The Godless Girl (1929) de Cecil B. De Mille

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Aunque la última película muda de la longeva carrera de Cecil B. De Mille ha sido olvidada respecto a sus espectaculares producciones, a día de hoy se revela como un drama que mantiene intacto su fuerza y vigor.

Pese a que obviamente las referencias al mundo adolescente han cambiado mucho desde los años 20 – algo patente en las expresiones que utilizan en los diálogos – la historia consigue mantener el interés sin problema. Se inicia en un colegio donde una estudiante llamada Judith encabeza un club secreto ateísta. No obstante, buena parte de sus compañeros no aprueba esa organización, en especial Bob, un creyente que decide encabezar un ataque contra ese club durante una de sus reuniones. En medio del ataque se desata el caos y una chica acaba muriendo accidentalmente. En consecuencia, Judith y Bob son destinados a un reformatorio junto a Bozo, el chistoso de clase. Ahí sufrirán las durísimas condiciones de vida de esa terrible institución.

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The Godless Girl es una de esas películas ricas en información y detalles que se centra básicamente en dos ideas, de las cuales una está tratada de forma más afortunada que la otra.

La primera es, como indica el título, el debate entre cristianismo y ateísmo, que creo que no está tan bien resuelto al ser demasiado obvio por quién toma partido tanto el director como su guionista y colaboradora habitual Jeanie MacPherson (algo de lo que tampoco se les puede culpar demasiado teniendo en cuenta que no hacían más que ser fieles a su ideología). De hecho el rótulo inicial ya toma partido al anunciar que realmente existían esas sociedades ateístas que – ¡oh horror! – se dedicaban a atacar las sagradas creencias de los jóvenes del país. Y aunque los primeros minutos de película optan por un tono mucho más liviano y amable, no puedo evitar pensar que aún así la reunión que vemos de esa maléfica sociedad tiene cierto tono de mofa, especialmente con ese pequeño mono que tienen de mascota y que es una referencia nada sutil al darwinismo («¡Es tu primo!» le dice Judit a Bozo).

Más adelante, cuando la película se adentra en el drama, se narran las vicisitudes que les suceden en el orfanato mientras surge un romance entre los dos protagonistas y, en paralelo, Judit se convierte al cristianismo a partir de algunos pequeños símbolos que le hacen plantearse su posición. Por ejemplo, cuando se queda enganchada en la alambrada electrificada, sus manos tienen una marca de quemadura muy similar a la cruz cristiana. O cuando están en el campo, la paz y armonía de la naturaleza le lleva a creer que realmente alguien debe haber creado todo eso.

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Curiosamente, mientras Judit ha pasado a creer, Bob acaba tan amargado que ha abandonado sus creencias, haciendo que sus posturas contrarias acaben acercándose. Uno de los pequeños detalles de guión más ingeniosos es la forma como él convierte su número de recluso «7734» en «HELL» al darle la vuelta y pintar una raya, mientras que ella convierte su número «3107» en «LOVE» con un procedimiento similar. Aunque en el desenlace el mensaje que ellos transmiten es bastante neutral (dejar respetar las creencias de los demás) es obvio de qué bando formaban parte el director y la guionista.

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Mucho más interesante es la dura denuncia que hace del sistema penitenciario juvenil, la gran base de la película que le dota de especial interés. Según se comenta, para filmar el film De Mille hizo averiguaciones en reformatorios reales y todo lo que se ve en The Godless Girl está basado en datos auténticos. Incluso se dice que hubo hechos que no quisieron trasladar a la película por ser demasiado desagradables y porque el público no los creería. Lo cierto es que en aquella época los menores de edad recluidos en reformatorios estaban sometidos a unas condiciones pésimas, prácticamente sin derechos y expuestos a la crueldad de los guardas. El tema de este film era por ello bastante polémico, y sólo cinco años después habría sido impensable que se filmara con tal crudeza.
No obstante lo que vemos es suficiente para hacernos una idea de cómo eran esas instituciones por dentro. Todos los jóvenes deben seguir los férreos mandatos de los superiores teniendo marcado lo que deben hacer en cada momento y perdiendo casi la personalidad por el camino («Si todos parecen iguales» comenta Judit al verlos desfilando al unísono) . Incluso cuando se lavan por las mañanas el guarda va marcando qué partes de su rostro deben ir limpiándose.

