La Tierra (La Terre, 1921) de André Antoine

«La tierra, por tanto tiempo cultivada para el señor, bajo el látigo y la desnudez del esclavo, que no conserva nada, ni aún la piel; la tierra fecundada con su trabajo, apasionadamente amada y deseada en aquella intimidad de todos los momentos, como la mujer de otro, a quien se cuida y se abraza y no se la puede poseer, la tierra, al cabo de siglos de concupiscencia lograda al fin conquistada, convertida en propia, en la alegría y la única fuente de su vida. Y este deseo secular, esta posesión sincera aplazada explicaba su amor por su campo, su pasión por la tierra, por la mayor cantidad de tierra posible, del terrón que se toca y se separa con la mano. Y, sin embargo, ¡qué ingrata y qué indiferente era la tierra! Por mucho que se la adorara, ella no se apasionaba ni producía un grano más. Largas lluvias pudrían las semillas, un viento de fuego secaba los tallos, y un mes de sequía enflaquecía las espigas; y además, había los insectos que roen, los fríos que matan, las malas hierbas que quitan jugo al suelo: todo se convertía en razón de ruina; la lucha era diaria, al azar de la ignorancia y en perpetua vigilancia. Ciertamente estaba furioso de ver que el trabajo no bastaba. Se habían secado los músculos de su cuerpo; se había dado todo entero a la tierra, que después de haberlo mal alimentado, le dejaba miserable, avergonzado por su senil impotencia, y pasaba a los brazos de otro macho, sin apiadarse ni aun de sus pobres huesos que esperaba.» (fragmento del libro de Émile Zola)

André Antoine fue uno de los directores de teatro más importantes e innovadores de finales del siglo XIX y principios del XX. Entre sus muchas contribuciones se encuentra especialmente el acercar el teatro al realismo con una escenografía que buscara recrear la realidad de la forma más rigurosa posible (es decir no se conformaba con meros decorados pintados) y exigiendo a los actores que no interpretaran de cara al público sino que exploraran el interior de sus personajes y actuaran como si no hubiera audiencia.

En los años 10, no obstante, un Antoine algo ahogado por las deudas se vio obligado a dar el salto a un medio mucho más rentable como el cine. Y si bien es cierto que por entonces el medio no gozaba todavía de la respetabilidad del mundo del teatro, hay que decir que nuestro protagonista no hizo el cambio de medio a regañadientes y únicamente por intereses económicos, sino que se propuso desde el principio aprovechar sus capacidades expresivas.


Como es lógico, un director de teatro tan obsesionado por otorgar mayor realismo a sus obras tenía como referente esencial a los escritores naturalistas, de entre los cuales uno de los nombres clave era Émile Zola, del cual en 1902 adaptó una de sus obras más polémicas: La Tierra (1887), que daba una imagen tan cruda y despiadada del mundo rural (sin ahorrarle al lector pasajes sexuales y escatológicos poco habituales para la época) que en su momento fue un enorme escándalo. Pese a que esta adaptación teatral contó con la aprobación del propio Zola (que incluso dio el vistobueno al final alternativo de la versión teatral, que se mantuvo en la película y mencionaremos más adelante), Antoine nunca estuvo del todo satisfecho. En su afán realista era consciente de que no podía recrear en escena ese ambiente rural por mucho que se esmerara o recurriera a artimañas inusuales como utilizar animales de verdad sobre el escenario.

Cuando décadas después se pasó al mundo del cine, Antoine vio la oportunidad de rehacer su adaptación teatral pero de forma mejorada. Si el cine por entonces conllevaba el inconveniente de no poder ofrecer diálogos sonoros, a cambio sí le permitiría filmar en escenarios reales, logrando sumergir al público en ese mundo rural de forma mucho más certera que sobre un teatro.

Ambientada en la zona de Beauce, La Tierra (1921) narra la historia de una serie de campesinos que, agotados por su miserable modo de vida y movidos por la codicia, se devoran entre ellos sin compasión. Uno de los personajes principales es el padre Fouan, cabeza de familia que a los 70 años decide dividir sus tierras entre sus tres hijos: uno de ellos recibe el apodo de Jesucristo y es un borracho, su hija Fanny se ha casado con un hombre mejor situado y no siente ningún aprecio hacia sus progenitores y Buteau es codicioso y violento.

Buteau ha dejado embarazada a su prima Lise pero no muestra ningún interés por casarse con ella hasta que descubre que ésta y su hermana Françoise van a heredar unos terrenos. Pero cuando su amigo Jean empieza a cortejar a Françoise empezará a sentirse inquieto por dos motivos: porque él también desea a su cuñada y porque si ésta se casa tendrán que repartir las tierras. En paralelo, el padre Fouan se verá abocado a la miseria por culpa de las reticencias de su propios hijos a pagarle lo que le corresponde de rentas.

