Leni Riefenstahl y sus dificultosos rodajes con Arnold Fanck (II)

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En un post reciente les narramos las desventuras de la actriz y futura realizadora Leni Riefenstahl cuando tuvo que trabajar a las órdenes del director Arnold Fanck protagonizado algunos de los más míticos bergfilm de la época. Hoy les ofrecemos la segunda parte de sus sufridas experiencias en otras dos películas filmadas en condiciones especialmente difíciles.

Der grosse Sprung  (1927)

«‘Leni – me dijo [Arnold] Fanck un día – mientras yo hago las tomas de invierno, tú irás con nuestro superescalador y superesquiador Pulga de Nieve [apodo del operador de cámara Schneeberger] a los Dolomitas y dejarás que te enseñe a escalar, ¿de acuerdo? (…) ‘Sobre todo tienes que escalar descalza, tal como lo exige el papel’, me dijo Fanck cuando nos despedíamos.

Como punto de partida para nuestros ejercicios de alpinismo habíamos elegido la caña del collado de la Sella. Ante la larga cima había rocas de diversos tamaños. Empecé a escalar con entusiasmo, primero todavía con zapatos. No solo me gustaba, sino que se me daba tan bien como si escalara montañas desde hacía tiempo. Gracias a los ejercicios de danza se había desarrollado mi sentido del equilibrio y, al bailar con las puntas, tenía fuerza en los dedos de los pies. Pulga de Nieve estaba tan satisfecho con mis progresos que propuso intentar un verdadero viaje de alpinismo, de modo que escogió las Torres de Vajolette.»

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Cuando me encontré delante de esas peñas, me pareció inconcebible trepar por las altas paredes verticales. Con gran sorpresa vi arriba, en el borde del Dellago, a dos personas, pequeñas como pulgas. Desde abajo la vista resultaba aterradora, pero Pulga de Nieve no me dejó reflexionar; me ató una cuerda a la cintura y pocos minutos después ya me encontraba en la pared rocosa. Al principio intentaba no mirar hacia abajo, pero la roca tenía buenos asideros y no me resultó tan difícil como me había figurado. Cada vez avanzaba mejor y perdí el miedo. Subíamos despacio y sin interrupción. Descansamos sobre una franja de roca angosta. Allí traté por primera vez de mirar hacia abajo… No sentí vértigo, pero durante mucho rato no pude volver a mirar. Reanudamos el ascenso, a través de pequeñas chimeneas, con caminos transversales y por estrechas franjas. Pronto nos encontramos arriba, y me sentí feliz, de pie sobre mi primera cumbre. Fue una sensación maravillosa, tan libre, tan lejos del mundo y cerca de las nubes.

Después empezamos el entrenamiento descalzos. No me hacía ninguna gracia, porque las plantas de los pies no se acostumbrarían nunca a la roca afilada de los Dolomitas. Caminar descalza durante semanas por las peñas y escalar a diario sin zapatos no pudo impedir que más tarde, cuando empezamos a filmar, me sangrasen los pies. Fue algo brutal y, en mi opinión, totalmente inútil. Siguieron otras escenas desagradables; Fanck quería que atravesara nadando el lago Karersee… a una temperatura de seis grados vestida con una camisita, sencillamente porque quería incluir en su película aquel lago romántico.

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Por muy fascinante y emocionante que fuera mi colaboración con Fanck en las montañas, no me proporcionaba satisfacción como actriz.»

Prisioneros de la Montaña (1929)

«Las tomas con Pabst [co-director de la película junto a Arnold Fanck] duraron un mes. Con aquel frío intenso tuvimos que permanecer durante horas sentados en la nieve, mientras un viento cortante nos arrojaba a la cara los cristales de hielo y nos arañaban la piel. Se me helaron los muslos y contraje una grave afección en la vejiga, que nunca acabó de curarse del todo. Para algunas tomas en las que había viento se usaron unas hélices que hacían aún más insoportable la tempestad. A menudo teníamos que interrumpir el trabajo para descongelarnos junto a un fogón de cocina. Nos cambiábamos de ropa y salíamos de nuevo al frío (…) Mis piernas estaban tan heladas que tuve que interrumpir el trabajo unas semanas para curarlas mediante radioterapia.»

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«Las tomas que se realizaron en el Piz Palü eran de tal dureza que solo puedo recordar algunos episodios con horror. En el guión ponía que debían subirme por una pared de hielo, mientras se precipitaban aludes sobre mí. Fanck había buscado en el glaciar de Morteratsch una pared de veinte metros de altura. Durante tres días, en el borde de esa pared de hielo apilaron grandes cantidades de nieve y pedazos de hielo. Yo observaba los preparativos con desconfianza. Conocía muy bien a Fanck y sabía que no le importaba exponer a sus actores a las situaciones más difíciles con tal de obtener buenas tomas.

Había llegado el momento. Todo estaba a punto. Fanck, que se percató de mi angustia, prometió que solo me subirían unos metros. Comenzaron a atarme con cuerdas. ‘¡Acción!’, fue la voz de mano, y me subieron. Entonces vi cómo por encima de mí, en el borde de la pared de hielo, se desprendía el muro de nieve. El cielo se oscureció y las masas se precipitaron sobre mi cabeza. Tenía los brazos atados y no podía protegerme del polvo de nieve. Orejas nariz y boca se me llenaron de nieve y pedacitos de hielo. Yo gritaba pidiendo que me bajasen. Pero fue en vano. Contrariamente a lo que había prometido Fanck, me subieron a lo largo de toda la pared de hielo. Tampoco se detuvieron junto al afilado borde de hielo, sino que siguieron tirando de mí por encima de él. Llegué arriba con grandes dolores y llorando de rabia por la brutalidad de mi realizador. Pero Fanck estaba contento por la calidad de las tomas efectuadas.»

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«Hubo otra toma sensacional; esa vez, sin embargo, con mi consentimiento, aunque había imaginado que resultaría más fácil. Con un paso hacía atrás, pero atada con cuerdas, debía caer en el interior de una grieta del glaciar, escena que no tenía nada que ver con mi papel. En la película había otro papel femenino, y Fanck había escogido a la joven Mizzi, la hija del dueño de nuestro hotel. Interpretaba a la novia de Gustav Diesel y, de acuerdo con el guión, al caer un alud de hielo rompía la cuerda que la mantenía unida a su prometido, y caía de espaldas dentro de una hendidura del glaciar. Mizzi no quiso arriesgarse a esta caída y Fanck no quería utilizar una muñeca. Como sabía que yo tenía problemas económicos, esperaba que hiciera esa caída en vez de Mizzi, como doble de ella. Me ofreció la ridícula cantidad de cincuenta marcos, y acepté. Me puse la ropa de Mizzi, la cámara zumbó. Yo creía que solo caería dos o tres metros, pero bajé por lo menos quince hacia la profundidad de la grieta y fui a dar con la cabeza contra duros y afilados témpanos. Cuando finalmente me subieron de nuevo, apenas podía moverme. Me dolía todo el cuerpo, la cabeza y las extremidades.

Me juré que jamás me dejaría arrastrar para tales escenas.»

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