El plano final de Centauros del Desierto (1956) de John Ford es sin duda uno de los más famosos de la historia del cine. En él vemos cómo Ethan (John Wayne), después de años buscando a su sobrina secuestrada por los indios, la trae sana y salva a un hogar y entonces, consciente de que él no corresponde a ese mundo hogareño en el que se adentran todos, se da la vuelta para continuar su vida errante y solitaria en el desierto. Este maravilloso desenlace contiene además un pequeño gesto que acaba de engrandecerlo: justo antes de retirarse, Wayne se agarra del brazo mientras mira cómo todos entran en casa. Dicho detalle fue una brillante improvisación de Wayne como homenaje a uno de sus héroes: el actor de westerns mudos Harry Carey, quien solía hacer ese gesto a menudo. Pero lo mejor de este acto es que no solo funciona como tributo personal a Carey, sino que además servía como guiño autorreferencial tanto a John Ford como a la viuda de Harry Carey, Olive, que también participaba en esa escena:
«Lo hice porque su viuda estaba al otro lado de esa puerta, y él era el hombre de quien Pappy [Ford] decía que le había enseñado su oficio«.
Harry Carey (a la derecha) haciendo el gesto que Wayne emularía 40 años más tarde.
Aunque hoy día está virtualmente olvidado salvo por los fans del cine mudo, a finales de los años 10 Harry Carey era uno de los actores más populares de western, encadilando al público en gran parte por su estilo tan natural y austero, que le hacía parecer un hombre normal enfrentado a aventuras insólitas. Pero eso fue antes de asociarse con el cineasta con el que filmaría sus mejores obras. Cuando conoció a John Ford, este último se ganaba la vida ayudando a su hermano mayor Francis Ford, uno de los directores y actores de más renombre del momento. La carrera de Carey no acababa de despegar del todo y Francis le sugirió darle una oportunidad a su hermano John, que había dirigido tres films, para que realizara algunos westerns para él. Fue una feliz asociación: Carey y Ford se entendieron instantáneamente, las películas convirtieron al actor en una estrella y dieron inicio a la filmografía de Ford.
Su primer trabajo juntos, The Soul Herder (1917), fue el inicio de una fructífera colaboración que duró varios años. Ford, Carey y un pequeño equipo salían a grabar en exteriores con un mínimo guión sobre el cual improvisaban. Los films se rodaban de forma rápida, efectiva y barata, y a su vez eran muy populares, de modo que los productores les dejaban total libertad creativa. Desafortunadamente se conservan muy pocas de las obras que hicieron conjuntamente.
Equipo de rodaje de uno de los muchos westerns que hicieron juntos Harry Carey (sentado en el centro acariciando un perro) y John Ford (justo detrás suyo de pie, al lado del cámara).
Por otro lado, la convivencia prolongada entre los miembros del equipo, que evitaban los estudios siempre que podían para filmar en exteriores, creó un sano clima de camaradería en que además los dos principales creadores de estos westerns se beneficiaban mutuamente: Carey se convirtió en una estrella a raíz de los films que protagonizó a las órdenes de Ford, y éste a su vez aprendió mucho del oficio a través del actor (el propio Ford lo definió retrospectivamente como su «profesor particular»). No obstante, en 1919 Ford empezó a tener mayores aspiraciones: quería demostrar que podía ser algo más que un director de westerns, de modo que empezó a embarcarse en otros proyectos. Del mismo modo, su relación con Carey empezó a enfriarse (quizá resentido porque el actor cobraba un sueldo mucho mayor que él) y dieron fin a su asociación en 1921.
Harry Carey empezó a perder popularidad durante los años 20 y con la llegada del sonoro se especializaría en personajes secundarios como el de Presidente del Senado en Caballero sin Espada (1939) de Frank Capra. Ford le ofrecería también algún papel como el del compasivo y justo alcaide de la prisión de Prisionero del Odio (1936), pero su relación se desvaneció. Cuando el actor murió en 1947, Ford, seguramente sintiéndose culpable por haberle dado la espalda tantos años, quedó destrozado. Como forma de resarcirse preparó él mismo un suntuoso funeral y decidió emplear al hijo del actor, Harry Carey Jr. (apodado «Dobe») en sus películas, convirtiéndole en uno de los rostros más habituales de su cine. El primer film en que utilizó a Dobe Carey, Tres Padrinos (1948) estaba además dedicado a la memoria de su padre.
Lo cual nos acerca de nuevo a Centauros del Desierto y nos hace entender aún más la belleza de su plano final. Resulta curioso pensar que ese gesto, improvisado al momento por un John Wayne que además estaba de resaca, acabara siendo el homenaje más sutil y hermoso que hubiera en una película de Ford a su antiguo amigo y mentor.
Harry Carey y John Wayne en Río Rojo (1948) de Howard Hawks.