La película que hemos seleccionado hoy, Nathan el Sabio (1922), es la adaptación fílmica de una obra de teatro de mismo título publicada por Gotthold Ephraim Lessing en 1779. Pero pese a su antigüedad, su contenido, una apología a la tolerancia entre diferentes religiones, seguía siendo tan necesario y de actualidad en el momento de su versión fílmica como en el siglo XVIII.
El film se sitúa en Jerusalén en la época de las cruzadas medievales, y tiene como protagonistas a una serie de personas de credo cristiano, judío y musulmán. Un príncipe musulmán que se había convertido al cristianismo para casarse con su mujer amada, se ve envuelto en una cruel batalla con los sarracenos; y antes de que él y su esposa fallezcan, pide a uno de sus sirvientes que salve a sus dos hijos. Finalmente Jerusalén es conquistada por su hermano, el Sultán Saladino, y con el paso de los años los dos hermanos crecen por separado bajo credos diferentes. Él, Assad von Filneck, se ha hecho templario; ella, Recha, ha sido criada bajo el judaísmo por el sabio Nathan, quien la ha adoptado como hija propia. Cuando los templarios son derrotados por los musulmanes, Saladino libera a Assad de la pena de ejecución al darse cuenta de su verdadera identidad, pero no le hace saber que es su sobrino. Por otro lado, Assad y Recha se conocen y se enamoran, mientras en paralelo él empieza a sentir respeto hacia el judaísmo por influencia de Nathan.
Nos encontramos ante una excelente película, que parte de una trama basada en las clásicas confusiones de identidad para poner de relieve la necesidad de una mayor armonía entre diferentes cultos. Pero lejos de recrearse en el discurso, su realizador Manfred Noa opta por potenciar el dramatismo y recrearse en las batallas iniciales entre templarios y musulmanes, con unas escenas bélicas que demuestran que no se trataba de un film de poco presupuesto.
Sin embargo, esa faceta solo se pone de relieve en el extenso inicio que sirve de presentación, ya que el resto de la película (inclusive el desenlace) pasa a centrarse en sus personajes. De todos ellos curiosamente los que salen peor parados son los que representan al cristianismo, desde Assad y su actitud antisemita, a los templarios que al final quieren ejecutar a Nathan por haber criado a una cristiana en la religión judaica. Saladino, lejos de ser el antagonista que uno esperaría, se rige por los principios de profunda justicia, y Nathan por supuesto es el más sabio de todos.
En mi momento favorito del film, el poderoso Sultán le pide a Nathan que le diga cuál de las tres religiones es la verdadera. Éste le narra la historia de un padre que posee un poderoso anillo que ha pasado de generación en generación. Al no saber a cual de sus tres hijos debe legarlo, decide fabricar dos falsos anillos idénticos al verdadero, de forma que ninguno sabrá nunca cual es el auténtico. Dicha parábola además está filmada con una estética expresamente irreal, mostrando su contenido con siluetas y escenarios minimalistas.
El film cuenta con muy buenos actores de la época encabezados por Werner Kraus en el papel de Nathan y con una sólida realización de Manfred Noa, un director cuyo nombre no ha parecido perdurar hasta nuestros días, y del que solo se recuerda este film y la superproducción Helena (1924). Como era de prever la película causó mucha polémica en su época, ya que muchos grupos de extrema derecha consideraban que era una obra demasiado pro-judaica. De hecho, tras la temprana muerte de Manfred Noa en 1930, los nazis intentarían borrar cualquier vestigio de su legado al ser un realizador de origen judío.
Nathan el Sabio fue durante mucho tiempo una película considerada perdida hasta que en los años 90 se encontró una copia en Moscú con un título distinto y algunos pequeños cambios. A partir de aquí se restauró procurando mantener la estructura y los rótulos del film original, y se coloreó siguiendo los criterios de la época. El resultado final merece mucho la pena al combinar los rasgos de una gran superproducción con los de una obra de prestigio más reflexiva.