Rien Que Les Heures (1926) de Alberto Cavalcanti

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Rien Que Les Heures (1926) del brasileño Alberto Cavalcanti es el film que inaugura ese pequeño ciclo de documentales mudos que retratan ciudades siguiendo un estilo vanguardista, que culminaría con las célebres Berlín Sinfonía de una Ciudad (1927) de Walter Ruttmann y otras obras menos conocidas pero igualmente interesantes.

Este film supone el debut de Cavalcanti como director tras haber colaborado con Marcel L’Herbier en films como El Inhumano (1924), lo cual sirvió de formación al brasileño para familiarizarse con el medio y las formas expresivas tan innovadoras que estaba llevando a cabo L’Herbier.

La película se inicia bajo la premisa de que todas las ciudades serían iguales de no ser por sus monumentos y de que el autor no se centrará en el día a día de la gente de clase alta (hecho que muestra gráficamente destrozando la fotografía de unas elegantes damas bajando unas escaleras), a partir lo cual va mostrando varias escenas y planos de París.

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El principal handicap de Rien Que Les Heures es que resulta inevitable compararlo con las obras posteriores de Ruttman y Vigo, y en ese sentido sale perdiendo claramente. Esos otros dos films eran, como anuncia el título de uno de ellos, sinfonías en que las imágenes discurrían de forma armoniosa y musical con total fluidez. Además eran películas que seguían una lógica interna, en que se notaba el propósito del realizador. Rien Que Les Heures en cambio parece un precedente menos conseguido. Más que una sinfonía es una sucesión de imágenes, una exposición de planos y escenas que se suceden entre sí sin seguir una línea tan clara. La película es interesante por lo que retrata y lo magníficos que son algunos planos (por ejemplo los de la anciana caminando), pero en conjunto no funciona tan bien. Además, esa combinación de planos documentales junto a pequeñas escenas de ficción no acaba de estar del todo conseguida, incluso la intrusión de algunos rótulos resulta algo torpe.

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Así pues, se trata de una película notable muy innovadora para la época que resultará de interés por su estilo libre y con claras influencias vanguardistas, pero que funciona mejor en ciertos momentos más que en conjunto (por ejemplo un instante especialmente bien pensado es cuando vemos a un refinado caballero que devora un bistec y, seguidamente, sobre el plano del bistec vemos cómo se mató y descuartizó a la vaca para que este hombre pudiera comer la deliciosa carne).

Una obra rompedora que si bien no acaba de ser redonda tiene varios aspectos que la dotan de interés.

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