta que nos sirve para constatar que incluso en la llamada era primitiva hay potenciales joyas que no podemos más que lamentar que se hayan perdido seguramente para siempre.

En 1908 Georges Méliès se encontraba en un momento muy delicado de su carrera. El cine en aquellos años estaba cambiando a una velocidad de vértigo, y el que tan solo unos años atrás era uno de los cineastas más importantes del mundo, en ese momento corría el peligro de quedarse atrás respecto al camino que estaba emprendiendo el medio. No es que sus películas hubieran dejado de ser interesantes, sino que la tendencia general iba hacia otros caminos diferentes de sus filmes de trucajes y fantasmagorías. Sin irse muy lejos, ese mismo año su compatriota Albert Capellani estrenaba una adaptación de La Bella y la Bestia y su primera versión de L’Arlesienne (1908), mientras que en Estados Unidos debutaba un tal D.W. Griffith que enseguida supo aprovechar las posibilidades narrativas del medio. Pero el filme que Méliès tuvo en mente en ese momento era uno italiano: Los Últimos Días de Pompeya (Gli ultimi Giorni di Pompeii, 1908) de Arturo Ambrosio y Luigi Maggi.

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Las Finanzas del Gran Duque (Die Finanzen des Großherzogs, 1924) de F.W. Murnau

Escribir sobre las grandes obras de un genio como F.W. Murnau es algo siempre gratificante porque son películas tan repletas de hallazgos que parece que uno no se las acaba nunca. De modo que me dije, ¿y por qué para variar no escribir sobre una de sus obras menores? Aunque no siempre es así, a menudo hasta las películas menos conseguidas de los grandes directores de la historia del cine (y para mí Murnau lo es sin duda) poseen elementos de interés, y eso me motivó a rescatar Las Finanzas del Gran Duque (Die Finanzen des Großherzogs, 1924), una comedia estrenada el mismo año que una obra maestra como El Último (Der Letzte Mann, 1924).

Situada en una isla Mediterránea imaginaria llamada Abacco, el protagonista es el Gran Duque de Abacco, un noble peligrosamente endeudado que recibe una oferta de un hombre acaudalado, Bekker, para comprar una parte de la isla y explotar unas minas de sulfuro. El Duque de Abacco rechaza la oferta y Bekker, en revancha, decide potenciar una revolución para hacerse con el control de la isla. Entonces la salvación parece llegarle en forma de una carta de la acaudalada Gran Duquesa Olga, que le propone en matrimonio sin conocerle (¡!). En paralelo, el excéntrico Phillip Collin entrará accidentalmente en medio de esta trama al intentar conseguir unas cartas incriminatorias de un importante político, que le ponen en contacto con los personajes de este drama.

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Love and Duty (Lian ai yu yi wu, 1931) de Bu Wancang

Hay películas que ya en sus primeras escenas te hacen sospechar que te encuentras ante algo especial. Obviamente no siempre se cumple esa suposición, y a veces sucede que uno queda maravillado por el inicio de un filme pero luego éste pierde su magia. No voy a negar que Love and Duty (Lian ai yu yi wu, 1931) no logra estar a la altura de su maravilloso inicio, pero aun así este magnífico melodrama ha sido uno de los mejores descubrimientos silentes que he hecho en estos meses.

El filme se inicia en Shanghai en un barrio de clase alta donde el joven estudiante Li Tsu Yi sale una mañana más tarde de lo habitual a clase y se cruza casualmente con su vecina de enfrente, una chica de la que se queda prendado llamada Yang Nei Fang. Demasiado tímido para dirigirle la palabra, Tsu Yi coge la costumbre de llegar tarde al instituto solo para coincidir a la misma hora en que Nei Fang sale de su casa. En estas escenas iniciales el director Bu Wancang nos regala los mejores planos del filme, con unos travellings de seguimiento a esos dos personajes que nos permiten ver el juego que se traen entre manos: él duda entre disimular que la sigue cada día y hacer evidente su presencia para darse a conocer, ella finge no verle pero con el tiempo acaba lanzándole miradas cómplices hasta que a raíz de un accidente acaban entablando conversación.

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