El joven François Truffaut en su época de virulento crítico de cine tenía un término muy simpático con el que referirse al tipo de cine francés que odiaba: «le cinéma de papa«, que le servía para referirse a las grandes producciones históricas supuestamente de gran calidad que contaban con el beneplácito de la crítica tradicional asentada. Aunque Truffaut usaba ese concepto para designar una serie de films surgidos inmediatamente después de la II Guerra Mundial, el visionado de El Milagro de los Lobos (1924) de Raymond Bernard me trae de nuevo a la mente esa expresión, ya que creo que se adecua perfectamente.
No interpreten esto de entrada como una crítica hacia la calidad del film sino como una forma de contextualizar sus intenciones. La película surgió de una compañía llamada La Société des Films Historiques (el nombre ya da una pista de por dónde van los tiros) que quería reivindicar el glorioso pasado histórico francés con grandes producciones de prestigio. Además, su realizador, Raymond Bernard, dirigiría otra obra que iría por los mismos derroteros, El Jugador de Ajedrez (1927), y en la época del sonoro se enfrentó como quien no quiere la cosa con una de las grandes obra clásicas de la literatura francesa: Los Miserables (1934).
Por tanto, El Milagro de los Lobos es ante todo una producción «de qualité» que busca destacar por su rigurosidad histórica y por la opulencia de sus decorados y su vestuario. Su argumento se sitúa en el siglo XV durante el reinado de Luis XI y narra las intrigas de este monarca con el Duque Charles de Burgundy. Pero por supuesto, por mucho que sea una producción histórica de calidad, ¿qué sería de una buena película sin una historia de amor? En este caso el romance es entre Robert y la futura Jeanne Hachette (heroína mitificada por su valentía a la hora de defender la ciudad de Beauvais de las tropas del Duque de Burgundy); de esta forma, el guión muy inteligentemente combina elementos históricos que le otorgan al film la rigurosidad que requiere junto a la necesaria concesión al gran público.
En el aspecto formal, el film es intachable, ya que Bernard se trata indudablemente de un muy buen director que sabe enfrentarse al reto de una gran producción histórica. Ayudado por el hecho de que muchas escenas se filmaron en los centros históricos de ciudades reales como Carcassonne, la película sumerge eficazmente al espectador en el periodo histórico y cuenta con unas escenas de batallas bastante impresionantes.
No obstante, el momento que queda en la retina del espectador es la escena que da título a la película, cuando Jeanne huye por los bosques de sus perseguidores y unos lobos la rodean. Lejos de atacarla, los animales se sitúan dócilmente a su lado y respetan su vida, un momento de una gran belleza iconográfica.
A cambio, no me puedo quitar la sensación a lo largo de todo el metraje de que El Milagro de los Lobos es una producción correcta (en el sentido de que cumple su propósito) pero que no ofrece secuencias inolvidable más allá de la citada. Tampoco Bernard parece ser un cineasta interesado en ofrecer ningún extra más allá del guión marcado o de lo que se espera de él. Y seguramente, para la finalidad que perseguía el film, no debería considerarse eso como un defecto sino que simplemente cumple su cometido. Eso sí, a cambio a no ser que uno esté muy interesado en la historia o sea muy amante del género (no es mi caso, como habrán notado) El Milagro de los Lobos no le aportará a uno muchas sorpresas ni grandes emociones más allá de ser una notable producción impecablemente acabada.
[…] que se diferencie de otros filmes franceses “de calidad” – sin ir más lejos, El Milagro de los Lobos (1924) del mismo Raymond Bernard – que a veces no puedo evitar que me dejen un tanto frío. […]