Ser un gran director y una gran persona son dos rasgos que, para desgracia de muchos actores y técnicos, no siempre han ido juntos. El poder que conllevaba ser el encargado de dirigir a todo un séquito de personas es algo que a muchos realizadores se les subía a la cabeza convirtiéndoles en pequeños dictadores que a veces olvidaban que estaban lidiando con otros trabajadores, no con esclavos. Eso fue lo que le sucedió a Fritz Lang en su edad de oro en los estudios de la UFA. Su peculiar carácter sumado al hecho de saberse el director más importante de Alemania (y uno de los principales de Europa) le convirtieron en un cineasta que no reparaba en nada a la hora de filmar sus películas: fulminaba los presupuestos del estudio sin inmutarse, discutía tanto con técnicos como con sus superiores y exprimía a los actores hasta el límite. Cualquier cosa con tal de que la película quedara exactamente como él quería.
Como muestra de su difícil carácter, vamos a recordar algunos de los problemas surgidos durante la filmación de su obra muda más célebre, Metrópolis (1927), que este Doctor pudo presenciar en persona como invitado de honor y que, además, se recogen en la imprescindible biografía de Patrick McGilligan The Nature of the Beast.
¡El director y el cámara (Karl Freund, a la izquierda) no deben mojarse!
Si las últimas obras de Lang, las dos partes de Los Nibelungos (1924), ya habían sido ambiciosas y colosales, Metrópolis debía ser la película que las superara, un filme aun más grande en todos los sentidos. Desde el principio la UFA tuvo claro que ese ambicioso proyecto (la película más cara hecha en Europa hasta entonces) no recuperaría gastos y que serviría para abrir paso al mercado alemán en el extranjero. Pero aun así el desmadre en gastos fue tal que a medio rodaje echaron al productor de la película, el prestigioso Erich Pommer, acusándole de no haber parado los pies a Lang a tiempo – el caso es que el nuevo productor tampoco pudo hacer nada al respecto… ¡nadie podía detener a Fritz Lang!
Una de las causas que provocó que la película se pasara tanto de presupuesto era la terrible insistencia del director por repetir una y otra vez cada toma del film. Nunca estaba satisfecho y exigía de los actores la más absoluta perfección en cada gesto y expresión. Los dos protagonistas, Gustav Fröhlich y Brigitte Helm, pronto descubrieron que sería dura su experiencia con el prestigioso realizador.
Fröhlich comentaba cómo el plano en que su personaje se arrodillaba ante Maria se repitió una y otra vez durante dos días, de la mañana a la medianoche, solo porque Lang nunca estaba contento del todo. Finalmente el actor acabó haciéndose daño en las rodillas y cuando por fin dieron con la toma buena a duras penas podía levantarse. De una forma similar, un plano en que golpeaba una puerta furioso se repitió tantas veces que le llegaron a sangrar los nudillos, mientras que en una de las escenas de pelea se dislocó un pulgar. Lang, clemente, dio media hora de reposo para que le examinaran el dedo dañado… pero tras los 30 minutos de rigor volvió a la carga exigiéndole tanto como antes.
Dada la magnitud de la película, se contrataron a centenares de extras que tampoco se llevaron un buen recuerdo del rodaje. Al haber una tasa de paro tan elevada, abundaba la gente dispuesta a trabajar bajo cualquier tipo de condiciones por un sueldo exiguo, de modo que Lang se sentía aun más libre para tratarlos como esclavos. Para la escena de la visión de Moloch, el director tuvo a cientos de extras trabajando medio desnudos de 8 a 12 horas diarias soportando las terriblemente bajas temperaturas de aquel otoño. Irónicamente, para la escena de la Torre de Babel el problema fue el contrario al rodarse meses después: un millar de extras estuvieron transportando piedras de attrezzo una y otra vez bajo un sol abrasador que les quemaba la piel.
Tanto ellos como el equipo técnico, que estaban hartos de tener que pasar unas 14 horas diarias en el plató, empezaron a sentir un rencor cada vez más evidente hacia Lang, del que se decía que era un sádico que mataría gustosamente a los extras con tal de dar más realismo a la película. En cierto momento los rumores de una posible rebelión de todo el equipo contra el director empezaron a ser tan insistentes que el estudio intentó aplacar los ánimos para que su conflictiva producción no acabara autodestruyéndose.