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El sistema exige que los jóvenes protagonistas se adapten a sus normas, y su incapacidad para conseguirlo les lleva a someterse a duros castigos como ser rociados con una manguera de agua a toda presión, sufrir brutales palizas o confinamiento a pan y agua. Cualquier mínima transgresión es erradicada, incluso las que implican un leve e inocente compañerismo: cuando Mame, la amiga de Judy, intenta encubrirla, pierde el brazalete que le daba ciertos privilegios al instante; y cuando Bozo intenta pasarle una rosquilla a Bob mientras esté está confinado, recibe una paliza del guarda.

Pero lejos de ser un film de simple denuncia, De Mille es fiel a su sentido del espectáculo y consigue alternar tanto el debate ateísmo-cristianismo como esa crítica social con varias secuencias muy emocionantes que hacen que la película no se haga aburrida, como el intento de huída del reformatorio o, por supuesto, el espectacular incendio del final (tomen nota, si no saben cómo crear un clímax potente a su película, péguenle fuego, nunca falla). Dicha secuencia mantiene el suspense intacto y es un prodigio a nivel de dirección, con las reclusas intentando aprovechar el caos para huir paralelamente al rescate infructuoso de Judit, encerrada en una celda de castigo. La película enuncia además cierta idea de justicia cósmica haciendo que el guarda sufra el mismo castigo que había provocado a la joven pareja (electrocutarse agarrado a una verja) y que éstos decidan salvarle aún cuando éste había decidido huir al ver que el incendio iba a más. La moraleja no deja de ser algo obvia: si uno obra de forma correcta y cristiana, el bien siempre acaba ganando, ya que Dios no nos abandona.

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No puedo dejar de mencionar por otro lado los riesgos que sufrieron todos los actores al interpretar esta secuencia, ya que puede verse claramente cómo son ellos realmente y no unos extras los que están expuestos al fuego, moviéndose literalmente entre las llamas. Sufrieron por ello algunas quemaduras pese a las precauciones que tomaron.

Del reparto protagonista, aunque ninguno de ellos es un actor de gran renombre cabe destacar la interpretación que hace Tom Keene de Bob (el actor destacaría años después en la magnífica El Pan Nuestro de Cada Día de King Vidor) y a la actriz Marie Prevost como Mame (uno de esos trágicos casos de actores que se hundieron en el alcoholismo por no poder soportar su caída en desgracia en el mundo del cine).

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A nivel de puesta en escena, cabe destacar por un lado la labor del futuro director Mitchell Leisen, por entonces director artístico, que consigue recrear con tanta fidelidad el reformatorio que podría colar perfectamente como uno real. Por el otro, es de alabar el trabajo de De Mille en las ya citadas secuencias de suspense y en la más llamativa desde el punto de vista artístico, aquella en que la chica cae por el hueco de la escalera y el realizador combina un primer plano de su rostro aterrado con un plano subjetivo de la caída. Una vez moribunda, cuando la joven fallece, De Mille recrea su muerte de una forma muy poética difuminando totalmente su rostro con un desenfoque, uno de esos detalles que difícilmente podría volver a funcionar en una película sonora.

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Por último, decir que parece ser que se rodaron algunas escenas sonoras para compensar el hecho de estrenar un film mudo en un año en que el sonido estaba ya claramente imponiéndose. No es más que uno de los muchos ejemplos de part-talkies, películas mudas con alguna escena sonora para motivar al público aún cuando no fueran más que anecdóticas. En este caso de hecho ni siquiera las filmó De Mille, sino el actor Fritz Feld. No obstante, en la versión que yo conozco no aparecen.

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