Robert Flaherty y la fallida filmación de la caza de osos

Estoy seguro de que todos ustedes conocerán el célebre documental Nanook el Esquimal (1922) de Robert Flaherty, considerado el primer gran largometraje del género. Flaherty vivió muchas aventuras durante el rodaje, y como muestra de ello hoy hemos rescatado el fragmento de un artículo suyo de la época, titulado «How I Filmed Nanook of the North» en que habla sobre una fallida expedición para filmar a Nanook cazando osos. Le cedo la palabra a Mr. Flaherty:

«Como la caza de morsas fue tan exitosa, Nanook aspiró a cosas más grandes. La primera de ellas era la caza de osos en el cabo Sir Thomas Smith, que estaba a unas doscientas millas al norte de donde nos encontrábamos. “Aquí”, dijo Nanook, “es donde está la madriguera de la osa en invierno. Lo sé porque he cazado ahí, y creo que ahí podemos conseguir una gran película”.

Empezó a describir cómo a principios de diciembre la osa construía la madriguera en grandes montones de nieve. No hay nada para distinguir la madriguera excepto un pequeño conducto o agujero por donde pasa el aire, que se ha formado en la nieve a causa del calor del animal. Avisó que no se debería caminar por allá porque uno podría caer por el agujero y la osa se enfadaría. Sus compañeros se quedarían conmigo armados con rifles mientras yo filmaba (quería estar seguro como mínimo de mi seguridad). Él, con su cuchillo para la nieve, abriría la madriguera bloque a bloque. Los perros, mientras tanto, estarían sueltos y, como un círculo de lobos, estarían a su alrededor aullando al cielo. Cuando se abriera la puerta de la señora Oso, Nanook, que solo llevaría su arpón, estaría listo esperando.

Los perros acosando la presa – algunos de ellos se lanzarían con sus mandibulas a por la osa – Nanook bailando aquí y allá (representó la escena en mi cabina usando mi arco de violín como arpón) esperando a lanzarlo a un tener un primer plano – esto sería, estaba seguro, una gran, gran película. Estuve de acuerdo con él.

Después de dos semanas de preparativos, salimos. Nanook con tres acompañantes, dos trineos muy cargados y dos manadas de doce perros.

Mis provisiones eran cien libras de cerdo y judías que había cocinado en calderas gigantescas y que luego había puesto en una bolsa de tela y había congelado. Estas judías, molidas con un hacha a partir de la masa congelada junto a fruta seca, galletas y té eran mis provisiones. La dieta de Nanook y sus compañeros era foca y morsa junto a té y azúcar de mis provisiones y, lo más importante de todo, tabaco, el tesoro más valioso del hombre blanco.

Salimos un día muy frío – el 17 de enero – con el paisaje borroso por la nieve que estaba cayendo. Durante dos días hicimos buenos progresos, puesto que el camino estaba duro y compacto por el viento. Después, sin embargo, un fuerte vendaval de nieve arruinó nuestra buena racha. Día tras día avanzábamos lentamente. Diez millas o menos era la media que hacíamos a diario. Confiábamos hacer las 200 millas a Cabo Smith en ocho días pero, cuando pasaron doce días, descubrimos que íbamos por la mitad. Estábamos desanimados, los perros desgastados y, para empeorar las cosas, las provisiones de foca y comida de perros estaban a punto de agotarse.

La línea de la costa hacia la que viajábamos era un espejismo en el cielo, de modo que Nanook no podía situar nuestra posición respecto a Cabo Smith. Constantemente, mientras viajábamos en la monotonía de los días, nuestra proximidad a Cabo Smith se convirtió en nuestra preocupación más importante. “¿Cómo estamos de cerca?” era la pregunta más habitual que se convirtió en una plaga para la existencia del pobre Nanook. Las pocas veces que intentó predecirlo se equivocó. Finalmente, habíamos viajado a un punto donde el Cabo, Nanook estaba convencido, se hallaba a no más de dos días, ya que había avistado a través de la niebla y la escarcha una vieja casa de años anteriores. A lo largo del día sus compañeros descubrieron que se equivocaba de nuevo. No podían contener su impaciencia e irritación. El pobre Nanook estaba disgustado y mientras continuábamos desviaba la mirada y se negaba categóricamente a mirar hacia ese confuso paisaje de nuevo.

Estábamos ya en serios aprietos cuando finalmente llegamos a Cabo Smith. Nuestra perra líder marrón, que en los últimos tres días viajaba en un trineo para ser salvada, se moría de inanición. Nanook finalmente acabó con ella usado el arpón y, mientras sostenía el cadáver dijo: “No hay suficiente comida para perros”.

De todos modos había focas en el Cabo, de eso estábamos seguro, y además llegaríamos durante el día, así que avanzamos de buen humor (…) Al anochecer llegamos a nuestra ansiada tierra de osos y focas. Paramos en un antiguo campamento de Nanook y, después de dejar los trineos y los perros, subimos para tener una vista del territorio de las focas. Estuvimos mirando un rato antes de darnos cuenta de que el territorio de las focas era como el desolado terreno por el que habíamos viajado: un sólido campo blanco sin ninguna ruta de agua abierta para cazar focas a la vista.

Nos olvidamos de cazar osos, durante dos semanas y media lo intentamos con focas deambulando día a día por el hielo roto del Cabo. En ese intervalo matamos dos focas pequeñas que eran suficientes para mantener a los perros vivos. En una ocasión no tuvimos aceite de foca durante cuatro días y nuestro iglú estaba a oscuras. Los perros estaban terriblemente débiles y dormían en el túnel del iglú. Cuando me arrastraba al exterior tenía que apartarlos a un lado como sacos de harina, ya que se encontraban demasiado flojos e indiferentes como para moverse. La ironía de la situación es que había osos por todas partes, cuatro de ellos pasaron a unos mil pies de nuestro iglú una noche, pero los perros estaban demasiado débiles para mantenerlos a raya o conducirlos a alguna parte. Mis propias provisiones se estaban acercando al fin. Los últimos días las había estado compartiendo con los hombres.

Nunca olvidaré una amarga mañana cuando Nanook y sus hombre salieron para cazar en los terrenos de hielo junto al mar. De repente descubrí que nadie de ellos había tocado mi comida durante el desayuno. ¡Cuando se lo expuse a Nanook él respondió que temía que me quedara sin provisiones! Nuestra suerte cambió ese día al anochecer cuando Nanook se arrastró al iglú sonriente de oreja a oreja y gritando las ansiadas palabras “¡Ojuk! ¡Ojuk!” (foca grande). Había matado una foca que era “muy muy grande” y teníamos por fin suficiente para nosotros y los perros para el largo camino de vuelta a casa.

(…)

Aunque el problema de las provisiones de comida estaba ahora resuelto aún no podíamos viajar, puesto que los perros necesitaban engordarse. En ese intervalo buscamos por los flancos del cabo signos de madrigueras de osos. Había huellas por todas partes, pero solo una madriguera, que había sido abandonado. De haber tenido tiempo habría sido cuestión de días encontrar uno, pero yo tenía que filmar muchas escenas en mi puesto de invierno y no podía perder más tiempo, así que a regañadientes dejamos el Cabo para volver camino a casa.

Llegamos allá el décimo día de marzo y así acabaron seiscientas millas y cincuenta y cinco días de viaje para conseguir la “gran película” de Nanook. Pero no todo fueron pérdidas: era una persona más rica en cuanto a conocimientos de las admirables cualidades de mis amigos, los esquimales.»

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