De entrada hay que reconocer que adaptar la novela de Zola de forma totalmente fidedigna era una tarea casi imposible, tanto por su densidad (hay multitud de personajes y numerosas subtramas, incluyendo un entramado político) como por su crudeza, que Antoine tuvo que atenuar de cara a la adaptación teatral y también en la versión cinematográfica. De este modo, la tensión sexual entre Jean, Françoise y Buteau desaparecen de la película así como las referencias sexuales más explícitas que inundan la novela, pero hay que admitir la valentía de Antoine por mantener algunos pasajes que sabía que resultarían conflictivos en la película, como los intentos de violación de Buteau a Françoise o la descarnada crueldad con que los personajes engañan, desvalijan y abusan de su padre. De hecho, siendo una versión más suavizada de la novela, el filme sufrió algunos cortes por la censura y aun así la versión que nos ha llegado resulta inusualmente atrevida para la época. No se puede decir que Antoine estuviera tirando hacia el camino fácil.

A cambio, donde flaquea la película es en un aspecto del cual se resienten muchas adaptaciones de grandes clásicos literarios. Al tener que resumir una obra bastante larga en un filme de hora y media, a veces uno tiene la sensación no de estar viendo una narración que va circulando con fluidez sino una recopilación o resumen de momentos de la novela que se van sucediendo entre sí. En consecuencia, no nos da la sensación de que Antoine se detenga demasiado para explorar la personalidad de los protagonistas. De hecho curiosamente el que en la novela es el personaje principal, Jean, en la película comparte el protagonismo a partes iguales con el padre Fouan.

Pero aun así la adaptación funciona muy bien, sobre todo en lo que se refiere a la ambientación. En ese aspecto se nota que Antoine disfrutó liberándose de las limitaciones del teatro y situando la cámara en espacios reales. Lo mejor del filme para mi gusto son todos los planos de los campos y de esas humildes granjas que le dan una autenticidad que no existiría de haberse filmado en estudio. Y aunque los actores provienen del mundo teatral, Antoine se sirvió de numerosos campesinos reales como extras que le daban a la película más colorido.

Por último merece la pena mencionar el desenlace, que difiere por completo de la novela pero aun así funciona a la perfección: si el libro acababa con la cruda escena del parricidio, la película (y también la obra teatral original) nos muestran al padre Fouan abandonado a su suerte por sus hijos y vagando de una casa a otra buscando ayuda. En el último plano del filme, Fouan acababa cayendo exhausto en la tierra que se ha pasado toda la vida cultivando y trabajando sin devolverle nada a cambio. No solo es un final muy evocador, sino que es totalmente fiel al espíritu de la novela, cuya idea principal es cómo esos pobres campesinos se desviven y matan entre ellos por esas tierras hasta que éstas les quitan el último aliento de vida.

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3 comentarios en “La Tierra (La Terre, 1921) de André Antoine

  1. Ví esta película (que cuesta mucho de encontrar en la red) a raíz de un artículo sobre el cine de 1921 que hice, por gusto, y que casi me vuelve loco y que familia y amigos dejasen de hablarme (fue un mes de obsesión con ese año, de no ver otra cosa que no se hubiese estrenado entonces hasta el punto que casi me molestaba ver algo anterior o posterior, como si fuese una especie de traición: un caso digno de ser estudiado por el Dr. Caligari). Su artículo está espléndidamente documentado, como siempre (además de la referencia directa al clásico original, que reconozco no haber leído) y coincido con las observaciones. Leí una crónica que comentaba que, siendo un título con unos cielos tan generosos, le echaba en falta más nubes. Y, aunque quizás se trate de una tontería, algo muy lateral (e incluso un punto tiquismiquis), creo que no lo falta algo de razón. La escena en que los personajes echan a correr por el campo, de pronto aparecen un par de planos en los cuales las nubes le dan una dimensión y profundidad a las imágenes que hasta entonces no tenían. A pesar de todo, me parece que André Antoine hizo un trabajo valiente y notable. Y bueno, imposible no tenerle cariño a este señor que, entre otras cosas, le dió trabajo durante un tiempo a Maurice Tourneur al cual le debió enseñar no poco del oficio de la escena. ¡Ah! antes de despedirme, veo que que hoy es el día internacional de la Tierra (bueno, cada día es el día de algo). Muy oportuno. ¡Feliz día terrenal!

  2. Aquí tenemos dos casualidades dignas de estudio: la primera que desconocía por completo que era el día de la Tierra (!!) y la segunda tu curiosa obsesión con el año 1921, porque justo la semana que viene tengo previsto publicar un post dedicado a las mejores películas que cumplen un siglo este 2021.
    Gracias como siempre por tu interesante comentario incluyendo esa reflexión sobre las nubes. Leí hace poco el comentario sobre el rodaje de una película de los años 20 o 30 (pero, ay, no recuerdo cuál) en que se comentaba que tuvieron que esperar a que hubiera nubes en el cielo porque sino le faltaba profundidad a la imagen, el cielo era tan claro que para que la cámara lo captara bien necesitaba alguna nube para dar cierto contraste.
    Un saludo.

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