El tormentoso rodaje de Esposas Frívolas (1922)

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En una escena de Esposas Frívolas (1922), el personaje de Helen está leyendo un libro en la terraza del hotel mientras el conde Katamzin hace las primeras tentativas por cortejarla. Más adelante vemos claramente en un primer plano que el libro se llama Esposas Frívolas y que está escrito por Erich von Stroheim. Resulta obvio que von Stroheim se gustaba mucho a sí mismo, y si no bastaba con escribir, dirigir y protagonizar su obra maestra, además insertaba un guiño a sí mismo en una época en que este tipo de metarreferencias cinematográficas eran raras. Tiene que quedarnos claro que él, von Stroheim, es el gran genio de Esposas Frívolas, y a decir verdad cabe reconocer que no lo hizo nada mal.

El aspecto negativo de este hecho es que precisamente como se tenía en mucha estima y se consideraba un genio, el hecho de dilapidar los presupuestos y planes de producción eran para él meros daños colaterales. Erich von Stroheim era un cineasta kamikaze que no temía a nada ni a nadie. Con tal de que su obra fuera tan perfecta como él se proponía estaba dispuesto a supervisar cada nimio y ridículo detalle, y a enfrentarse con quien fuera hasta las últimas consecuencias. Eso sumado a una serie de circunstancias muy desafortunadas hicieron del rodaje de Esposas Frívolas uno de los más dificultosos y traumáticos de la época.

El film había surgido por iniciativa de la Universal como una especie de revisitación de su debut Blind Husbands (1919) pero ambientándolo en Montecarlo. Para ello el director artístico Richard Day hizo un excelente trabajo construyendo los decorados de Montecarlo y los lujosos espacios cerrados en que sucedía el film, tanto en estudio como en exteriores. Con un presupuesto inicial de 250.000 dólares iba a ser la gran producción del estudio, pero nadie imaginaba hasta qué punto.

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Stroheim era el director, guionista y protagonista del film, que retomaba el tema de su exitoso debut encarnando a un odioso y cínico falso noble que seducía a la esposa de un magnate norteamericano para sacarle dinero. Si Stroheim ya había dado en sus dos anteriores películas ciertos signos de ser un tipo difícil de controlar en los rodajes, se desató por completo en Esposas Frívolas provocando el pánico en el estudio. Su afición por repetir cada toma docenas de veces y por cuidar celosamente detalles cada vez más insignificantes le costaron muy caro a la Universal (por ejemplo, Stroheim no se conformaba con imitaciones y en el rodaje utilizaba porcelana de verdad, carísimos trajes franceses y champagne, aún cuando en la pantalla jamás se notaría la diferencia; y si un solo detalle no le satisfacía en la caracterización de un personaje, exigía retocarlo y volver a filmar la escena). El director además se había rodeado muy inteligentemente de un séquito de fieles seguidores que respondían siempre a sus ruegos, de manera que los intermediarios con el estudio eran vistos en el plató como enemigos a quienes evitar.

La Universal desesperada envió al joven productor Irving Thalberg para que pusiera orden, pero Stroheim literalmente se rio en su cara y le retó a que le despidiera. Como él era no solo el director y guionista, sino también el actor principal, despedirle a mitad de rodaje implicaba quedarse sin película y tirar todo ese dinero a la basura. La primera gran tarea de Thalberg iba a ser mucho más difícil de lo esperado, Stroheim no era un tipo fácil de controlar.

stroheim rodaje

Una vez se dieron cuenta de que el mal estaba hecho, el estudio optó por un curioso cambio de táctica utilizando los desmadrados costes como reclamo publicitario. Se hizo poner en Broadway un gigantesco cartel que anunciaba cual era el coste de Esposas Frívolas hasta ese momento y cada semana se iba actualizando la cifra. Los diarios se llenaban de anécdotas que incidían en el perfeccionismo casi enfermizo del que hacía gala Stroheim en el rodaje (algunas de las cuales seguramente fueran inventadas), y cuando el film estuvo completado se anunció a bombo y platillo como la película que había costado un millón de dólares, una cifra absolutamente impensable para la época.