No se piensen que Lang fue más comprensivo con los 500 niños que participaban en la escena de la inundación. Los pobres estuvieron nadando incansablemente durante dos semanas mientras el director les dirigía desde una lancha. Para compensar el frío que tenían que soportar entre tomas, la mujer de Lang, la guionista Thea von Harbou, se encargó de aprovisionarlos con cacao caliente y pasteles.
Sin embargo, quien se llevó la peor parte fue la protagonista Brigitte Helm. Además de las ya consabidas insistentes repeticiones de cada toma y el curso acelerado de natación con los 500 niños, tuvo que soportar algunas pruebas difíciles de sobrellevar. Por ejemplo, para la escena del robot tuvo que hacerse una especie de armadura de madera a medida y cubrirla con un molde. La sufrida actriz estuvo días soportando el calor infernal de ese molde además de pasar incontables horas quieta y estática. Ante la propuesta de Helm de usar una doble para dichas escenas (después de todo, en la pantalla no se notaría la diferencia), Lang se negó porque necesitaba creer que era ella quien estaba dentro.
Pero nada se pudo comparar a las dos escenas en que estuvo en una situación de peligro real. La primera fue aquella en que el personaje de Brigitte Helm huía del científico interpretado por Rudolf Klein-Rogge subiendo por las escaleras de una iglesia. Ambos debían forcejear al borde de la barandilla en un decorado que estaba a siete metros de altura, lo cual no le hacía mucha gracia a ninguno de los dos. Si eso les parece poco, Brigitte además tenía que agarrarse a la cuerda de la campana y quedarse colgando. Aunque Herr Lang tuvo la inestimable gentileza de mandar colocar unos colchones abajo por si la señorita Helm se caía, seguía siendo una altura desde la cual se podía haber hecho mucho daño, y no sucedió una desgracia de milagro. La joven, que debió preguntarse en ese momento si realmente valía la pena eso de meterse en el cine, pasó por unos instantes de pánico al verse agarrada a una cuerda que se balanceaba de forma anárquica sobre siete metros de altura. Cuando acabó la escena tenía contusiones y se había abrasado las manos. Exhausta del todo después de esa terrible experiencia, se fue del plató llorando.
La guinda del pastel fue la escena en que se quema al robot de Maria, para la cual Lang exigió que la propia Helm estuviera expuesta al fuego lo máximo posible para darle realismo. El equipo consideró que aquí el director había ido demasiado lejos (incluso para lo que era habitual en él, quiero decir), y que iba a poner en peligro a la actriz cuando podía conseguirse un efecto parecido mediante trucajes como sobreimpresiones. Pero como todos temían a Lang nadie se atrevió a oponerse, y se rodó tal y como se ve en la película. Brigitte Helm estuvo realmente rodeada por el fuego y en cierto instante algunas chispas alcanzaron su vestido, que empezó a arder peligrosamente. Por suerte, había gente del estudio preparada para tal eventualidad y lo apagaron inmediatamente antes de que la actriz saliera dañada, pero aun así ésta no pudo evitar desmayarse de la impresión.
Sobre el resultado final y su estreno no vamos a hablar ahora mismo, pero es innegable que todos los técnicos y actores que tuvieron el privilegio de participar en una de las películas más emblemáticas de la historia del cine a cambio pagaron con creces por ese honor.
En lo que respecta a Lang, su actitud tan despótica le pasaría factura cuando emigró a Estados Unidos. Acostumbrado a ser en su tierra natal el director consentido del estudio al que se le permitía todo, tuvo que enfrentarse a otro contexto muy diferente. En América los estudios no estaban dispuestos a tolerar todas sus exigencias e incluso había sindicatos que impedían que el realizador tuviera trabajando a los técnicos doce horas diarias todos los días de la semana (¡malditos comunistas!). Aunque siguió siendo un cineasta difícil y a veces duro con sus actores y técnicos, por suerte nunca volvió a llegar a los niveles abusivos de su etapa en Alemania, en que su megalomanía le hizo perder un poco el norte.
Muchos extras se quedaron con ganas de ponerle las manos encima a Lang en serio.
Nota: las imágenes la he extraído de este link.
Que buenos datos da, doctor, gracias, ya sospechaba que algunas cosas no fueron filmados en una sola toma y, además, me parecía sospechosa la tan maravillosa actuación de Brigitte Helm, tratándose de una debutante.