La Mudanza (Cops, 1922) de Buster Keaton y Edward F. Cline

Aunque a la hora de valorar la carrera de grandes cineastas siempre tendemos a fijarnos en sus largometrajes (que es el formato «estándar» actual de consumo de películas), en el mundo del slapstick es innegable que algunos de los más grandes logros del género se encuentran en el terreno del cortometraje (de hecho en algún caso como Laurel y Hardy creo que ninguno de sus largos está a la altura de sus cortos o mediometrajes). Además resulta especialmente interesante analizar cómo algunos de los cortos de Chaplin, Harold Lloyd o Buster Keaton ya empiezan a anticipar algunas de las ideas que luego explotarían en profundidad en sus largometrajes más célebres, como podemos comprobar en el filme que hemos seleccionado hoy de Keaton, La Mudanza (aunque me gusta más su título original: Cops).

La película se inicia con uno de esos gags de confusión que tanto gustaban en el slapstick y que solo un año después Harold Lloyd retomaría en El Hombre Mosca (Safety Last, 1923): Buster habla con su chica tras unas rejas que les separan… y que luego comprobamos que no corresponden a la cárcel sino a la entrada de la mansión donde vive ella, por tanto lo que les impide estar juntos es su diferencia social; de hecho, ella se niega a aceptarle como pretendiente hasta que no sea un exitoso hombre de negocios. Dicho y hecho, Buster encuentra una cartera con dinero y se dirige a la ciudad para convertirse en un hombre de provecho. Pero las cosas no salen como tenía previsto, ya que un hombre le estafa haciéndole creer que le vende unos muebles que en realidad pertenecían a una familia que se está mudando y, mientras los transporta en un desvencijado carro, irrumpe ruidosamente en un desfile de la policía y acaba siendo perseguido por cientos de agentes de la ley.


Uno de los aspectos más interesantes del personaje de Buster Keaton es el hecho de ser una persona que parece siempre fuera de lugar (su aspecto y su pose inexpresiva lo diferencian claramente del resto) y que no comprende cómo funciona el mundo en que se encuentra. Muchos de sus gags se basan precisamente en esa incapacidad y en la forma tan estrafalaria como lo resuelve. He aquí un ejemplo: un estafador le hace creer que le vende los muebles que se encuentran apilados en la calle y Buster, una vez ha pagado por ellos, trae un carro para transportarlos. En el momento en que sitúa el carro delante de la casa, la familia que está realizando la mudanza se piensa que Buster es el transportista que han contratado y empieza a cargar los muebles en el carro.

Aquí es donde se genera el gag más divertido de todos: nos resulta comprensible la confusión de la familia, pero en el caso de Buster es demasiado excéntrico pensar que unos espontáneos hayan decidido ayudarle cargando sus muebles al carro. Keaton, muy inteligentemente, no remarca la confusión con un diálogo entre él y el padre de familia que diera pie a un malentendido, simplemente nos muestra cómo Buster se queda mirando atónito, les deja hacer sentado cómodamente y luego les agradece su gesto. La gracia está en cómo el mundo sigue su curso y Buster es incapaz de interpretar lo que está sucediendo como una persona corriente, cómo se empeña en comportarse como alguien normal o ser un hombre de éxito para conseguir a su chica, pero está destinado a fracasar. Una de las cosas que diferencian a Keaton de otros cómicos de slapstick es la sutileza de gags como éste, el no tener que recurrir siempre a la carcajada típica de slapstick (por ejemplo un mueble que le caería accidentalmente encima) y basar el gag en su mirada de confusión y en la forma tan incoherente de comportarse.

Aparte de este gag y otros similares (Buster entrando por error en el desfile de policías y saludando a la multitud pensándose que le están ovacionando a él, o usando la mecha de una bomba como mechero) La Mudanza nos muestra otros de los rasgos característicos de Keaton como humorista, ya sea su pasión por los inventos estrafalarios (el guante que utiliza para indicar cuando va a girar con el carro que golpea accidentalmente a un policía) o las acrobacias realizadas por él mismo (impagable las que realiza aquí sobre una escalera). Pero si por algo destaca este corto es por el frenético tramo final en que es perseguido por una muchedumbre de policías y que es un clarísimo precedente de los desenlaces de El Rey de los Cowboys (Go West, 1925) y Las Siete Ocasiones (Seven Chances, 1925) en que su personaje debe enfrentarse a una descontrolada masa de vacas y a una furiosa multitud de mujeres vestidas de novia respectivamente. La lógica que aplica aquí Keaton es que si en la era muda la figura del policía era motivo de risas, multiplicándola hasta el absurdo conseguiría una de sus mejores comedias, algo que acaba rematando con el pequeño broche final al hacer que el pobre padre de familia a quien ha robado su mobiliario por error… ¡sea otro policía!

La Mudanza concentra pues en sus 20 minutos muchos de los rasgos característicos de Keaton y su capacidad de generar humor tanto en los gags más espectaculares y arriesgados físicamente (ningún filme de Keaton está completo sin alguna acrobacia peligrosa) como en los pequeños gestos. Sin duda diría que es uno de sus mejores cortos.

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