Una de las anécdotas más divertidas pudo haber tenido graves consecuencias legales para Stroheim y el estudio. Como una de las subtramas del film narraba cómo el protagonista hacía circular dinero falso por el casino, se tuvieron que fabricar largas remesas de billetes falsos para la película. Claro está, había que ir con cuidado de que estuvieran suficientemente bien hechos como para que un perfeccionista como Stroheim los diera por buenos, pero no tanto como para que pareciera dinero real. Y ahí estuvo el problema, cuando el Servicio Secreto se enteró de que la Universal estaba produciendo dinero falso detuvo a Stroheim y a los encargados de fabricarlo acusados de falsificación. Por surrealista que pueda parecer, hicieron falta varias acciones legales para liberarles de todos los cargos.

decorado montecarlo

Si no bastaba con tener a un tipo como Stroheim al cargo de una carísima producción, las desgracias se cebaron con el equipo, como las inclemencias meteorológicas que destrozaron buena parte de los decorados de exteriores y obligaron a reconstruirlos. Pero si algo estuvo a punto de hundir Esposas Frívolas por completo fue la inesperada muerte del actor Rudolph Christians a medio rodaje. Él encarnaba a uno de los personajes principales, el marido de la protagonista femenina que sufría el adulterio, y su fallecimiento llegó en el peor momento: se habían rodado demasiadas escenas con él como para volver a filmarlas, pero aún quedaban muchas por hacer con su personaje.

Corrió el pánico en la Universal y como primera medida desesperada se buscó por todo el país a un doble que pudiera completar sus escenas. Por desgracia Christians no tenía ningún hermano gemelo desaparecido, así que hubo que resignarse y suprimir la subtrama del marido que no se había filmado, y completando lo que faltaba con un doble de espaldas a cámara de forma disimulada. Eso tuvo como consecuencia que su personaje cambió sustancialmente respecto al guion original y se convirtió en un marido mucho más soso sin apenas importancia en la película. Inicialmente, Stroheim quería mostrar en paralelo cómo él era seducido al mismo tiempo que su mujer le engañaba, pero toda esa subtrama se perdió por el camino.

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La escena en que Hughes se enfrenta al conde fue una de las que tuvo que realizarse sin el actor Rudolph Christians. Fíjense cómo en este plano el personaje de Hughes está de espaldas a la cámara. De hecho si la ven entera conociendo ese dato, se nota descaradamente cómo está montada a partir de esos planos del actor doble de espaldas y primeros planos de Christians descontextualizados.

No obstante, si alguien creía que eso impediría a Stroheim filmar su película, se equivocaba por completo. Ni los productores, ni el Servicio Secreto, ni las inclemencias metereológicas, ni siquiera la muerte de uno de sus actores le impediría acabar su obra. Tampoco la duración de la misma era un problema para él: el montaje inicial de Esposas Frívolas era de ocho horas, reducida a cinco tras las comprensibles protestas iniciales. Cuando le preguntaron cómo esperaba encajar un film de tal duración en una sesión de cine, Stroheim dijo que sencillamente era un problema del que no había tenido tiempo para preocuparse. Su idea era que se estrenara en dos sesiones distintas, tal y como haría Fritz Lang con las dos partes de El Doctor Mabuse (1922) o Los Nibelungos (1924), que sumaban en total cinco horas (también propuso en otras entrevistas la absurda idea de que la gente viera una mitad, saliera a cenar, y volviera a ver la otra mitad). Pero Estados Unidos no era Alemania, y el estudio, francamente ya harto de él, le dejó completamente de lado en la fase de montaje.

El primer montaje que se hizo público fue de tres horas y media, acabado in extremis en el tren que iba de Hollywood a Nueva York en un compartimento especialmente habilitado para que los montadores acabaran el trabajo a tiempo para la fecha de estreno. Stroheim, muy dado a meterse en el papel de artista incomprendido y maltratado por los estudios que no entendían su obra, calificó a ese montaje como «el esqueleto de mi hijo muerto». Pero lo peor es que ese montaje preparado para el estreno tuvo que reducirse aún más porque el público seguía creyendo que la película era excesivamente larga. Se redujo drásticamente a unas dos horas (una tercera parte de lo que Stroheim tenía en mente), con lo que ello conllevaba: muchas subtramas se perdieron por el camino y el clímax era algo desigual porque faltaban elementos para entenderlo del todo.

Por si esto no fuera suficiente, durante años la copia que circuló era un auténtico despropósito, ya que tiempo después del estreno la Universal reestrenó una nueva versión aún más recortada e incluso cambiando el orden de algunas escenas y el contenido de los rótulos (el marido pasaba de ser un diplomático a un simple hombre de negocios). Esta fue la versión oficial de la película durante décadas hasta que por suerte en los años 70 se le puso remedio rescatando la versión europea estrenada en los años 20 y se remontó en conjunto con la versión americana para tener la más completa posible.

La copia que ha llegado a mis manos y que imagino que es la más completa a día de hoy dura dos horas y veinte minutos, y hay que reconocer en su honor que no se hace pesada (aunque no me atrevería a asegurar que lo mismo podría ser aplicable a una de seis). Si bien no representa más que la mitad de todo lo que Stroheim tenía en mente, creo que igualmente funciona excelentemente como película.

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